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ÁLAMO

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El fugitivo fue capturado en el despoblado. No había nada en el paisaje que fuera digno de mención; era una llanura labrada con un horizonte perfecto en todas las partes que permitían el giro de su cabeza; sólo algunos álamos desperdigados señalaban en la lejanía el camino empedrado, por donde se desplazaba el carro de bueyes donde iba el fugitivo, atadas las manos a la espalda, y estas al palo del cabezal. El fugitivo había sido declarado contrabandista y traidor Cuando ya casi atardecía escogieron un álamo de rama baja, que estaba sobre una suave colina. Bajaron al reo y le pusieron la soga al cuello, la cuerda de cáñamo la pasaron sobre aquella rama extendida hacía el poniente, y luego tiraron los tres soldados con fuerza, el reo pataleo durante unos instantes, cayéndosele sus pantalones de franela; luego ataron la cuerda anudada al tallo; y dejaron un candil alumbrando en el suelo, debajo de sus pies; para anunciar a todos los depravados que pasasen por el lugar. El carro se alejó

ESFERA

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Ahora mismo iba para el trabajo pero me he parado aquí, en la plazuela de San Miguel, porque hay una burbuja de cristal en forma de esfera, y en su interior se encuentra un hombre dentro. Los reunidos dicen que es el mismísimo David Blaine. Somos unos veinte los que miramos absortos su media barbita y sus pantalones negros, y su torso desnudo, musculoso, desafiante. Nos gesticula y da vueltas con sus pies apoyados a la curva inferior de la esfera apenas sujeta por cuatro cuñas, que impiden su giro, sobre una plataforma de madera. Como ya ha salido el sol, y la fuente se ha puesto a funcionar, se refleja sobre el arco superior una gran cantidad de colores increíbles. David está dispuesto a que lleguemos tarde a trabajar. Apenas sentimos sus vocalizaciones, sólo los movimientos forzados de su boca para que tratemos de darnos cuenta de lo que pretende realizar. Ahora mismo parece estático, (como ensoñándose), las manos estiradas a lo largo del cuerpo; su cabeza trata de mirarnos con los o

LA MESA

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No te canses de preguntarme, por qué he vuelto a esta esquina de la casa. Sigue preguntándome una y mil veces, por si acaso lo recuerdo. En esta misma esquina me viene a la memoria: -de otras veces-, la mesa poblada de alimentos, las cosas que comíamos en silencio, mirando azulejos llenos de hojas y frutas verdes; o la claridad de la ventana en las tardes de verano, o los otros domingos tan largos como la vida, En esta misma esquina, arrinconado, en que violentamente me atravesaban tus miradas, buscando los días que perdimos a sabiendas, sin recobrar el aire y las flores de los parques, sin arrastrar cadenas de oro, ni colgantes, ni oropeles, ni vestidos; -ni tan siquiera gestos-, siendo mudos. No te canses, y pregúntame. Vuelve otra vez con la mirada y hazme daño. Dime que estoy de sobra entre las migas que abandono. Mírame a la cara y pregúntame por qué he vuelto: Tan liviano y pasajero, Tan irrespetuoso, Tan mentiroso, Tan indiferente, Tan mudo.

FIGURA

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No puedo determinar en que parte de mi inconsciente apareció aquella figura que huye y retorna. Algunas veces inanimada, otras llena de vida. Aquella figura no era etérea, estaba en los límites de lo humano y lo irreal. Era el contenedor en el que almacenaba mis instintos derivados del inconsciente colectivo, con toda la carga animal que ello conllevaba. La mayoría de los instintos a que me refiero son de supervivencia, incluyendo la reproducción y el comer. La parte del humano que es capaz de violencia está almacenada en la parte de la sombra de la mente inconsciente. Antes de que los humanos fuesen realmente humanos, sus ancestros no eran conscientes de sí mismos. Por lo tanto, eran verdaderamente animales. Estos animales, tal como todos los demás, hacían lo que tenían que hacer para sobrevivir: asesinar , copular, defender su territorio. Estas acciones pueden parecer violentas hoy en día. Todavía son parte de nosotros hoy, aunque somos conscientes de nosotros mismos, excepto en el d

