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UNA PITÓN A ESO DE ALBA.

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Al anacoreta del octavo se le había escapado una pitón real a eso del alba, porque la pitón había sentido el frío de los fusilados en el terrárium, y había salido de su escondite para otear más calor por entre los sayales de Shangó y Yemayá, sobre un anaquel lleno de velas perfumadas, greguerías de objetos y varias botellas de ron. Raro en Agosto el frío en un octavo a poniente con una aislamiento de la época de la aluminosis lleno de retracciones hidráulicas, rendijas como puños detrás de los cortinones dorados donde el cajón de la persiana se esconde. Algunas veces el incienso de ceremonias salía al exterior por una rendija en forma de abanico que había debajo de la cornisa del alero. Allí recuerdan los antepasados que anidaban las golondrinas antes de que llegasen los ojos del reptil. Cuando despertó no vio la cola escondida entre las cortezas de encina, ni las escamas blanquecinas con sus dibujos de fractal. La rama de roble pelado donde se enroscaba estaba vacía y sin rastro. Busc

LAS MAÑANITAS DEL REY DAVID.

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Me traen hasta allí en la silla de ruedas, le llaman la galería del Rey David. Después de haberme aseado restregándome con las toallitas aún huelo a neumático, ese olor lleva años conmigo, y no son las llantas de la silla, es mi intimidad. En el corredor estamos aparcados en batería, y al otro lado de los cristales existe esa raya infinita que dejan ver los árboles y el monte bajo, los zarzales inmediatos de la pared que separa al camino que va a la iglesia. La que me trae hasta aquí se llama Lidia y debajo de su bata blanca se le adivina un gran culete; nos trae por escrupuloso orden de habitación, por ejemplo: no está el que aparca a mi lado por lo que barrunto que pasó a mejor vida. Una vez aquí no vas a preguntar por el paisaje, sólo siento el gorjeo del respirar de mis convecinos, y los olores y el tacto que aún no me han dejado. Fuera el sol es una tarta grande, y mi cabeza se posa sobre mí corazón, la modorra tiene esa sensación de letargo invernado hasta la hora de la sopa; y e

LA NEGRA.

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Después de haberle achicado doscientos cincuenta mililitros cúbicos de flujo, salí corriendo por entre los taburetes del bar para arrojar la bocanada a la calle, no fuesen a resbalar por su suavidad entre los posos de cerveza, la negra, es proclive y abundante y como estaba borracha y olía a betún, no pude hacerle otra cosa allí tumbada. Mientras los negros del conjunto tocaban al otro lado de la cortinas p lease send me someone to love , que sinceramente, no sé lo que quiere decir. Después de haber estado escribiendo tres días seguidos sobre la historia de la horca me dan tantos escalofríos de contarlo, que me daban ganas de bajar al Rincón Latino a mirar las botellas del anaquel y solicitar tres dobles de buchanans sorbidos en la misma esquina del mostrador de siempre, y hoy, por un caso de esos que pasan, se me quedó la negra mirando con aquellos ojos perdidos de macaca y no le hice ascos a la zorra, como si fuese un pensamiento de siesta, nadie te viese, y encima hubiese torment

LA HUERTA MEDITERRANEA.

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En el infierno todo decanta hacía un cubeto sumergido a no sé que cota, pero sé que es muy negativa, está debajo de todo lo que vive. Todos los detritos que no son sólidos van allí, y una bomba sumergida con filtro de tupido ancho los chupa y los eleva hacía la vida, y de allí van a una acequia de nivel para distribuirse por aquella red de venas sobre la tierra, eso quiere decir que las raíces de los pimientos, alcachofas, tomates, acelgas, naranjos están alimentándose de esos jugos. Yo a Satanás lo he visto muchas veces probando una endivia, cortándola con un cuchillo de Albacete, mientras se agitaba el meñique para que se descolgase un Durex sensitivo, otras veces he visto al primo de San Miguel Arcángel (el torcido) pinchándose en la vena con un rosal borbonia, crecido en las lindes donde los tomates cherrys son bolitas rojas como los huevos de un babuino en celo. Al infierno se decanta todo, desde los doscientos mililitros de flujos que sorbemos todos los días y escupimos por la ta

ACEITUNAS.

