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DEMONIO

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Al levantarme siempre hago el gesto habitual de mirar por la ventana, subo dos palmos la persiana y retiro suavemente los visillos. Siempre aparece ante mí aquel banco solitario, al lado de un viejo olmo con el tallo lleno de tatuajes. Hoy he repetido el gesto, y una luz mortecina invadió la habitación despejando las sombras. Cuando mis ojos se adaptaron, lo vi allí sentado, con su rabo corvo, disimulado bajo un gabán oscuro, y sus cuernos mal adaptados a un sombrero borsalino que le caía hacían un lado. Miré brevemente su espalda y noté cómo volteaba la cabeza. Aprecié sus ojos enrojecidos y brillantes, mientras levantaba su mano para gesticularme levemente. Poco más pude hacer que vestirme. Mi voluntad estaba contrariada. Bajé. Salí a la acera y me tendió su mano. Sentí su palma fría y húmeda que me guiaba calle abajo. En este momento lo llevo a mi lado sin causar expectación por su rara vestimenta. No sé a dónde me lleva, ni cómo acabará mi día.

ALTAR

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La estancia era diáfana como si hubiera estado preparada para recibirme. No hacía ni frió ni calor entre aquellas paredes altas llenas de rosetones de colores. Había hileras de pilares cónicos que soportaban cúpulas repletas de alegorías cósmicas. El olor a incienso era fuerte y, los coros arrullaban el aire con cánticos indescriptibles. Caminaba por la nave central con las manos atadas a mi espalda, no había nadie a mi derecha ni a mi izquierda, al fondo estaba el altar. Me acerqué despacio, me quedé unos instantes delante de imágenes policromadas y, luego me arrodillé delante de un tarugo de madera, apoyando mi cabeza. Aún tuve que esperar largo tiempo la llegada del verdugo.

COMETA

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Algunas veces me creo sobre un rayo de luz, pero no lo digo a nadie. Otras veces puedo atravesar paredes, como si nada. Y para qué decírselo a alguien. Y otras tengo la capacidad de bucear por ríos profundos. Y tampoco lo cuento. He vagado por el bosque estando acostado en mi cama, pisados lechos de hojarasca y,blancas alfombras de líquenes misteriosos, que cubrían las piedras. He vagado con los lobos en las noches nevadas husmeando el ganado encerrado en las cuadras. Me he tirado desde alturas misteriosas llenas de rayos de sol y, volando sin tocar la tierra. Y no se lo cuento a nadie. He buscado el rastro de un enfermo moribundo en el hospital cercano, con un santón en la puerta. He sido un Satanás induciendo al crimen, donde el alcohol tiene una frontera imaginaria en las calles desoladas. He amenazado y, acuchillado a la mujer amada en una nimia disputa de desamor. Pero nadie se ha enterado. Estuve en las cárceles a las tres de la mañana, cuando alguien canta llorando de pena. He c

INSTANTES

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Estas situaciones deberían darnos que pensar. Son instantes. Los instantes que la plebe opina que el rey también tiene. Así de coloquial. Y el Papa. Y toda la pléyade de seres biológicamente activos. Con este simple mecanismo transformador de la básica ley de la energía, cumplimos el misterio de la existencia. Y es que este instante, es un ínterin místico, un intermedio de mi viaje a ningún lado, sentado en el inodoro de una estación de autobuses, con mi maletín lleno de bisuterías posado frente a mis pies. Fuera de este pequeño instante, esta el bullicio de gente que entra y sale, de otros que aporrean la puerta ansiosos por buscar el lugar, donde pensar un poco y aliviarse. Filosóficamente mis cinco minutos están siendo plenos, existenciales, leo las salvajadas de la puerta y, me escruto los bolsillos buscando un catálogo repetido, con fotografías de diademas para el próximo cliente, lo abro pero no lo leo, premeditadamente ya estaba destinado, a falta de papel higiénico. Hoy ha toca

