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CAMA

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Me ha pasado que no he podido despertarme a tiempo de tan rápido que he dormido. Me sucede a veces que deseo quedarme aquí revuelto entre las sábanas, en el profundo hueco del colchón desgastado, marcado por el efecto de los muelles en los que reposo, desde hace mucho tiempo. Hoy a ciencia cierta podría contemplar largo rato las claridades que me ofenden, por si hubiera regresado de un sueño, o de otro lugar que no recuerdo. El levantarme es una desgana que no me propongo superar. Obedece a la misteriosa necesidad de ser ingrávido, mi ancestro quiere convertir el aire en una pastosa placenta, que aún me proteja de todos los misterios que me aguardan. Quiero regresar a ese lugar sin luz, que se despidió de mí hace unos cuantos lustros, para dejarme posado sobre la inmensidad. No deseo la brisa que me saque del letargo, ni la frialdad de las baldosas que me levanten la piel de los pies, sintiéndolas tan frías, como el corazón de una estatua. Deseo tomar otra vez un vaso de agua y dos gra

INEN

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…estar en la cola del paro no es circunstancial, ni nada poético, es un anatema, en el sentido etimológico de maldición, nada que decir al respecto, ni nada que argumentar, ni nada que oponer, ni nada que objetar, por eso, ni nada de nada, simplemente estoy aquí, en la calle Camino de los Ganapanes, Barrio del Pilar y , son las seis de la mañana, la cola es muy larga, dijérase que todos nos hemos puesto de acuerdo para venir a esta hora, pensando que aún nos quedan dos horas de cola, y esta es la cola identificada como la cola del martes día uno de diciembre, porque hay otras colas, cada día tiene sus colas, y esta es la hora que he dicho, y somos una buena colección de razas: negros, moros, blancos, amarillos, algún cobrizo, mongólicos, caucásicos, malayos, puede que allí haya hasta un bosquimano, pero nos llevamos bien, dentro de lo que cabe, la mañana está fría, y si miras al cielo tiene un color de añil tirando a blanco, como si se reflejara que el día está próximo, yo intento habl

GALLETAS DE NAVIA

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Cuando mi padre bajaba a Navia, siempre le pedía un paquete de galletas maría.Tenía aquella ilusión de niño, de abrir aquel paquete con papel fino y azulado. Ir cogiéndolas con la mano, y sentirlas crujientes en la boca. El asunto era ir dosificándolas para dos días, esconderlas para que mis hermanas no las encontrasen. Un día comprobé que mi padre me engañaba, y que casi siempre se le olvidaban -lo encontré comprándolas en la tienda de Hortensia-. Todo cambió. Aquel paquete ya no me gustó. No eran galletas de Navia.

LA CURVA

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Las consecuencias de lo que me ha sucedido, no podré evaluarlas ahora. Todo fue muy rápido.Venia por la comarcal quinientos doce, por la zona de Riofrío hacía Bejar. La noche era despejada con una gran luna llena que me cogía de costado; según iba cambiando de dirección la carretera, algunas veces, la veía por el retrovisor completamente nítida. Las luces me marcaban los arcenes. Todo sucedió en un tramo recto antes de entrar en la curva de de los Robles- que le llaman la de los Espíritus-. Apenas me di cuenta. Fue como si de repente se me hubiese echado encima un bulto. Le di con todo el frontal izquierdo del coche; y vi. como caía a la cuneta en una zona de ligero desnivel. Aminoré la marcha. Parecía una mujer. Cambié a primera. Muy lento, miré a todos los lados, y no vi a nadie. Luego pisé a fondo el acelerador y salí como una centella. Cuando llegué a casa pasaban de las cuatro de la mañana. Lo primero que hice fue mirar el coche. Tenía un pequeño abollon a la altura del faro izqui