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Aún tenía la mano de su padre en su mano. El calor de una mano puede ser como sentir todos los fuegos cerca. Aún se acordaba del carro lleno de hierba muerta con flores que se caían por los lados, y los dos bueyes con aquel paso tan lento que parecía que nunca llegarían a ningún lado. Y aún sentía como la mañana estaba con muchas briznas de aire, que era casi como si los pájaros se asfixiaran, con todo el mayo lleno de colores, y los humos subiendo sobre las casas, así como si estuvieran atadas al cielo y les viese las puertas desde abajo entre un azul que era largo, más claro que el azul que habían puesto allí arriba por pura casualidad. El carro de su padre era un transporte especial de savia verde y flores casi muertas, y la bañera que ahora llevaba por la nacional seis era un trailer que tiraba por treinta y cinco toneladas de botes de aceitunas rellenas de pimiento y anchoas, que calculadas así, eran millones de aceitunas, algo casi insignificante, si no fuera porque el trailer ha

TELÉFONO.

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Cuando he vuelto a casa estaba el mismo olor que había dejado, y el gato suelto migándome en la puerta. A mi estas cosas no suelen deprimirme, no soy dado a abrir las ventanas para ventilar la casa. Después de dos minutos o así, sonó el teléfono y me supuse que era alguien que quería conversación, pero a esas horas de la tarde a mi no me gusta hablar con nadie. Pero el teléfono se para, y a los cinco minutos o así, se pone a sonar de nuevo: ¿Sí, con quién hablo? ¿Don fulano de tal y tal?. Sí, dígame. Oiga, usted es familiar de fulano de tal, tal, y tal que vivía en tal y cual. Y cuelgo, porque ya está bien, y no quiero hablar de mis cosas. Voy a debajo de la escalera y le recojo la mierda al gato que es lo que olía diferente, si es que olía diferente por una mierda más o menos. De todas formas, explicar lo que siento cuando vuelvo a casa no es de importancia capital. Uno está sólo con sus formas, y sus sensaciones, el cuerpo se va adaptando a la misma geometría, por eso en casa puedes

VAPORES DE TRI.

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Wenceslao el encargado nos daba aquellos vaporizadores llenos de tricloroetileno, para quitar las manchas de las sábanas. Las más difíciles de quitar eran las de semen que venían de los hoteles, y otros indescriptibles flujos, (la sangre, no sé por que motivo, se iba rápido). Después de centrifugar aquella montaña de sábanas nos las tiraban encima del tablado de pino, y las repasábamos una por una buscando manchas hasta en los zurcidos de los bordes. En aquel bajo sólo había dos raquíticas ventanas que daban a un oscuro y profundo patio de luces, por donde en las mañanas entraba un poco de claridad, y algo de aire fresco el resto del día. Les dábamos a los vaporizadores una y otra vez, y el tricloroetileno salía fino y pulverizado. Como no usábamos mascarillas a las dos horas ya teníamos un coloque bestial, como si estuviéramos idos . En el borde contrario de la gran tarima estaban Elena y Magín, y a mi lado Rosa. Nos ayudábamos los cuatro para estirarlas a todo lo largo, si detectába

EL CERRO DE SANTA CATALINA.

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Cuando veo a una mujer o a un hombre (en la soledad) mirando al mar, siempre pienso por qué miran al mar. Si aquella raya infinita que diferencia el azul del cielo del agua difuminada, en su plenitud, representa el gesto de la huida a ese lugar ciego en donde los ojos, por un extraño efecto físico, distorsionan el espacio y hacen volar los pensamientos. Yo también estuve allí hablando conmigo mismo, de esas cosas que nos afligen por conflictivas, difíciles e insoportables; en los anexos de la locura. Y el gesto es ese, te sientas de espaldas a todo, lo de atrás de ti , que es el mundo con sus sonidos y su vida, su horizonte sesgado e irregular de edificios y chimeneas humeantes. Te pones de cuclillas en la pendiente, sentado sobre la hierba, reclinado hacía adelante en una postura equilibrada y dócil, las manos cogidas abrazando las piernas. Y lo que está frente a ti, contrario a lo que está detrás de ti, es el mar, que quizás no ves, pero lo sientes por la brisa que acaricia tú cara s

SABIENDO A CHOCOLATE.

