EMBUTIDOS.




Qué deciros de un chorizo, se podría escribir algo tan gordo como el Quijote: tipos, modalidades, zonas de fabricación, sabores, ternera, cerdo, jabalí, yo qué sé. Al chorizo no lo abrí. Ya sabía que tenían el corazón machacado, está todo junto, podría decirse que un chorizo nunca tuvo corazón. Y a sí les va. Quieren aparentar que no son chorizos, pero son chorizos, siempre los cazas por el olor. Un chorizo huele en todos los sitios. Si los llevaras Orión seguirían oliendo igual, a chorizo.

Si venía la Pioca de Benazolve siempre traía aquellos papeles de estraza con tres vueltas de chorizos de Valdevimbre. La tía de todos tenía unos moños como la dama de Elche, y unas increibles caderas. Cuando yo tendría unos siete años arrumbaba con mi muñeco gerrero debajo de un taburete de nudo de roble, y por un hueco grande le veía su gran coño peludo y hermoso escurrido entre las bragas.

De Benazolve también traía el Portexo vino de tierra de la zona sur de Ponferrada que sabía a cochinilla y a sulfatos, a cepas viejas, sin esperanzas, y que manchaba mucho la ropa. Lo bebiamos en cachos de madera como por Pelorde en la zona de Galicia.

En las tardes de sábado de Noviembre a veces el sol dejaba un rastro muy largo por la zona de los Ancares. Muchos de los que estaban a la mesa no los conocía. A la Moncha sí con aquellos ojos tan profundos que te miraban como si pidieran un ruego para el más allá, con tanto dolor en su cuerpo antes de irse con la santa compaña.

Ferino que había quedado manco por el vuelco de una Carroceta cargada de texo de contrabando por la cuenca del Burbia.

A mi lo que me gustaba era el chorizo, muerto a tajos gordos, dejando aquel rastro de pimentón, como si fuera a derrimirnos en un acto sacramental.

Luego venía un frío que pelaba, la niebla baja de ribera y un extraño sueño medio borracho que te dejaba sin alma.




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