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NECESITO SOÑAR

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Ya le habíamos dado varias vueltas por el exterior; fijándonos en la configuración estructural de aquel edificio; con el fin de poder realizar una oferta ventajosa para su derribo. Ahora estábamos en el interior. Íbamos caminando por un pasillo central lleno de basura. Se observaba al fondo una división marcada por una barrera de barrotes metálicos de media altura, y una puerta central. Las paredes estaban llenas de grafitis dibujados entre la separación de las celdas, con puertas diminutas. Había tres niveles de celdas con pasillo lateral, y en el techo una gran claraboya central por donde entraba muchísima luz. Caminábamos rápido, tomando notas sobre un plano, de las características de la antigua cárcel; las partes metálicas aprovechables, dimensiones, tabiques, muros, vigas maestras; con el fin de poder hacer el trabajo en el menor precio, y lo más rápido posible. Subimos a través de una escalera metálica con descansillo, a la segunda planta, en donde se repetía la misma divis

FRAILE

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Habíamos ido a buscar aquel fraile al coche de línea a la parada del Xeixo. Cuando se bajó ya cantábamos canciones enseñadas por los maestros en largas tardes de invierno. Lo vi descender con su capucha en la espalda y aquella barba blanca, la cara huesuda de grandes pómulos y tez morena. Hicimos dos filas los niños a un lado, las niñas al otro. Don Anacleto -el cura- Sarandeses -el maestro- y el Fraile en el medio. Así caminamos primero por el tramo asfaltado de la carretera, y luego por la rampa pastosa y marrón recién mojada por la lluvia. Cuando pasamos por la casa del Zapatero, olía a mimosas, por la casa del Malio olía a pan recién sacado del horno, en la casa de Mayorazo olía el estiércol cargado en un carro, en la casa del Pico olía a hierba seca, y por todos los sitios que pasaba la comitiva espantábamos a los tordos que habían salido a beber el agua recién caída sobre huertas, losas y empedrados. Cuando llegamos a la iglesia olía a incienso, repleta de gente, y en silencio

HIERBA.

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En Diciembre, a eso de las doce de la mañana, la hierba tiene muchas gotas de rocío. Si la miras de frente cuando el sol la alumbra por detrás, ves infinitas pompas brillar en diferentes tonalidades. Algunas soportan la inclinación de luz reflejando un diminuto arco iris. Ahora mismo las veo así, delante de mí. Mi guadaña se abre y se cierra y va segando suavemente una senda de casi dos metros de ancho, dejando solo un puño desde la raíz. A mi lado se van depositando flores y flores, tallos verdes de hojas, infinidad de colores caídos desordenadamente. Cuando descanso apoyado sobre el talón del mango. Veo el monte de la Bobia amplio y grande, desgastado sobre el horizonte -limpio de nubes- con una tonalidad blanca, que resplandece transparente como el celofán. Yo siego y siego absorto, recogiendo la brisa sobre mi cara, y me siento tranquilo y a gusto, mientras lejos de mí, observo un azor que hace chillar a una liebre. Haciéndome pensar que en la misma perfección de la vida, la muert

ABDUCIDOS

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Aún es muy temprano y hora mismo voy camino de la sierra, por una senda de madereros. Hay árboles frondosos a ambos lados, robles y abedules en su mayoría. El suelo está mullido por las primeras hojas del otoño. Es un día claro con nubes altas muy diluidas. Delante de mi va Castor, mi perro, jaleado por los ruidos que presiente, de zorzales, mirlos, perdices, y algún zorro que nos vigila en la distancia. Este camino por el que voy se llama Senda de Cortines. Es muy solitario. Antiguamente había colmenas resguardadas de los osos por altas edificaciones circulares de piedra. Acabo de pasar el Cortin de Chozas que está en una zona amplia y despejada. Y ahora sólo siento el ruido de las hojas que desplazan mis pies. Castor se ha puesto a mi lado, parece asustado. Hay un silencio extrañamente repentino, no vuela ni un pájaro, no pian los gorriones, no gragean ni cuervos ni gavilanes. Desde hace un instante, sobre la vertical me envuelve un halo violeta con raras tonalidades rojizas. Apenas

A LAS 6 DE LA MAÑANA

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A eso de las seis de la mañana, me sacaron arrastras. Entre dos me llevaron escribiendo dos rayas por el suelo. Me arrimaron a una pared quedando dibujado. Sin saber donde poner las manos. Sin saber donde dejar mi boca. Sin saber si cerrar mis ojos. Si saber si guardar el alma. Sin saber si mirar la hora. A eso de las seis de la mañana. Me vinieron a buscar para quitarme el tiempo.

CUANDO NACISTE

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C uando naciste nada era extraño. Fue sorprendente, la carga del frío que arropó tú piel. La opresión del vapor que lloraba en los cristales. Cuando naciste había una cortina blanca encima de tus ojos. Un resplandor extraño que apenas descifrabas. Mientras salías del vientre de tú madre como una sobra. Medio escupido sobre unas manos temblorosas. Acurrucado e indefenso. Flotando en el vacío. La boca repentinamente abierta amenazando a las galaxias. Para comer a gritos el mundo que empezabas. Cuando naciste no había luna llena. Y el sol aún no existía sobre el marrón de la montaña. No había pan sobre la mesa, ni vino en la jarra del estante. Cuando naciste el hambre quería derrumbar a golpes tú puerta. Para devolverte hacía la nada.

