TRIGO.
Qué cosas tan guarras le hacía como desnudarla con los ojos ingenuos, o jugar al escondite para poder abrazarla detrás de los almacenes de trigo.
Tu
no sabes lo que es una lluvia de trigo.
O
una torrentera de trigo.
Como
el trigo se desplaza en forma de coletas como si fuera el agua.
Todos
los años, al final de la paradoja del tiempo, me doy una vuelta por
allí. Sigue allí aquel tubo largo en forma de cilindro enseñando
sus tripas llenas de ladrillos entre brezos y maleza como si fuera
una columna de Hércules que sujeta el cielo. Si te digo la verdad
aún germina el trigo después de cuarenta años, lo ves con ese
encorvado que se eleva con su carguita de grano. Y me viene el
recuerdo de aquella tarde allí escondidos, jugando a que nos
encontrábamos cuando por un designio mágico aquella puerta cedió a
tanto posible pan nuestro y dejó aquel hueco entre tablas rotas y el
trigo cayó y cayó sobre nuestras cabezas como si fuera la lluvia
del gran ser inexistente y mágico.
Al
final del tiempo puede decirse un treinta y uno con un cielo muy
azul.
Ella.
No
sé en qué lugar del cielo por decir algo. O de la tierra.
Ves.
Lo
dicho.
Por
ahí nacerá un grano. Te lo juro.
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