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WALTER.

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A Luis Walter Alvarez se le cerraron los ojos antes. Tocado con un mandil de plomo detrás de una mirilla diminuta vio el cielo grande y el resplandor enorme. No había palabras ocultas, no había palabras futuras, no había palabras de ahora para describir aquel resplandor originado por el bulto soltado por el Enola Gay. Era toda la muerte posible que se podía originar en menos de un segundo. Nunca supe si las pupilas de Walter Alvarez llevaban parte de los hermosos castaños  que bordearon el río Narcea. La luz fue enorme, tenía dentro miles de almas. Qué biografía escribir sobre las nubes. Empieza diciendo: todo estaba lleno de muerte.

EL LUGAR.

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Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó. Yo tenía una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, una decoración sencilla que a la dueña de la pensión le parecía mal, la clásica ventana sobre el lateral de la cama, la mesita con un hule carcomido y su lamparita medio quemada. Me pasaba la mayor parte del día tirado en la cama y boca arriba, o de lado mirando hacía la puerta por si fuera a abrirse de repente. Era aquel miedo. A veces sobresaltos. No se sabe por qué a los dos días entró de nuevo con su cara furibunda  como para comerte, con aquella respiración agotadora, igual que si le faltara el aire, o no hubiese suficiente en la habitación. Le dije, de aquí no sales, ya no sales nunca más, se lo dije sentándome en la cama. Recuerdo

FESTIVO.

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La claridad que entraba por entre los visillos era la de un día festivo. En todos los casos se vuelve difuminada penumbra. Yo veía su perfil dibujado porque mi cabeza estaba detrás de su pelo. Sentía su cuerpo y aquella extraña sensación de calor que me hacía acurrucarme como protegiéndome detrás de su espalda. Yo la había amado mucho. Tanto que no te puedes ni imaginar. Y ahora, mientras sentía en mi pecho el leve movimiento de su respiración pensaba por qué la estaba abraza ndo. En estas situaciones tienes que invitarte a ti mismo a la emoción. En tú memoria encuentras trozos rotos de un ánfora y empiezas el rompecabezas. Y en esta situación en que ella te está sintiendo también encajado entre sus piernas, casi inanimado, te das cuenta que no debes retroceder y empiezas ese movimiento de roce sobre su culo. Es la mecánica de lo que quedará muerto porque es pura inercia y siempre muere. Y aparece algo allí, y levantas su pierna. Y de aquella forma casi furtiva t

PARA UN SER FORZADO.

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Algo sucedía. Nos dimos cuenta al sentir aquel largo grito lleno de terror. Al quinto día tuvimos que abrir la puerta del segundo lado. Lo dejamos a su albedrío, en el sentido de que encontrase la salida como le viniese en gana, en el sentido de que sería la suerte, el azar de pasar por delante de la abertura que ponía aquella flecha roja sobre la palabra exit lo que llamase su atención. Tal era su ofuscación  que pasó dos veces sin darse cuenta, quizás confundido por la apariencia del fondo azul del exterior que hacía juego con el fondo azul del interior de aquel pasillo. Le dio por salir a la tercera vez orientado por una leve brisa de aire frio que rozó su cara. Estuvo en el umbral que daba a su aparente libertad largo tiempo mirando hacía los lados. No sabíamos lo que realmente quería mirar. Se dio la vuelta y vio aquella inmensa oscuridad al fondo, y varios focos en los extremos que daban vida a una amplia y difuminada penumbra. Estaba al frente. Sólo sentía leves m

LA PENA.

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En esa dimensión mínima en que te anida el recuerdo, la pena que está ahí, la memoria de su último gesto, un simple juego, de su mano abierta posada sobre mi tantas veces. Qué dimensión es esa que te hace llorar y te deja lleno de pena.

Y..../...../

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Si fuera en un autobús y en este preciso instante se acabara el mundo y quedáramos los que vamos a la Colonia de la Asunción cogidos en las barras, sentados como petrificados mirando a un punto muerto, te escogería a ti, la que vas apoyada detrás del conductor mirando en sentido contrario hacía mí, con los ojos tan grandes que parecen dos pozos de agua de acequia con todo el triste gris reflejado como si llevaran veinte lágrimas a punto de caer. Si se acabara el mundo -digo-,  y esto fuera una ínfima isla desierta en mitad del universo. Y sólo hubiese que cerrar los ojos y abrirlos. Y. En este instante en que todo está quieto, lo de fuera destruido lleno de humo negro, y que por una irreal magia hemos quedado aquí, aislados, endebles, pálidos por el susto repentino. Me levanto del asiento y camino la escasa distancia que me separa para verte de cerca los ojos llenos de agua del mar, y decirte que tenemos que empezar una nueva vida en este barrio destruido cerca de la Gra

PAÑUELOS.

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En los trenes de ahora ya no se pueden sacar pañuelos blancos y agitarlos, a todo lo más que llegas es a poner una mano abierta sobre el cristal de la ventanilla y dejar una forma endeble de mano que va desapareciendo. Recuerdo aquel último día sobre las tres de la tarde la parte de atrás del tren ir desapareciendo, y yo volver sólo. Yo siempre le decía no me pongas Careless Love, ese blues es muy triste. Un día vino Sonia y ya no pudo casi abrir los ojos. Me lo han dicho por tres veces, y me da mucha pena.

SAUCE.

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El amplio tallo del sauce acogía el apoyo de mis brazos y mi cara escondida en ellos. Al último que vi marcharse por el rabillo del ojo fue a Teo, renqueante, con sus viejos botines de fútbol. Sólo me llegaba aquel olor a goma caliente de las ruedas de un coche recién aparcado a unos metros de distancia. Los sentí correr hacía un lado y al otro, luego el murmullo de voces y casi el silencio. Cuando estaba llegando al cuarenta abrí los ojos, me los restregué, no había nadie, y  la claridad del sol casi me cegaba. Di dos vueltas sobre mis pies y me alejé unos metros, todo me parecía extraño desde mi posición, las casas, el pequeño parque, y sobre todo el crucero de la plaza, lo único permanente era el sauce más inclinado y viejo, no había crucero, en su lugar una estatua alada que no conocía repleta de palomas. Confuso y lleno de dudas, no estaba en el mismo sitio, no sentía las mismas voces, las gentes que estaban a mi lado eran extrañas. Aumentó mi zozobra cuando vi aquel hombre

COSAS.

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Poner en orden cualquier cosa es sacarla de su situación ideal de equilibrio estable. Al poco rato la cosa está neurasténica e insoportable, no puede vivir la cosa en su nuevo estado de diferente luz. Traté varias veces de cambiarla de sitio, la miré en tres posiciones alternativas y no estuvimos claramente de acuerdo. Le dije, pues te quedarás ahí. Y cerré la puerta. Cuando volví después de dos días y varias horas, el orden no me pareció el mismo. Dudé que yo hubiera puesto la cosa allí, incluso que hubiera interrumpido su posición de hacía años. Estuve pensando unos instantes. Las dudas me atenazaban por lo extraño, qué hacía allí aquella forma circular sobre la cahoba marcando el límite por un leve rastro de polvo de no sé cuántos miles de horas. En realidad cuánto era el alcance de mi memoria. ¿Estuve alguna vez escrutando a la cosa desde tres puntos diferentes para que se volviese loca perdiendo su identidad de cosa? ¿Era verdad que yo la había cambiado de sitio?, o