EFÍMERO.



Efímero -siempre-.
No era una casualidad, era su palabra.
Y también:
que entre dos latidos de reloj no había pausa,
existía una eternidad.
Algunas veces una pierna sobre otra,
sentados al atardecer antes de acabarse el mundo.
Lo piensas.
Por qué era necesario mentir.
Aún existía aquel olor a hierba cortada,
y el mar parecía más alto que la colina,
como encogido para caber en el precipicio.
Le dije: mira, por ese sitio
la gente bebe todo el vacío
durante ocho segundos
para poder morirse.
Y luego los trae el mar a esta orilla
con medio corazón
y las manos abiertas.
Hicimos un largo silencio
en una hora que no hay nada que hacer,
y piensas que mañana será todo diferente:
lo que vayas a pensar
lo que hagas
lo que descubras
lo que vayas a sentir.
Nacidos nuevamente.
Tan frágiles como cuando transitas
por el pasillo de un hospital a las doce
de la noche, sin tener casi esperanza.
Me decía: efímero -siempre-.
Entre cada parpadeo de sus ojos,
sus pliegues en la sien,
si sonreía,
cuando te miraba de cerca.
No sabía si la última vez.
O era sólo un instante
antes de volver.



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