MUERDAGO.




A mediados de noviembre salimos a podar manzanos. Yo no sabía si los manzanos se podaban en noviembre, pero salíamos. Ella escogía los que tenían ramas medio secas que habitualmente estaban llenas de esquejes de muérdago, tiraba del muérdago hasta romperlo haciendo antes varias reverencias, barbullando no sé que palabras mágicas. De todo el muérdago arrancado siempre se quedaba una rama espléndida con aquellas bolitas transparentes que parecían de caramelo . Me decía, corta por ahí y yo aceleraba la moto sierra y cortaba la rama que una vez caída sobre la hierba iba troceando para leña de la chimenea.
Sobre las dos de la tarde cogíamos la carretilla y nos íbamos del manzanal. Pasábamos por delante de la casa de su hermana, un mujeron que te miraba sin quitarte los ojos, como si te siguiesen a todas partes, y llegábamos al bajo donde apilábamos la leña dejando las herramientas.
Luego ella se ponía ha cocinar una sopa de pan con fuerte olor a pimentón picante a la que le echaba tres o cuatro huevos y muchos torreznos de tocino con hebra. Al acabar de comer tomábamos ron y chocolate que llevaba naranja dentro, ella se calentaba de lo lindo, se me subía a bocados. Para aplacarla siempre le agarraba el coño todo lo que me daba la mano y se lo apretaba y apretaba, lo tenía muy grande y peludo. Nos íbamos para una habitación que tenía al fondo del pasillo, se desnudaba sin quitarse los calcetines y se colocaba de espaldas, siempre con la misma ceremonia, la tenía que acariciar desde el cuello hasta el culo, sumamente egoísta, le comía el coño, se agitaba mucho cuando le mordía el cuello, le levantaba un poco la pierna y la entraba de espalda, y así, un mete y saca durante un tiempo que me parecía eterno, mientras tanto ella se masturbaba con la mano hasta que se corría soltando aquel bramido y aquellas coces como si estuviera poseída por un sueño oscuro del mismísimo Dios Balder.

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