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EL OTRO LADO DE LA TIERRA.

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Me da que no he abierto los ojos del todo, o los oídos con toda la calma escuchando. No he visto, no he oído el origen de todo. Sólo son sospechas. Se sospecha en el cálculo infinitesimal que hay un hueco libre, no buscado aún. Y el hueco permanece vacío, lleno de esperanza. En este preciso instante. Todo empezado esta mañana o hace miles de millones de años. Ahora me da pereza ver y escuchar. Hace tanto tiempo. ¿Por qué he de decir lo que ya conozco? Lo que tú aún no conoces. Rayitas de luz en los ojos. Sonidos en los oídos que vienen desde los pies y desde la tierra, y suben por mi, para dar vueltas sobre mi. Un día, o no se cuándo se descubrió el amor (cuándo fue eso no lo sé). Cuándo alguien sintió pena por alguien. Cuándo alguien en no se donde pudo tener un ligero presentimiento, como si fuera amor. En qué año medido en años. No importa. Ahora he contemplado las señales que viene n del otro lado de la montaña. Un resplandor que se apaga y que va h

QUEDA TODA LA NOCHE.

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Marona bajaba al gallinero y acorralaba a las pitas y les iba metiendo el dedo por el culo, la que tenía cerca membrana dura la dejaba en el cobertizo de losas de pizarra del gallinero, las otras iban para la cuadra a comerles tábanos dormidos a las vacas. Para la jineta ponía trozos de cuerda en los agujeros grandes del mallado. En las paredes de la cuadra retacaba con papeles de periódico las grietas para que no entrase la brisa fresca de la mañana. Luego se marchaba carretera adelante con las dos lecheras. Por allí, por atrás, quedaban los castaños llenos de erizos como un túnel que se iba cerrando. La noche se plegaba detrás por algún sortilegio extraño de las almas. Marona caminaba despacio, hinchado el vientre. Las piernas zampeando levemente curvas. Había santa compaña reuniéndose en los tejos de la iglesia. Velas prendidas y luciérnagas de luz verde moviéndose como ventisca. Campanas imperceptibles rozando desde lejos. Un eco de bronce desgastado. Las coruxas i

TÚ LO LLEVAS.

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Nunca he visto que los techos detengan los sonidos. Los techos vibran. Ni los gritos que has dado, cobijado, aturdido, bajo la sombra de la noche. Los que diste angustiado a pleno día perdido en un cruce de caminos. Todos. Incluido los tenues gritos. Han huido. En no se que atmósfera diluidos. Los gritos de dolor, de amor, todos los gritos. Todos. Y el grito que en otro tiempo hizo tu mundo más estrecho y obsesivo. Los gritos que te humillaron enfrentados a tu rostro. Imperantes y mojados de saliva. Han transcendido al cosmos, mucho más lejos que tú techo. No se han perdido. Son eternos. Están ahí. No hay marcas escondidas. Ni rastros. No hay nada. No erosionan. Están Ahí. Y si acaso aún te estremeces por aquel grito desolado que te dieron. Por aquel otro que te hizo dar la vuelta. Y aquel otro que fue como una herida inesperada. Entonces. Es que tú llamas al grito que recuerdas. Lo llamas, y te estremeces. El grito resuena en ti. Y se repite. En ese caso. El grito de los gri

PORMENORIZADAMENTE

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He de decir que el pronóstico fue más grave de lo esperado. Me había estado preparando para recibir un pronóstico así y mis expectativas se cumplieron con creces. Antes de recibir el pronóstico estaba obsesionado con el pronóstico. Cualquier acto que hacía en mi absoluta soledad, o cualquier diálogo sostenido con otra persona, aparentemente acompañado, pero en el fondo en la más absoluta soledad, estaba rodeado de mis elucubraciones sobre el pronóstico. Recuerdo que algunas veces por la noche sentía el llanto de un niño que lloraba con gritos que me parecían llegar desde todos los lugares. Por las noches también estaba Ella dada la vuelta, yo mirando sus espaldas como si estuviera ausente de mí viviendo su existencia en otro lado del mundo, y yo no podía ocultarme dentro de aquella penumbra, le seguía dando vueltas a mi pronóstico. Había instantes en que elucubraba en qué momento del trámite estaría mi pronostico, posado sobre cualquier mesa. Así transcurrieron cuatro semanas con aqu

LO QUE ME ESTABA DICIENDO.

