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AGUJAS.

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Hace más de cuatrocientos años la joven Beatriz Cenci soportaba, entre cortinajes y alcobas escondidas, muchos ataques incestuosos de su aristocrático padre. El Papa de entonces, dadas las circunstancias, y por habladurías que se van deformando la declaró bajo el influjo del Dios de las tinieblas, condenándola a muerte. Antes de morirse tuvo que purgar sus penas porque estaba poseída por el diablo; el diablo estaba en su interior, ella no lo sabía. Su particular locura no le dejaba ver que dentro de su piel el alma de Belcebú reinaba. La Inquisición en estos casos no era parca en recursos. Físicamente si estás poseído es que algo está dentro de ti. El diablo imprime su señal en cualquier parte del cuerpo, que no vamos a enumerar; sería repasar las partes más cruciales de nuestro organismo. Para tal tortura, escogieron una entablada en forma de potro o mesa. Cuatro monjas había en la estancia iluminada con antorchas. Primero la desnudaron. Luego la ataron. La superiora, más entendida en

ELLA.

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De velux a velux, de bajo cubierta a bajo cubierta, la veo esquinándome un poco hacía la izquierda. Mejor perceptible cuando hay penumbra por su noche avecinada, o desde mi día que también va siendo noche. Ella no corre las cortinas de la ducha, y por el verano queda aquella rendija de su ventanita inclinada que la ventila y le da frescor. Y entonces yo lo apago todo, en mi está la penumbra y en ella aquella claridad que le dan los óculos casi evanescentes y sutilmente azulados, que caen como luz celestial sobre su cuerpo iluminando a mi diosa aparecida. Nunca la confundo con su marido, un espécimen descomunal, rapado al cero, y que antes era musculazo y ahora tiene gordura de cebón. Mi "Kuka" me embriaga todas las semanas dos veces (o así), así son sus costumbres de higiene, de pie, maseajandose con esplendorosas espumas por su espalda, dándose la vuelta para que le vea aquellos tocinillos de cielo con areolas y pezones lanzados hacía arriba, viéndolos vibrar armoniosamente

MAL SENTADO

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Pues de esto ya hablé mucho después de haber quedado viudo, o pude haber hablado en otro lugar que ahora no recuerdo. Pero lo cierto es que me siento como si estuviera delante de un cuerpo presente, no sentado bien , sin apoyar mi espalda de viejo contra el sofá que huele a cuero recién abetunado y a perfume. Y es que ando como avergonzado a mis años, ya de vuelta de todo, el ir a estos lugares me sigue afectando, por lo clandestino que me resulta (me desequilibra) el haber llegado al piso ha sido un fenómeno de ocultismo al más puro estilo houdiniano, incluso cuando caminaba muy lejos de aquí, en esta dirección, sospechaba que la gente que me miraba sabía a donde iba, y todos pensando lo que yo pensaba, “pues este sinvergüenza con sus setenta años, y aún va de putas”, pero a quién le van a ir con el chisme , si ya no tengo a nadie, si ya estoy más sólo que la una. Ese trayecto es lo más delicado. Pero, ahora, cuando ya estoy mal sentado aquí, en esta postura inadecuada, es como si m

PEREJIL

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Pues ando metiendo ajos por todos los sitios, y también me como ajos macerados con leche espesa y miel. Mis poros destilan ajo y huelo a ajo arriero, porque la bruja del tercero viene cada poco a pedir perejil, y me da ese pálpito de que tiene intenciones extrañas respecto a mi persona. Si no os habéis puesto ajo en el culo, probad de nuevo esta sensación de estar empalado, es como un frescor que no ensucia, ahí también lo llevo por si los malos espíritus tienen esas sucias tendencias. La última vez vino con un sofoco, tocó sabiendo que la oteaba por la mirilla, quizás sintió su desplazamiento, o pudo ver acercándose mi ojo, pues tiene otra dimensión para captar ondas que se escapan a la percepción humana. Siempre ha vivido sola, medio encantada. Algunas veces el cruzarla por la escalera era tener malas sensaciones el resto del día, con su mirada de orden oculto, diciéndome con los ojos que le diese ramitas de perejil para no sé que sortilegios.