LA TRIPITA

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Me dijo que se lo hiciese despacito. Eso para mi era un problema. No por que no me gustase. Es que con ese diapasón aguantaba mucho menos. A mi siempre me gustaba empezar con la boca anudando y anudando aquel cordelito de bramante y, cuando estaba todo preparado y húmedo , meter la tripita y, dar aquellos tironcitos, que eran como si dominase la situación, sin previo aviso, cuando estaba la tripita bien metida, y la postura era la adecuada, entonces el tironcito, entre violento y suave, moviéndome un poco hacia los lados, como le gustaba, y siempre susurrándole, cosas del día, mirándole a los ojos, sin mayor importancia, preguntándole cómo lo quería, como lo deseaba, para que entendiese que lo hacía para ayudarle a sentir toda la amplitud de la tripita. Muchas veces ella me cogía por atrás para darme más ímpetu, aumentar el ritmo, como ansiosa y, yo me sentía pequeñito, de tan amplia y lubricada como estaba, a decir verdad era muy suave, era como si me deslizase por la más entrañable v

ESCALERA

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Me giré para contemplarme sobre el espejo del portal. Era el gesto habitual siempre que entraba. Mirarme. Y seguir por las escaleras. No suelo coger el ascensor por mi claustrofobia eterna. Cuando comencé a caminar hacia el cuarto noté que alguien iba delante de mí, sentía sus pasos, parecían los tacos de una mujer. En el primer descansillo me paré unos instantes y aquellos pasos también pararon. Me pareció extraño. Seguí subiendo y los pasos se reiniciaron delante de mí. Sin duda eran tacones de mujer. Me paré de nuevo y los tacos también pararon. Qué extraño era todo aquello. Cuando llegué al cuarto B, donde vivo, los tacones sonaron sobre el quinto piso. Quiero decir que mi bloque es de ocho plantas. Metí la llave en mi puerta y la volví a sacar de la cerradura preso de la duda. Qué raro todo. Proseguí subiendo, me paré en el sexto, en el séptimo, y los tacos pararon igualmente. Sabía que en el rellano sobre el octavo encontraría aquella mujer. Allí solo estaba la caja de ascensores

ALMOHADA

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La silla en que me siento a tú lado ya está desgastada. Me gusta llegar rápido a casa para contemplarte, y poder darte besos. No quiero que llegue el atardecer y que estés sola. Ha sido tanto tiempo juntos, tanta pelea, que ahora eres como mi brazo, como mi pierna, o como mi corazón. Pero estoy tan triste porque creo que sufres y no te mereces esto. Y estoy triste porque no sabes quién soy, quien te aprieta la mano, quien te limpia la frente. La silla en que me siento al lado de la cabecera de tú cama ya está gastada, algo sucia, de cuando aún podía reclinarte sobre almohadas, ponerte en postura de ser humano, alargarte cucharaditas de papilla de niño. Pero ahora, cada vez que te contemplo entubada, con ese cansado respirar que te ata a lo que la vida significa, me da tanta pena que mis ojos intentan perderse en la penumbra de la habitación, tratando de no contemplar nada. O quedarme dormido a tú lado, sintiendo que aún palpitas, que aún desprendes calor, que tú vegetación es extrema

BUITRES

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Siempre que a Prudencio le tocaba segar la Avena Fatua por la primera quincena de Mayo. Se marchaba muy temprano de casa montado sobre la Casta, una vieja mula de carga y un macho primerizo que le llevaba las viandas y los apeos para la jornada. Cuando salió de San Martín el día apenas clareaba. El Macho iba atado al rabo de la Casta, rezongando y de mala gana. Cuando el sol ya estaba subido sobre el pico del Texo, ya veían la pradera verde y amplia. Su marca comunal era la más lejana, así que iban atravesando aquel campo verde como si fueran flotando sobre un mar de pequeñas hojas dejando un rastro de tallos doblados. Cuando llegaron al roble de marca descargó la mula y el macho, sacó la bota de vino de las alforjas y la sumergió hasta la mitad en la torrentera del Foxo, por donde bajaba el agua fría y cristalina. Las alforjas de las viandas las colgó de una gabita del roble, y a los animales, con cuerda larga, al mismo tallo. Montó la guadaña, la afiló y comenzó con la primera hilera