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Comía tanto chocolate, que le sabía a chocolate cuando él la comía. No era nada repulsiva esa vianda que ella le mostraba como si fuera a tener un niño, con las piernas abiertas. Aquella costumbre era repetitiva. Ella podía leer un periódico o una revista de muebles sobre su cabeza, sin inmutarse. Mientras él saboreaba aquella delicatessen llena de multisabores. Estas cosas son así. Describir como son las costumbres del matrimonio cuando los años empiezan a ser largos, es complicado, se degenera; cada uno tendrá sus costumbres y confianzas (como todos), se hace a ello cuando la ve allí adosada a la taza del inodoro con aquel culo tan grande, como pensando lo que deparará el día que está por delante; y ella le ve a él con cara de hipocondriaco en la misma postura esforzada, pensando en el color intestinal que tendrá el huevo de ese día. Pero las rutinas son las rutinas. El proceder siempre era el mismo. Sabían como comportarse en esos instantes, y cual, y cuando, era el momento: largas

TROYA.

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Aquel viernes de agosto la calle Teresa Jornet tenía mucha gente por los bordes y por el medio; los bancos también estaban llenos de gente mayor, porque a eso de las seis de la tarde no da el sol y se está fresquito. A la altura de Intimidades Sonia, estaban aquellos “cachosnegros” con el abanico en el suelo, llenos de cedes de películas, y me dio por pasar delante de ellos, no soy muy aficionado a comprarles a estos negratos de mierda, pero aquel día vi que el que estaba en el medio tenía la de Troya, esa del mueble de madera llena de guerrilleros que acaban tomando el pueblo, aunque a mi el que me gusta es el Pit, siempre me gustó este chaval, y la Diana Kruger con su melena rubia; está para mojarle pan en la salsa del potorro. Le digo al negrato, esa, se la apunto con el dedo, y el negrato me levanta tres dedos y le entiendo lo de los tres euros, yo le levanto dos dedos, pero el negro sigue con los tres levantados, y le digo, me cago en tú madre, toma cabrón, y me da la cajita con

SUPER

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Hoy me levanté con encefalograma plano. Iba hacer un poema después de desayunar pero vino mi mujer a decirme que le tenía que comprar dos cajas de leche en el súper, que ella no puede con los brazos, que le pesaban mucho. Cuando me casé con mi mujer lo hice porque me pareció muy espaciosa y cómoda (y limpia) para vivir con ella; pero yo ahora de jubilado lo único que quiero es hacer poemas. Ayer tuvimos un encontronazo a eso de las seis de la tarde porque me da por controlar cuando entra y cuando sale, y le dije, pues vaya, dos horas en el Alimerka, ya te vale. Se puso como una fiera, que si a ella no la controla ni Dios, que ahora que iba estar a su rabo todo el puto día, que me anduviese con cuidado…El caso es que yo quiero ser poeta y me pone el encefalograma plano, y no me vienen las ideas.

EUTONÍA ES LO QUE TIENE.

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Estando allí acostado panza arriba, se me vino aquella idea de conciencia. Yo digo que tengo conciencia cuando pienso. A la situación contraria, usualmente, le llamo “Alelamiento”, término científico “acuñado” por mí para describirme a mi mismo y describir a los demás en situaciones en las cuales se observa que alguien, aún estando en este mundo, su apariencia psíquica indica que está fuera de el. Como digo, estaba panza arriba, en plena canícula, desnudo sobre la cama revuelta, tal como soy ahora (no como me trajeron al mundo), y me puse hacer una eutonía, así que acomodé una pequeña almohada bajo mi nuca y comencé el proceso como mandan los protocolos observándome con detenimiento. Me vi todo lo largo posible, quiero decir, todo lo que soy como YO consciente. Sinceramente era desagradable la vista: tetas de macho abultadas con vello abundante entorno a unos pezones muy prominentes, barriga oblonga muy alta (a pesar de la ley de la gravedad), poblada por un ombligo extremadamente enr