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Cómo gesticulaba y ponía la cara hacía atrás igual que si estuviese obteniendo un sublime placer. Aquellas muecas que nunca había visto. Se había afanado como en un reto a chupármela boca arriba como estaba. La había cogido con el dedo meñique levantado y le había ido pasando la lengua una y otra vez despacio. Yo sentí como unas ligeras cosquillas en aquella parte más sensible hasta que pudo sostenerse sola. Mi depresión cíclica no me permitía percibir sensaciones ni incluso en la piel más fina. Por eso ella había enloquecido teatralmente con aquellos suspiros inusuales, digo, inusuales. Con qué rapidez se había dado la vuelta y se había abierto las piernas invitándome a subirme sobre ella, y ni siquiera me había acercado a su coño, solamente mi piel quizás contra su piel; pero de qué, aquellos gestos grandilocuentes como si fuera una matanza, o una operación con dolor. Transcurrí sobre ella unos minutos indeseables pensando en lo triste de la existencia. Ella boqueando como un pece

ME RESULTA INDIFERENTE.

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Me resulta indiferente Junio, aunque no desmerece en alegría ni en tristeza. Hay rastros de algas de color vino sobre las piedras descubiertas por el mar en la escollera; melodías de una orquesta rumana de tres en el paseo. No hay, no hay final en la muerte del crepúsculo. Deseo que me ames por si acaso. Tengo que dar más vueltas para esperarte. Ya casi no atardece. Cuando vengas no sabré qué decirte, me resulta indiferente.

A TI.

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El pastelero de La Dulce tiene psoriases, dos manchas enormes en los codos, y el mapa de Oceanía en carne viva sobre el pecho. Se le ve un medallón chapado en oro sobre sus pelos blancos. -Hace sabrosos pastelitos de cabello de ángel que devoro-. Tía Remedios recoge de la calle perros con sarna, los cura, y hace mermelada casera de manzana que reparte por los super . Entre las uñas lleva siempre escamas, máculas de piel y azufre. Por las alcantarillas hay ratas calvas que husmean al amanecer antes de que despierten los coches. Se les ve también la carne viva. En el hospital hay tres hombres abiertos. Hay treinta punzadas. Dos rajados de navaja.Un aplastado a lo Pato Donald. Las pseudomonas se alegran por tanta puerta abierta. Las flores crecen de la mierda de conejo. Los perfúmense utlizan la apestosa secreción del hermoso ciervo azmilclero. Las mujeres y los hombres mueren a la intemperie, y están allí hasta llenarse de larvas y moscas verdes. Se les ven caras deforme

NO LAS SOPORTO.

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En el autobús me agarraron por el culo, pero no me dio más. No fue un agarrón exactamente, fue un manoseo. Los huevos ahora me cuelgan indecentemente, y la mano que me sobaba también me los acarició. El caso es que me dio tiempo a tirarle un pedo, pero la mano siguió allí manoseando y manoseando. El pedo ululó. Quiero decir que se fue por allí, de adelante atrás, y se fruncían los ceños. Los ceños se ponían de mal gusto o de mal a gusto. Los ojos encogidos, la parte de la nariz y el labio superior arrugado hacía arriba. Yo había aguantado el olor de varios perfúmenes. Yo había aguantado sobacos trabajados y desodorante incapacitado. La gente de las afueras huele a pura mierda, muchos moros, rumanos, y negros, muchos, indios muchos. Todos vestidos con acrilicos, apestan, los negros sobre todo, huelen a mierda de cabrón. -Esto que describo aquí, quise ponerlo de otra forma, pero no me sale con otras palabras. Es un hecho intranscendente de un viaje cualquiera desde el centro a

NO SÉ SI VUELVO A TENER MIEDO.