INJERTO

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La tarde estaba plomiza y muy fría. Cuando subía al desván a buscar las púas sonaban los badajos de las máscaras de carnaval dando vueltas al tejo de la iglesia. Siempre meto las púas de cerezo entre un hueco de las losas del tejado, allí les entra la ventisca y las conserva frías. De las doce que tenía, seis eran de reiner, me gustan las cerezas rojas, y las de reiner son grandes como puños y aguantan bien las granizadas. Cuando bajé a la cuadra a buscar el saco de boñigas de vaca, los badajos habían parado; ahora sonaban las pedradas sobre las campanas. Y cuando salí hacía Pena Moura caían algunas gotas de lluvia y el cielo casi se tocaba por las laderas de Sacho. Según subías había niebla baja que corría despacio ,y el camino estaba muy mojado, con muchas telas de araña brillando sobre los brezales. Iba pensando que los injertos del año pasado fueron de yema y que ólo prendieron cuatro de tragana y uno de guindo, así que este año metería púas de reiner, que aunque es más insípida e

EL RELOJERO DE BERNA

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Hacía casi una hora que la noche había llegado a la plaza Münster. Droz apenas sentía ya su murmullo, ni el estruendo de los coches de caballos. Apenas apreciaba las piernas de los viandantes pasar a través de los cristales, de aquel pequeño bajo lleno de humedad procedente del rió Aar. Llevaba dedicando el trabajo de cuatro días, sentado detrás de aquel autómata. Era una anciana extrañamente tocada con una larga falda de plisados hecha de hojalata dorada, con una toquilla cogida al cuello que acababa cubriéndole la cabeza, y dos bastones apoyados en el suelo para facilitar su estabilidad y movimiento. Sobre su cabeza llevaba un llamativo pañuelo bronceado y su cara, brillante y deforme, estaba recubierta de finas placas de estaño y latón para rematarla al final con suaves placas de cerámica que reposaban sobre su mesa. Droz, llevaba dos horas totalmente ensimismadas en aquella leva mecánica que activaba manualmente haciendo moverse a la anciana por la habitación. A cada paso que da

CALLES

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No cabe duda de que al paso de los años uno se hace más sutil. Más falso. De tanto andar por la ciudad aprendes a mirar de forma obtusa. Y vas pisando las palomas que comen en las manos de los niños. Y no te para ni la sangría del sol en las cálidas tardes de verano. Cuando llega la noche subes por los angostos terraplenes. Pasas las vías del tren, y llegas a nidos iluminados. Donde cuelgan asustados los murciélagos. El paso de los años te hace más vil, más huidizo. La ciudad te escupe por todas las esquinas sus arrogantes anuncios. Las caras de papel son atroces y felices y te besan en los labios. Ya no amas. Ya no dices palabras de amor hacía la luna. Y un pesado reloj cuelga de ti marcándote la vida.

CEREZOS

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La autopista no se parará nunca. Ya veo las máquinas allí al fondo, en la finca de Ubaldo, por encima de de la ribera de Soutos, y pronto estarán aquí. No tengo nada que objetar. Pagaron lo que pagaron, lo establecido según ellos, la mayoría se bajaron los pantalones antes de tiempo, y ahora ya están aquí con esas máquinas grandiosas pintadas de amarillo y los camiones con ruedas más altas que una persona. Cuando me levanto por la mañana, lo primero que hago es acercarme a la ventana para ver cuanto queda para que me arranquen los cerezales, las mimosas y la hilera de manzanos que daban sombra a la casa. A cuatro metros de la puerta de entrada irá una valla, y lo poco que me queda del otro lado lo tendré que ver desde la ventana, es una paradoja que tenga que hacer tres kilómetros para llegar a lo que antes sentía con mis dos manos estiradas. Casi se cogía la fruta así. No es broma. Así de cerca estaban las reinetas. Lo dije y lo prometo, esto acabará conmigo, y si no al tiempo. Alguna