ASENTAMIENTOS

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Me llamo Agapito Contreras Muñoz. Tengo cincuenta y cuatro años. Jubilado de la minería desde hace diez. Vivo en Soto Llano. Y esto está lleno de verdor. La primavera este año es amplia en colores. Huele a humedad. Creo que habrá buenas cosechas. Desde hace seis años labro una pequeña huertita alquilada al ayuntamiento, para el entretenimiento mío, y el de mi mujer. No es que lo necesitemos para vivir. Con la paga tenemos de sobra. Pero nos ayuda a llevar mejor el tiempo libre, y a observar la sucesión de las estaciones. Mi parcela inicial era de sesenta y cuatro metros cuadrados, separada de las otras parcelas por un simple surco. Allí tengo mis cositas: Tomates, fréjoles, pimientos, patatas, dos cerezos que planté el año pasado e injerté a picotas, unas flores de geranio de mi mujer, coles, berzas desparramadas, y una camelia preciosa, ya florecida. Cada poco lo voy rotando en la cosecha, es bueno para la tierra. Empecé con esta parcelita, y ahora tengo tres más; estas tres no son al

EL MÓVIL

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Era como una costumbre rutinaria. Más o menos cada tres días por la tarde, la llamaba por el móvil. Subía con el coche los cuatro kilómetros que lo separaban del Cerro del Puerto; pasaba las ruinas romanas, bordeando los prados siempre verdes, y se metía en la plaza de aparcamiento más alejada y solitaria. Muchos días el mar estaba sin bruma, totalmente despejado. Siempre había algún barco cercano soltando aquel largo pitido de aviso al práctico y; cuando bajaba la ventanilla del coche, sentía los ruidos metálicos del puerto. La llamaba era siempre a eso de las cuatro y media. Sabía su costumbre de dormir un poco la siesta. Cogía el móvil, marcaba, y al otro lado estaba su voz cercana. Empezaban a charlar de temas sin importancia. El le describía lo que estaba viendo, la bruma, o el mar despejado y hermoso. Alguna vez llevaba la conversación al tono más intimista y afectivo, comenzaba a mandarle caricias con su voz; tenía ese don de la descripción metódica, pausada, y tremendamente des

CAM

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Alejandra se encontraba delante del espejo dándose los últimos retoques a su cara. Por sus grandes ojos, siempre resaltaba labios, pómulos y cejas. Hoy sin embargo se estaba poniendo una sombra gris siguiendo la forma del ojo, deseaba resaltarlos, deseaba que su mirada tuviera el don de la observación plena. Había quedado con Teo. No sabía si su nombre era real, o producto de la casualidad. Llevaba cuatro meses viéndolo a través de la cam. Ella se había reservado el secreto, nunca se había mostrado. Había grabado a Teo de medio cuerpo. Había grabado la última obscenidad de medio cuerpo para abajo en un directorio llamado Teo_18.11.09, en donde se acumulaban 68 videos en formato mpg. Se vistió elegantemente, llevaba una falda de cashmere, un suéter cerrado Cardigan, unos zapatos con cremallera de piel gamusa, y un abrigo cruzado, estampado. Como contraseña para el encuentro se había puesto una bufanda artesana de fantasía color marrón. El color de la bufanda no era el acordado; en la úl

NECESITO SOÑAR

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Ya le habíamos dado varias vueltas por el exterior; fijándonos en la configuración estructural de aquel edificio; con el fin de poder realizar una oferta ventajosa para su derribo. Ahora estábamos en el interior. Íbamos caminando por un pasillo central lleno de basura. Se observaba al fondo una división marcada por una barrera de barrotes metálicos de media altura, y una puerta central. Las paredes estaban llenas de grafitis dibujados entre la separación de las celdas, con puertas diminutas. Había tres niveles de celdas con pasillo lateral, y en el techo una gran claraboya central por donde entraba muchísima luz. Caminábamos rápido, tomando notas sobre un plano, de las características de la antigua cárcel; las partes metálicas aprovechables, dimensiones, tabiques, muros, vigas maestras; con el fin de poder hacer el trabajo en el menor precio, y lo más rápido posible. Subimos a través de una escalera metálica con descansillo, a la segunda planta, en donde se repetía la misma divis

