AÚN, AHÍ.
Yo
algunas veces me quedaba anonadado por el teorema de la ausencia de
pelo y el espacio de Minkowski.
He
de decir que llevaba tres meses sin salir de mi casa. Helge llegaba a
eso de las cuatro y media de la tarde y me descubría como me había
dejado a las siete de la mañana, sentado en el comedor con la
ventana entreabierta, mirando la arquitectura de la fachada de
enfrente, que a unos cinco metros me mostraba un balcón por el que sobresalían unos visillos blancos agitados por una suave brisa de
aire.
Helge
me decía al llegar:
-Aún, ahí.
Yo
a simple vista parecía contestarle con el pensamiento, pero no lo
hacía. Seguía y seguía dándole vueltas al teorema de la ausencia
de pelo. Nada de otro modo me hacía subsistir de forma tan extraña,
casi ausente del mundo, sin dimensiones a un lado y al otro. Sin
poder hacer simple el espacio de Minkowski, que estaba ahí desde los
orígenes hasta su muerte por fin en la nada.
-Aún,
ahí.
Y
yo le contestaba, según su imaginación, aparentemente con el
pensamiento.
Luego
su mano por mi cuello en una caricia informal y distante, y el olor a
un perfume desconocido por mi.
-¿Has
dudado alguna vez que existe la censura cósmica? Ese lugar que no
puedes ver porque el el espacio y el tiempo no existen.
-Aún estás ahí.
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