AGÜERO

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No estaba descrita en el bestiario. Como iba a estarlo aquella “coruxa” insomne que regresaba todas las noches al “carozo” de roble en el huerto de Doña Brígida. Cuando la “coruxa” llegaba en las cortas noches de agosto y coincidía luna llena era para llevarse un alma y ponerla a penar. Nadie sabe por que era en agosto, y no en otro mes cuando aquel enorme pájaro de plumas pardas miraba a todo lo que se arrastraba en plena noche ya hubiese luna llena o casi crecida a llena, no valía otra luna. Doña Brígida que vivía sola por cosas de la vida lo veía llegar a eso de las doce de la noche en plena canícula, cuando el sopor nos hace sudar desnudos. Se ponía sobre el arco mediano del roble, y se quedaba quieta girando lentamente su cabeza hacia los lados como si llevara una escafandra, sus ojos se posaban en todo lo viviente, y cuando la luz de la luna estaba allí todo lo amplia que daba el cielo, empezaba acompasadamente con los graznidos que resonaban entre las casas, sin resuello, hasta

EL CREDO

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El Maestro explicaba los pormenores de su aparato. La sección máxima del poste de unos ciento cuarenta milímetros de sección cuadrada, la palanca que se debía ajustar bien al cuello, para que con tres cuartos de vuelta y dos segundos a lo máximo lo quebrase (esa era la ciencia), la ranura de la corredera, y el cierre; algunas veces había encontrado cuellos verdaderamente grandes y gordos que apenas había sitio para que al cierre pudiese metérsele el pasador. El Maestro también me dijo que le echaba unas gotas de aceite de oliva a la rosca para que la palanca, al último quite, fuese sensible y sin impedimento. Muy pulcro el Maestro en todas estas cosas que llevaba al detalle: la altura del poste, el asiento del ajusticiado que muchas veces suplementaba con un cojín de hierba seca metida en un saco para que la nuca quedase horizontal evitando que un mal guiado no rompiese el hueso. También me dijo que el invento del de Plasencia no le gustaba nada dejando aquella aguja que se clavaba y

DÉJÀ VU DE UN SUEÑO QUE YA HABÍA VIVIDO.

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No sé por qué me puse a dormir la siesta debajo de aquel manzano. Mi padre siempre me lo decía: “No te pongas a dormir debajo de un manzano con manzanas a punto de madurar, te van a dejar “descornao”. El caso es que haciendo “caso omiso” a esta recomendación me puse debajo de uno de fuji, tan rojo de fruta, que daba gusto verlo. No sólo eso. Me tendí a la sombra del más grande y amplio. Desde aquella posición podía verlo cargado hasta las mismas entrañas de las ramas, con aquellas manzanas grandes tirando a color ya madurado. Para quitar la humedad de la hierba tendí dos sacos muy tupidos, y una chaqueta vieja de lana que había cogido del pajar. Y así, boca arriba, con los ojos abiertos hacía los ralos del azul del cielo, veía la fruta colgada por toda la amplitud de las ramas. No tuve ningún miedo a que una manzana de buena medida se desprendiese contra mi cabeza o mi cuerpo; no suponían ningún riesgo las leyes clásicas de la gravedad (apenas siseaba una ligera brisa que no tocaba ni

BUITRES.

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Cuando una res moría por enfermedad en la cuadra o eran sacrificadas por otro motivo, sin poderlas aprovechar para comida, eran llevadas por los labradores a San Esteban de los Buitres, al despeñadero de la curva en la carretera que iba hasta Pesoz. Cuando te asomabas aquel precipicio veías el río allí abajo, a mas de doscientos metros, plateado la mayoría de las veces por el contra luz que daba la claridad del día hacía poniente. Las reses eran colocadas en carros de tiro y llevadas al precipicio. Cuando una res caía, (una vaca, un caballo, y sobre todo ovejas), a la media hora comenzaban los buitres a otear el aire dando vueltas; cantidad innumerable de buitres que a una orden instintual e imprevisible se precipitaban sobre la res muerta. Esto que os cuento era sobre los años sesenta. Recuerdo que hace unos años (quizás sobre los noventa) se intentó repoblar la zona de nuevo con buitres traídos de la cabecera del Ebro. Se les preparó el hábitat llevándoles carroña a semejanza de lo q

EL QUE QUIERA CREER QUE CREA.