FRAILE

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Habíamos ido a buscar aquel fraile al coche de línea a la parada del Xeixo. Cuando se bajó ya cantábamos canciones enseñadas por los maestros en largas tardes de invierno. Lo vi descender con su capucha en la espalda y aquella barba blanca, la cara huesuda de grandes pómulos y tez morena. Hicimos dos filas los niños a un lado, las niñas al otro. Don Anacleto -el cura- Sarandeses -el maestro- y el Fraile en el medio. Así caminamos primero por el tramo asfaltado de la carretera, y luego por la rampa pastosa y marrón recién mojada por la lluvia. Cuando pasamos por la casa del Zapatero, olía a mimosas, por la casa del Malio olía a pan recién sacado del horno, en la casa de Mayorazo olía el estiércol cargado en un carro, en la casa del Pico olía a hierba seca, y por todos los sitios que pasaba la comitiva espantábamos a los tordos que habían salido a beber el agua recién caída sobre huertas, losas y empedrados. Cuando llegamos a la iglesia olía a incienso, repleta de gente, y en silencio

HIERBA.

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En Diciembre, a eso de las doce de la mañana, la hierba tiene muchas gotas de rocío. Si la miras de frente cuando el sol la alumbra por detrás, ves infinitas pompas brillar en diferentes tonalidades. Algunas soportan la inclinación de luz reflejando un diminuto arco iris. Ahora mismo las veo así, delante de mí. Mi guadaña se abre y se cierra y va segando suavemente una senda de casi dos metros de ancho, dejando solo un puño desde la raíz. A mi lado se van depositando flores y flores, tallos verdes de hojas, infinidad de colores caídos desordenadamente. Cuando descanso apoyado sobre el talón del mango. Veo el monte de la Bobia amplio y grande, desgastado sobre el horizonte -limpio de nubes- con una tonalidad blanca, que resplandece transparente como el celofán. Yo siego y siego absorto, recogiendo la brisa sobre mi cara, y me siento tranquilo y a gusto, mientras lejos de mí, observo un azor que hace chillar a una liebre. Haciéndome pensar que en la misma perfección de la vida, la muert

ABDUCIDOS

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Aún es muy temprano y hora mismo voy camino de la sierra, por una senda de madereros. Hay árboles frondosos a ambos lados, robles y abedules en su mayoría. El suelo está mullido por las primeras hojas del otoño. Es un día claro con nubes altas muy diluidas. Delante de mi va Castor, mi perro, jaleado por los ruidos que presiente, de zorzales, mirlos, perdices, y algún zorro que nos vigila en la distancia. Este camino por el que voy se llama Senda de Cortines. Es muy solitario. Antiguamente había colmenas resguardadas de los osos por altas edificaciones circulares de piedra. Acabo de pasar el Cortin de Chozas que está en una zona amplia y despejada. Y ahora sólo siento el ruido de las hojas que desplazan mis pies. Castor se ha puesto a mi lado, parece asustado. Hay un silencio extrañamente repentino, no vuela ni un pájaro, no pian los gorriones, no gragean ni cuervos ni gavilanes. Desde hace un instante, sobre la vertical me envuelve un halo violeta con raras tonalidades rojizas. Apenas

A LAS 6 DE LA MAÑANA

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A eso de las seis de la mañana, me sacaron arrastras. Entre dos me llevaron escribiendo dos rayas por el suelo. Me arrimaron a una pared quedando dibujado. Sin saber donde poner las manos. Sin saber donde dejar mi boca. Sin saber si cerrar mis ojos. Si saber si guardar el alma. Sin saber si mirar la hora. A eso de las seis de la mañana. Me vinieron a buscar para quitarme el tiempo.