CAMISA DE FUERZA

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Los motivos de mi ingreso fueron literalmente por hiperactividad generalizada y sobreproductividad errática. Lo que está claro es que mi actividad motora se ha incrementado exponencialmente, lo mismo que mi irascibilidad. Puede decirse que soy un perfeccionista en el sentido más amplio de la palabra, mi actividad incansable me permite el orden total de las cosas, de todo lo que me rodea. Siempre me ha excitado el éxito, los símbolos materiales, considero que el dinero es de vital importancia. Así se lo he hecho saber a este palurdo que me escucha y que me irrita. Sólo basta ver el estado irracional que le rodea. El desorden geométrico de todos sus objetos, que no guardan ninguna relación entre sí, ni en colores, ni en formas, ni en dimensiones. Y no es una pulsión lo que digo. Se debería saber que el universo es un estricto orden, todo debe suceder por un esquema prefijado: la muerte y la vida son así. No quiero escuchar, ni quiero sentir, quiero ordenar, necesito mis manos libres para

ZAPATILLAS

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Cuando vivía mi padre, yo solía poner un magnetófono con una cinta de guitarra, y me acostaba encima de la cama a escuchar las guajiras, o unos tarantos a ritmo de zambra, hasta que me quedaba dormido. Ahora estamos mi madre y yo solos y la sigo poniendo, y me sigo quedando dormido tan fácil como antes, no siento ni un susurro por la casa, y las tardes se caen encima con un sopor de muerte, quedando la luz reflejada con figuras grotescas en todos los flancos de la pared. Un día abrió la puerta de la habitación mi madre y yo también abrí mis ojos, hasta ese punto imperceptible en el cual se puede ver sin darse cuenta el que es mirado, de esa forma la observé, su caminar cansado, sin ruido; traía en las manos unas zapatillas de color añil que posó al lado de la cama, alejándose de nuevo, de la misma forma que vino, procurando ir despacio, arrimando la puerta con un gesto delicado. Sonaban por aquellos instantes, unos lamentos mineros con unas vueltas que amodorraban los sentidos. La tard

RAP

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He conocido a un hombre satisfecho con su piel. Negro como el betún. Habla de la suavidad y turgencia de su epidermis. De su estirpe y ascendencia. Se enorgullece del perfil de su boca, de sus labios amplios y carnosos, de su mentón prominente, de sus narices aplastadas, de su pelo ensortijado y tupido. Ese hombre me ha hablado de no poder soportar su espíritu, por el olvido de su escasa historia. Me ha dicho que odia a sus congéneres mezclados, con anillos grandes y trajes blancos, que han puesto las cadenas de sus pies en el cuello. Odia sus gestos agresivos, su música de dos notas alta y baja, como el bolero interminable, sus brazos estirados y encogidos en un ritmo sin sentido de locura catatonica. Sus territorios marcados por la basura y el espanto.

MUÑECA

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Hacía dos años que no volvía a mi casa de San Martín donde había nacido. Llevaba cerrada desde que mi última hermana se marchó de allí para siempre, hace de esto bastantes años. Cuando abres la vieja puerta de dos hojas que da a la subida del Leirón, chirría ligeramente, y aparece el pasillo de la planta superior con suelo de tabletilla sobre viguetas de madera. Delante de mí estaba aquella penumbra rota por la claridad de las cuatro habitaciones que hay a derecha e izquierda. Por la planta baja se accede desde la carretera, a través de una acera de piedra amplia. Abajo teníamos un pequeño almacén con apeos de labranza y una cuadra. No sé si vosotros habéis tenido esa sensación de volver, después de años, a la casa donde habéis nacido, jugado, vivido, amado, despertado, soñado; y todo esas sensaciones innatas de la infancia. El caso es que me embargó una extraña emoción de volver a ver todo aquello, era un recordar continuo de sensaciones que se captan con todos los sentidos; entre ale