CON FLORES MUY TEMPRANAS.
Había una abeja haciendo equilibrios sobre la flor de una mimosa. El año había empezado, como de costumbre, hacía pocos meses. Sí. Acaso. Morirse para el mundo. Morirse desde este mundo. Morirse desde este mundo para otro mundo. Despreciar la vida en este mundo porque ciertamente exista otro. Don Paco Aristomo, párroco de Gumieles. Sotanas muy desgastadas por los bolsillos, cien veces zurcidas por el ama, mil veces las manos allí metidas. Unos pantalones grises asomados al caminar. Unas botas de cuero de solapa alta con unos escarpines gruesos. Muy desgarbado y enjuto de pose, de espaldas tremendamente anchas. Allí, delante de mi, todo de negro oliéndome a picadillo de cuarterón y a copas de anís, casi dulce el olor. El entorno todo húmedo por el vapor del suelo del cementerio. Sudaban por marzo las gotas de rocío sobre las lápidas y la hierba. Todos, unos pocos, dando una vuelta parados en corro alrededor de un agujero geométricamente perfecto. Al lado un montón de tierra negra. S