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TORREMOLINOS.

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Cuando marchamos del hotel Bajoncillo de Torremolinos mi suegra Amadora, La Florencia, y yo, llevábamos las maleta de la Amadora llena de toallas, jabones, albornoces, las sabanas y fundas de la cama, y las lámparas candil de la pared. Yo el día anterior a la marcha me subí un destornillador de estrella del Volkswagen y arramplé con dos apliques esquineros, los toalleros y la televisión " tedete"  que colgaba sobre la pared, también baje un embellecedor de repisa con espejo, y los floreros de plástico que había en el hall de entrada, las tapas del vater, y los tapones de registro de los  videts. A mi me vinieron aquellos retorcijones como si me hubieran apuñalado, cuando estaba sobre la cama desatornillando los colgantes de piedra de la lámpara del techo. Fue cuando me entraron aquellas ganas de ir al baño, igual que si me estuvieran agujereando con un abre cartas, y lo hice todo como de papilla amarillenta,  que no suelo,  que soy de un estreñido de  mete el dedo y

PACHARÁN.

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En el informe. Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blanca. Este paciente se llamaba Aniceto Loirán Expósito. Con cincuenta y tres años. De mediana estatura, enjuto, con ojos escarbados, de espaldas anchas y ligeramente caídas. Con leve andar catatónico, dado a la ceremonia a la hora de avanzar. Vestía siempre muy bien. Paradógicamente muy pulcro con su higiene personal Fue ingresado por su alcoholismo crónico. Un año antes había sido expulsado de Alcohólicos Anónimos (A A). Tenía una capacidad innata para la persuasión. A las dos horas de haber dicho: ...me llamo Aniceto Loirán Expósito, y soy alcohólico..., había logrado que los diez compañeros presentes y el terapeuta cogieran una gran borrachera a Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blan

MILES DE VECES.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

SAPO.

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El sapo tenía una filigrana de huevos sobre el agua estancada, como un cordal casi invisible y transparente. La luna era tan inmensa que hacían sombra los brezales sobre el río en forma sierra, casi plana el agua, con un ligero vaivén sobre las rocas llenas de posos blancos. Habíamos bajado corriendo los tres casi dando tumbos a todo lo que nuestras piernas daban hasta la codera de maleza y piedras donde el agua se escondía densa y amansada. De lejos se escuchaba la música de la fiesta, algo de ritmo de acordeón y un poco de ritmo de bajo, y un saxo, lo otro era el agua a cada poco balancearse, chocando sobre las losas planas de la orilla que la amortiguaban. Cuando llegamos sentimos los sapos saltando al agua, y decidimos agacharnos en el silencio más extremos, sólo respirábamos. Cuando Pendi sacó el cigarro hubieran pasado unos cuantos minutos, lo encendió con cierta experiencia, lo caló, y le vio la brasa roja como una luciérnaga, y hecho el humo con una bocanada espesa y

HOJA EN BLANCO.

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Piadosamente me había puesto de pie para suplicar, las manos juntas, los ojos sobre el vacío. Como si fuera un prócer santificado que creía flotar sobre el aire repleto de olor a pólvora y a carne pútrida, creyéndose en un sueño. Decir horror era demasiado poco. De rodillas sobre el suelo con la cabeza ligeramente ladeada para prever quién se acercaría por mi espalda. No es descriptible expresar cuánto son dos minutos en determinados momentos de nuestra existencia, o cuánto es la eternidad. Mi cabeza podría ser separada del resto del cuerpo por degüello. Si fuera así me quedarían unos instantes para apreciar mis extremidades en una extraña movilidad de segundos acaso. Podría ser por un tiro en la nuca. La posibilidad, entonces, de mi cara boca abajo, o de lado, unos instantes mis ojos apreciando la tierra negra al ras del suelo. De todo aquello incluido el paisaje desolador, no queda el recuerdo, quizás una fotografía en blanco y negro, por una afortunada circunstancia de es

ESTADO.

