TREN.
Esto era un día,
después de mucho tiempo. Te voy a contar cómo llegué allí con
todos ellos hablando en mi cabeza para poder pensar tranquilo.
Aquel poema lo había
hecho mientras esperaba
partía de una
figura exacta y quieta recortada en el horizonte
y llevaba todo el
dolor que te puedas imaginar.
Los poemas así sólo
se piensan,
palabras con nombres
nombres y nombres
que suenan a versos.
Cinco
años antes había llegado a la puerta. Aún la recuerdo, de dos
hojas que se abrían a la mitad, la de abajo debía de permanecer
casi siempre cerrada, la de arriba abierta para la ventilación.
Llegar hasta allí fue relativamente fácil en el sentido de que sólo
era caminar dando dos vueltas en zigzag para acabar en un tramo recto
que te llevaba a la casa. Las vías del tren pasaban por la parte
posterior, y cada veinte minutos aproximadamente transitaba un
mercancías o un tren de pasajeros, y siempre aquel pitido que
empezaba en la lejanía, que se acercaba y se alejaba con diferente
tono, como si la vibración se disipase al alejarse y se concentrase
al acercarse.
Poco
después estuve mirando por una ventana. Era usual en mi ver el
camino por el que había llegado, reflexionaba cómo habría podido
caminar tanto, cómo habría podido llegar hasta allí por aquel
sendero lleno de tortuosidad, cómo habría podido guiarme por
aquella senda cinco años antes.
De
todas formas me acordaba como si fuera ahora mismo el primer silbido
en la lejanía, sus fluctuaciones al acercarse, cuando ya estaba
cerca como un chasquido, y luego el sosiego y su particularidad al
alejarse hasta una suavidad casi infinita para entrar en un intervalo
de casi silencio, sólo la brisa al agitar las hojas de los abedules
que crecían en el entorno.
No
sé cuánto.
A
veces pienso que aquel día el sonido empezó muy lejos. Y pude
adivinar por su tono que era un mercancías. Puesto de pie con la
cara vuelta a la ventana que daba a las vías. Había calculado con
cierta dificultad la distancia desde una robusta viga larguera hasta
un caldero de zinc emborcado sobre una mesa blanca y hule azul. En
qué instante fue de ahora mismo en que procuré aquella
coincidencia, el silbido en la lejanía acercándose, el calculo
previo de mi balanceo, para que entre todo el estruendo con aquella
probabilidad cumplida, mis ojos se cerrasen sobre mi boca abierta.
Y
nunca más.
Es
cierto que nada quedó. Sólo aquella brisa empujada que puedes
describir, si te apetece, llamándola silencio.
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