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Un hombre fuera de la nevera huele mucho. Un hombre a la intemperie, enroscado, es una crisálida y huele a hombre sólo, a piel transparente, a esa cosa que tiene el extravío. A esos olores que tienen los hogares de transeúntes, a esas transpiraciones que da la cobardía que nos ata a la vida por hilos transparentes e invisibles. Oler a no se qué que da asco. Me entiendes. Insoportable en el baremo de los olores dentro de la escala de las repugnancias. Los alientos, las exudaciones, las transpiraciones. La piel como una criba soltando flujos. Un martes es una circunstancia existencial. Un lapsus. No importa. No importa de qué manera el destino quiso este final angosto. No había amado bastante. O no había odiado bastante. Me descubrí una mañana de martes tapado con un dominical, por si había rocío. Era brisa. Las hojas aleteaban entre tres arcos ojivales y una maceta de flores silvestres. No sé como sucedió si en apariencia todo iba regular. Todo iba de esa forma con horarios habituales.

TANTAS VECES.

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A mi lo que más me pone es la vitamina B12, me la pone dura a lo texturon naturpiedra. Hidrosil: B12, B6, B1, quinientos microgramos, cuatro veces al día. Después del café con leche, a esas horas, antes del cocido de garbanzos, y después de cenar calamares en su tinta. No me la baja ni Dios, voy erecto en los transportes públicos. Se la meto a la parienta a las doce, a las tres y a las seis de la mañana. La parienta a gatas, en supino, y cogida a la persiana, suspirando. Por delante, por atrás, por los oídos, por la boca. Me corro en el zócalo, y le salpico a la suegra el coño, todo un peligro. Y sabes. Me salen unos poemas inspiradísimos, y escribo relatos con cierto sabor a cianocobalamina, desproporcionados, intransigentes, odiosos, impublicables, -si no pago de mi bolsillo su edición-. La Vitamina B12, me ha hecho un egoísta redomado. Así, como si me las sudaran los demás. Los demás me la sudan. Que te jodan, sabes. Sé que me joderias a mi. Te digo, tuve un mejoramiento atroz de

Y NO SÉ QUÉ HACER.

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Hay un preludio y no sé qué hacer. Fueron más de cien veces los intentos. Las gentes se inventan pareidolias mentales, poemas sin significado. No dicen nada. Por ejemplo: Estuvo dentro de mí y sentí el reflejo de su alma. Eso es media polla caminando por el coño. O mi alma se estremeció porque sembraba palabras habladas sobre mi piel. Eso es que le come el chici a boca llena. Por lo demás, no me cuentes abstracciones, dime lo que piensas, sinceramente. Si me das la mano, es eso, una mano grande que te aprieta. Y lo que sientes es calor, sinceramente. Y si me miras me alegras. Y si lloras el mundo se me viene encima. Y lo que queda después es la soledad y el silencio. Tengo un preludio y no sé qué hacer...

ERA DE EXPORTACIÓN.

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El párroco nos decía, hijos míos, el placer está en vuestro cuerpo. Abusar de él. Luego nos absolvía. Yo no distingo lo que es original o lleva conservantes. Ahora bien. Si te metes un pepino por el culo lo contagias. A mi señora yo le metí un pepino muchas veces, luego yo chupaba el pepino. Ella era y es mucha mujer. Buscábamos el mejor del invernadero, los de exportación. Y aceites superfinos para el acabado final. Por la noche yo le enseñaba a Paquita aquel pepino. Manoseado por cuatro moros indignados de Tetuán. La noche no tiene mañana ni tarde, es toda seguida después de la media noche. Nos entreteníamos con juegos excitantes. A veces por delante. Se abría de piernas como un saltamontes y le metía un pepino de exportación -el más terso, seleccionado-, suavemente. Le daba vueltas. Era muy curioso. Yo era como un doctor. Le decía: lo sientes, mi cielo, me lo trajo  Abdel , era el más grande. Dime si lo sientes, mi amor. Y cosas... como me amas mi amor. Y le entraba todo, algunas