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Marta y yo habíamos tenido aquellas tendencias durante nuestra convivencia. Mientras que ella había vivido nos habíamos soportado en largas tardes y noches de tedio sentados delante de la televisión, y siempre acabábamos el aburrimiento con aquel argot confidente de una simple mirada, y la frasecita:” ¿Una manecita?”, “¿Un dedito?”. Todo era tan locuaz y simple como eso. Empezar así a acariciarnos, limando nuestras asperezas con geles aromáticos. Sabíamos que podía ser rítmicamente interminable como el bolero de Ravel. Pero teníamos todo el tiempo del mundo. Su hermana Magdalena me había insistido una y otra vez lo de aquello tan espirituoso, de que su hermana se le hacía presente en los lugares más recónditos de su casa. Mostrándose en sigilosos roces, en luces que supuestamente nunca se habían apagado o encendido, en muebles inestables que a las tres de la mañana, por no sé que extraños flujos, dejaban aquel sonido quebradizo como de algo que se dobla o se vuelve del equilibrio inest

EL DUENDE.

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Siempre llevábamos aquel control estricto porque no deseábamos llegar al climaterio sin haber conseguido descendencia. En el pueblo la mayoría de las familias eran numerosas. En aquella época los niños hacían labores en el campo desde edades muy tempranas. Por eso permanecíamos mucho tiempo en la habitación cuando las labores de la tierra lo permitían. Nuestra habitación daba a la huerta del Soto, y por nuestra ventana veíamos los manzanos y los castaños que rodeaban la casa; el castaño que asomaba sus ramajes era centenario, lleno de corvas y ramas extrañamente deformes en donde se escondían las ardillas. Lo intentamos numerosas veces, incluso en horas intempestivas: durante el sopor de las siestas de agosto que acababan en tormentas atronadas; durante las grises otoñadas de cielos altos; o las blancas nevadas de enero mientras el ganado rumiaba en la cuadra; o en las tardes de domingo después de procesionar al altísimo; en los viernes santos después de rezar delante de la virgen del

SUPONÍAS.

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saber que hay sitios a los que no volverás nunca te ha hecho más humano saber que el tiempo estuvo a un tris de no ser contado por tus dedos te ha hecho más humano incluso ya piensas por ti mismo que llegará el día en que no visites el lugar más amado de tú casa y también reconoces que no volverás a sentir el contorno de otra boca sobre tú propia boca sobre tus viejos pechos sobre tú piel caliente y puede que esté a punto de acabarse todas las angustias la larga incertidumbre las largas noches en que suponías todo eso

UN ATARDECER MÁS.

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Ahora que miro detrás de la ventana, mientras estoy acostado en la cama, veo la otra esquina del patio de luces, las otras ventanas igual que la mía con un leve rastro de luz amarillenta. Y al ver esta vista que no tiene nada, sólo lo que vislumbro de los seres humanos que están al otro lado, el lado de otros seres como yo que también quizás me pueden estar viendo. Ahora me apetece cerrar los ojos y viajar en el tiempo a otro atardecer cuando tenía ocho años tan sólo, y también estaba sobre mi pequeña cama detrás de una galería pintada de blanco, viendo la hilera de ventanales llenos de cristales perfectos, cuadriculados, dejando entrar toda aquella luz de la tarde. Y así, cerrados los ojos, ensoñándome, observo los ramajes del viejo olmo, con aquella rama larga que mi padre podaba todos los años, porque siempre quería meterse por la ventana. Y así, cerrados los ojos, oigo el guirigay de las golondrinas debajo de los aleros del tejado, y a mis dos hermanas corriendo y jugando con los p