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Parecía mentira que después de tanto tiempo amando, pudiese llegar a odiar. Viendo el amanecer al lado del mar, tan sublime, diferente siempre, subiéndome aquel sopor que era el odio muy denso. A veces las gaviotas sin saber qué hacer, como un motivo de que todo era un laberinto. Y los mochuelos tan pequeños haciendo espirales sin saber que yo estaba odiando a todo lo que podía tener signos de cierta animación, odiar tanto que deseaba dar la muerte de cualquier forma permitida en que un ser vivo puede morirse. A veces al amanecer el color añil en lontananza me hace más ruin. Desplazarme hasta lugares exuberantes. Quedarme quieto mirando como el primer día de lo que me queda de vida empieza a desplazarse sobre mi.

DESEA.

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Es la gloria suprema, levantarte, descongestionar el pasillo, y en esa vuelta acordarte de que existe la cocina y de un largo sueño que aún espera que lo lleves al olvido. Contemplarte sólo en el espejo sin miedo a quedarte quieto, a la locura, sentarte en el trono de los dioses, cagar despacio porque quieres hacerlo, suave, sin prisas. Así, convencido de que tu has sido, el que ha ordenado el hermoso trance de abrir tus fauces. Celebrar la noche como prueba superada, contemplar tus restos devorados, quizás al mar, elevarte sobre tu agradable olor, hermética la linea pectinea, porque tu sentido común paradógicamente llenarse de mierda ya desea.

PRESA.

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El inmenso día, en el sentido de muy largo. Sin tener duda de tu propio calor, de tus manos, de tus pies, y el respirar, y el olor. Muda la voz, con gestos señalas. Desde el inicio del viaje, todos serán momentos de despedida, sólo con los ojos, dirás a todos que retornas, levemente, agachándote, en cuclillas, yendo en línea recta a la posición en que lloraste por primera vez. No sé por qué sólo recuerdo un día, de tantos. El día de la semana, la hora. Era el principio de lo inmenso, sin dimensiones, desde la luz hasta la oscuridad, todo el tiempo que duró el único abrazo. Luego la voz, las voces, tantas veces, hasta saber pronunciar mi nombre, y digerir mentalmente mi primera presa.

CEREMONIA.

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Otra vez lo he mirado todo: grifos, llave del gas, ventanas cerradas…, sólo una rendija de luz en la inmensidad del pasillo. Me acabo de marchar  con esa repetida extrañeza de que alguien ha quedado ahí, mirándome con sus ojos abiertos. Sabiendo, que todo es una simple duda que siempre que se me olvida el cerrarlos, y que debo volver, en una repetida ceremonia, a pasar mi mano por su cara.

LEJANÍA.

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Dentro de años, es la lejanía. Incluso. Dentro de un año. Dentro de tres semanas, o de cuatro. Sin atribuirlo a nadie en concreto. Ni tan siquiera a un extraño sueño. Real. Dentro de unos segundos, el miedo otra vez. Abrir y cerrar sin detenerte tiene su parte de vacío. Dentro de un instante otra vez -apriétame-, vuelve lo inmenso y lo percibo.

LARVAS.

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De bronce la manilla resobada. Huele la mano a rastro de metal. Abro la puerta y me siento muy lentamente en el borde de siempre, siento como la cama gime. Me voy recostando hasta encontrar la almohada. La perfección puede ser una postura de reposo. Incuestionable el ejercicio para el descanso. Lo absoluto, la huella del cuerpo, la sensación de casi ingravidez, como si no fueras responsable de ti mismo. Al abrir los ojos a la plenitud del techo. El orden anárquico de tres hendiduras en zigzag con su final trágico en una esquina. De fuera es la claridad. La ventana entreabierta. Presiento un rastro azul. En todo lo que me rodea hay desorden. Hubo otros habitantes aquí. Alguna fotografía sobre el mar. Un cuadro inclinado de un barco muy lejano, casi sin verse en su horizonte, sobre una planicie de agua imaginada gris. Dos anaqueles llenos de loza blanca, platos reclinados rodeados de coronas de flores entrelazadas. Ayer también fue aquí. Llegué de esta forma, siemp

LÍMITES.

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Estás limitado. Al este lo que quieras. Tan encogido que no ocupas. Tan románticamente libre. De tanto arrastrarme volar es una opción posible. Escuchar el viento desde las torres, como las aves de rapiña. Presentir que te deshaces, a lo diminuto con tanto silencio. Nada que no sea escuchar las campanas de la resurrección me vale. Esculpido en otro inicio, en un pez con la boca abierta.