SAN DROGON.


Era como la voz San Drogón que se me aparecía siempre al otro día con una bieira en la testa y su caperuza de fraile.
Con qué lucidez me habla el espíritu santo, y las tres personas.

Otra vez la contraventana marcando su espacio rectangular lleno de luz por un lado y de sombra por el otro.

Cuál será la ciudad más lejana que hayas recorrido desde tu centro de gravedad, dónde te desplomarás tan leve como una hoja machacada por un largo verano, y de qué forma dispondrás tu última cena sin suponer que no habrá otras. Y todos los muertos que te ofrecen con esa simplicidad desde todos los lugares, incluso los insospechados. Los del mar. Los del aire. Los de la tierra
Sabes. Llegaron todas esas palomas aquí otra vez. Y la desnudez de las cosas.
Estaban desnudas las sombras de las personas, el cielo desnudo, las casas desnudas. Las mariposas iban desnudas, las terneras que no se tenían de pie, las culebras dejaban la piel para estar desnudas.
Sin saber cuándo será el fin.
Volvían a estar allí en la ventana dando vueltas poniéndolo todo perdido, haciendo equilibrios entre los pinchos. Estaban allí las palomas atorando con aquellos sonidos incansables a primera hora de la mañana.
¿Cuándo será la última cacería? Dispuestos doscientos hombres llenos de hambre. Su agudo olfato. Rastreando el valle lleno de primavera buscando su presa.
Y las putas palomas ahí.
Siguen.

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