HOTEL

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Nada puede ser tan sutil como un ataque de melancolía. Llega tan despacio, tan apático, tan fatigado, tan lleno de sopor acumulativo, que va creciendo como las dunas del desierto. Esta melancolía de la que te hablo está reservada a los mortales como yo, dejándonos el alma al descubierto como los pechos de los santos parroquiales, para que la lluvia los azote, para que el viento los roce con su penoso silbido, para que el sol los diluya en las tardes de solano. Pero a los melancólicos nos gusta la oscuridad, escuchar en el lecho que el tiempo no pasa, para que el pensamiento no sea medido y pueda viajar recreándose entre la escasa claridad de las cortinas, entre el abismo del techo y mis ojos abiertos como puños, o entre mis ojos y el cristal reflejado como una mueca viviente en la pared. Y es que hoy debo acordarme de ti otra vez, de una hora cualquiera entre las interminables horas en que descubrías mi cuerpo, entre todos los cuerpos moribundos y, te quedabas aquí, tan feliz, a mi la

MIGAS

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La mirada bovina de el lo inunda todo. Las cuatro paredes son su imperio. Ahora mismo se pavonea delante de un espejo con sus muecas, levantando pesos ficticios que casi tocan el techo. Hoy ha sacado los tanques al pasillo, y allí no se mueve ni dios. En la habitación del niño el escalextric se ha parado. Ella bambolea la fregona sobre el suelo húmedo de la cocina, vigilando por la rendija de la puerta sus movimientos cargados de ira. Camina descalzo, el pijama abierto, la barriga dispuesta para chocar en una marcación, gritando su fuerza animal, y la grandeza de sus fracasados proyectos. Hoy no habrá paz, ella lo sabe y ; piensa cómo pasar lo mejor posible la noche, mientras recoge las migas de pan sobre la mesa.

OLORES

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Mi padre queda en el pajar destilando orujo. Cuando marchamos de allí mi hermana y yo olían las uvas machacadas, el sarmiento, el roble quemado, y las manzanas maduras colocadas sobre la hierba seca. Bajamos corriendo por el prado hasta la compuerta de riego. Ahora veíamos el río Navia a nuestro mismo nivel totalmente manso, como si sobre su superficie hubiese papeles de celofán moviéndose lentamente. Bajamos la compuerta de madera, y el agua dejó de entrar en el canal con apenas medio metro de altura, luego abrimos un pequeño aliviadero al nivel del fondo, y una torrentera en forma de coleta empezó a bajar prado abajo. Cuando el agua fue disminuyendo de nivel comenzamos a ver sus lomos plateados moviéndose al trasluz, y cuando ya no hubo agua, las cinco truchas movían desesperadas su cola, abriendo una y otra vez la boca buscando el aire. Allí donde estábamos empezaba a olerse la madera podre de la ribera, y ahora el río tenía un tono verde y estaba completamente plano. Las truchas

MANOS

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En el hospital he tomado una actitud calmada y racional hacia mis problemas; reconozco que no tengo ninguna razón para sentirme así por los gérmenes, ya se que era de tontos lavarse tantas veces las manos, aunque sigo sintiéndome muy a disgusto si no lo hago. Se que me están analizando una y otra vez para descubrirme posibles sentimientos de culpa. Me dicen, habla, cuéntanos cosas que se te ocurran, y yo qué se que les cuento: imágenes desprovistas de sentido, emociones usuales de cómo cambio de jabones, pensamientos desordenados de antes de dormirme, recuerdos de la infancia, sentimientos que me abordan con frecuencia, y los olores que descubro una y otra vez en mis manos. Aparentemente creo que he disminuido la frecuencia de los enjuagues. Me han dicho que no de la mano a nadie. Si quito mis guantes casi veo las venas de mis palmas, de tantas veces que las restriego bajo el agua. Pero, a pesar de todo, sé que aun existen gérmenes entre mis dedos, los siento desplazarse por mis yemas,