PALOMAS.



Ya había despertado.

Estaban desnudas las sombras de las personas, el cielo desnudo, las casas desnudas.
Las mariposas iban desnudas, las terneras que no se tenían de pie, las culebras dejaban la piel para estar desnudas.

Volvían a estar allí en la ventana dando vueltas poniéndolo todo perdido, haciendo equilibrios entre los pinchos. Estaban allí las palomas atorando con aquellos sonidos incansables a primera hora de la mañana.

Muchas veces me quedo mirando la sombra de las cosas, según va pasando el sol, es una costumbre de antiguo. Últimamente lo hago con una línea recta del armario a eso del medio día, cuando le da el sol de lado. La sombra va pasando sobre la alfombra dejando una leve penumbra a ambos lados. Quiero decir que no es una línea exacta, es difuminada. Muchas veces antes de llegar al borde de mi cama, me pongo a dormir. Cuando miro a esa línea no pienso en nada. No sé si es posible no pensar en nada.

Me dio un cólico, aquí.
Donde tengo la mano. Es como si te follaran por el culo con unas tijeras.
Y las abriesen dentro. Y luego les dieras vuelta. Y luego cortaras. O si te zurcieran con bramante. En la misma juntura, zurcida también la juntura. Del aguijonazo di un brinco milagroso. Levité del dolor.

Se fueron las palomas a dar una vuelta de veinte segundos.

Algunas veces siento las voces de un hombre que es como un niño.

Me da pena ver a la señora del tercero con ese niño cogido de la mano. Es un niño con unas espaldas enormes. Algunas veces cuando salen del ascensor y los veo, me pregunto que será del niño grande cuando la señora no esté. Se me olvida siempre. Cuando los siento lo vuelvo a recordar. Siempre hay un silencio especial cuando salen al rellano de la escalera.

Todo fue creado a cuatro patas, deponiendo.
Nuestras vidas están creadas por las historias, estamos llenos de historias.

...yo tenía cara de habichuela, no en su forma estricta, sino en el contorno de la cara, algo aplastada y con una curvatura un tanto desajustada. El Señor Victorino, el maestro, siempre me sentaba en la primera mesa porque atendía bien y machacaba las cosas para aprenderlas de memoria. MI problema de empezó con el catecismo y el alma, algo tan difícil de explicar que hoy en día aún seguimos esperando a que nos den explicaciones fidedignas. Para don Victorino el alma estaba dentro de nosotros en la zona del corazón, allí ponía la mano, y allí entendía yo que estaba el alma, debajo de mi corazoncito que se movía tenuemente al lado de mi camiseta de felpa. Otra de las cosas que Victorino nos decía era cómo salía el alma cuando nos moríamos, yo lo entendí a la primera, cuando nos moríamos el alma salía en forma de paloma, y era por la boca, porque moríamos boca arriba, todos moríamos boca arriba. Todo era así de simple, las tardes del invierno se hacían muy largas hasta las cinco de la tarde, porque había pasado el sol, y pasaban las nubes, y había llovido en todo aquel tiempo, y se habían posado infinidad de estorninos sobre el calor de la chimenea que dejaba salir el humo denso de la estufa, quemando húmedos trozos de roble. El caso es que me quedé muy preocupado por aquella sabiduría que no tenía una explicación racional; y cuando salí de la escuela con mi maletita de madera, con el parvulito dentro, y la pizarra y tres lápices de colores, el estuche de plumas y un palillero y muchas estampas de santos y flores; iba roto por las dudas, caminaba más despacio porque ahora el alma iba allí  al lado de mi corazón y no quería molestarla si corría, y cuando llegué a casa lo primero que hice fue subir al piso de arriba para entreabrir la puerta de la habitación de la abuela y verla allí delgadita, el pelo canoso estirado y largo, posado hacía atrás, sus manos pequeñitas, y sobre todo su boca, por donde quizás muy pronto saldría una paloma blanca hacía el cielo; un acontecimiento que no se quería perder.

Mirar como se mueve la sombra. Y correr escaleras abajo con una paloma dentro.
Algunas veces un hombre grita como un niño.
Me apetece para desayunar algo de ilusión y comer pan tierno.

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