PUERTO DEL PICO

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No sé por qué siempre vengo por aquí. Es una costumbre vieja de hace años, pasar por Ávila hacía Talavera de la Reina, y bajar las revueltas del puerto del Pico, viendo los empedrados de Gredos, y la calzada romana con sus angostas pendientes, mientras bajo despacio. Cuando está despejado se ve la amplia sierra. Los pueblos encalados al fondo que se van acercando. Hoy estoy descendiendo ensimismado, por el borde del petril, ajustando la raya central. Y voy pensando. Nada dispar de lo que ultimamente me obsesiona. Mi cabeza es una función teatral, pero el cielo está tan azul y es tan grande y tan lejano, que me apetece subirme a la grupa de las nubes. En estos instantes he llegado a la conclusión de que no tengo nada importante que hacer. Estoy llegando a la empinada curva del arroyo, -en el descenso es vertiginosa-. He pisado el acelerador a tope y he soltado el volante. Nadie me espera.

HAZME UN VERSO

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Hazme un verso para quitarme el hambre. Hazme otro para redimir mi angustia. Y otro para quitarme las penas de amor. Encuentra uno pequeñito para elevarme en el aire. Y uno en forma de mano que me arrastre como a un niño. Hazme un verso que me bese cuando esté triste. Y otro que me haga recordar mi infancia. Quiero uno que me quite el odio. Y otro que no me haga tan enamorado de ti. Y uno largo que siembre el camino para guiarme. Y uno corto que me enseñe el horizonte. Uno alto para sentir el viento. Uno profundo para ver los peces. Hazme un verso para no quitar la vida. Uno extraño que me explique mi locura. Uno débil para ser sensible. Uno fuerte para defenderte. Uno orgulloso para mantenerme vivo. Uno en forma de viento para que me acaricie. Uno eterno para poder ver a los que han muerto. Uno de caramelo para sentir tus labios. Uno infinito para ver a Dios, si existe.

EL BAR DE AGAPITO

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Como había escrito ayer precipitadamente. A eso de las 11 de la noche sentí un gran alboroto en la calle. En ese momento llegaba la policía, con escándalo de sirenas y luces. En la acera opuesta al restaurante , Comidas Agapito , había cantidad de gente, la mayoría vecinos de mi portal. Como no puede ser de otro modo, la curiosidad me hizo poner los zapatos y bajar las escaleras apresuradamente. Ni siquiera esperé al ascensor. Cuando llegué a la calle, vi con sorpresa a la mayoría de mis vecinos, muchos con bata de casa y zapatillas, apostados en el frente del bar. Yo pasé a engrosar la pequeña multitud de morbosos espectadores. Lo primero fue preguntar lo que había pasado, y así me contaron que la esposa de Agapito, llamada Anunciación, lo había encontrado en el frigorífico de viandas, haciendo el ñaca, ñaca, con la cocinera -contratada hacía cuatro meses, y por lo visto, también casada- Anunciación debía de tener sospechas del a ffair . Cuando entró en el bar- venía, según contaban,

MAL DE OJO

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Hakam, tenía todas las paranoias posibles. Descubrí su inquietud cuando le di por primera vez la mano. Intentó rehusarla disimuladamente; pero al verse sorprendido no tuvo más remedio que apretármela levemente. -Sentí entonces su frialdad y una blandura de forma gelatinosa- Y observé  su repentino acaloramiento para buscar   el baño, en un vana intención (supuse) de poder lavar su mano.  Después de varios encuentros comprendí que su otra “noia ”, era la del mal de ojo. Si cariñosamente le ponías la palma en la espalda en un gesto amistoso, el se desvivía en devolverte el tocamiento espiritual, con un disimulado intento por tocarte también a ti. Era así su compulsividad. -El mal de ojo debía quedar en el otro.  En mi andadura profesional lo he llamado “Síndrome del enguello”, o poder paranormal de transmitir el mal.   Ahora mismo,- como os cuento- , Hakam y yo, llevamos dadas cuatro vueltas a la manzana de la calle de Begoña. El me toca y yo lo toco. No podemos parar. Nos siguen

AUTOBÚS

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Ahora mismo no percibo cual es mi realidad. Estoy sentado con una bolsa de viaje sobre mis rodillas. Mi cuerpo se mueve con la inercia del autobús que sale de una estación. Pero no sé a donde voy.

CINE

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Pudo haber sido un jueves de semana santa de hace unos cuarenta años. Podían estar echando, -en Eastmancolor, Technicolor, o Metrocolor-, las películas obligatorias del régimen: Los Diez Mandamientos, Ben-Hur, Cleopatra, La Biblia . O alguna edulcorada como Simbad y la Princesa, La Noche de los Muertos Vivientes, Mary Poppins, Desayuno con Diamantes . El título no me importaba mucho. Siempre entraba al cine Goya, con la película empezada. Al entrar desde la calle, los ojos tardaban en adaptarse a la semioscuridad de la pantalla. El acomodador encendía ligeramente una linterna que tapaba con los dedos, era como si adivinase a donde ibas. Caminaba presuroso, por el pasillo lateral del patio de butacas, y me dirigía a la oscuridad plena de las últimas filas que quedaban protegidas por el saliente del anfiteatro. Oteabas el ambiente, apenas adivinabas las siluetas de cuatro o cinco mujeres. -por lo general, distribuidas simétricamente-. Si había alguna libre te sentabas a su lado. Si est