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Y LLENO DE SOLEDAD.

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…y lleno de tanta soledad. …y lleno de  tanta prisa y tanta soledad, que me puse a comer una granada, pausadamente. Me dije que la galaxia más lejana y visible está a diez seguido de veintiséis ceros, medidos en metros. He de darme prisa desmenuzando la granada, he de reunirme en un ojo humano, en el ancho de una moneda, en el hueco de un cabello, en la inmensidad de un ribosoma, en el laberinto de una doble hélice de ADN; hemos de salir desde la altura de un hombre, y seguiremos el camino del rastro de una hormiga. La soledad tenía un amanecer hermoso. Dibujado Hércules con unos brazos muy grandes, arropando montañas indefinidas, llenas de tanta soledad en el medio de la prisa. Por el felpudo se agitaba un mundo finito, lleno de mundos infinitos, mi pie desnudo arrastraba, sin piedad, ocasionaba medidos cataclismos, pisoteaba universos llenos de amor. Sí, sin piedad, fatalmente… …fatalmente, me encuentro fatal de tanto pensar la vida. Ella  por el pasillo con sus trenzas y una dia

NO SÉ CUÁNDO.

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Hay acontecimientos que olvidas, pero de repente, cuando estás de camino a ningún sitio, los recuerdas sobrepasando nuestro entendimiento. Turbándonos. Esos recuerdos turbadores, esos recuerdos que nos hacen apretar las manos, apretar los ojos, para no seguir recordando. Me bulle pero lo dejo correr. Cuando te derrites eres como una vela, vas a medio centímetro del fuego. Mi padre llegaba con el cinturón en los pantalones y yo tenía tanto miedo que me diluía entre  la penumbrosa luz del desván, una claraboya en forma de ojo de ballena, por la que bajaba un cable de cobre que era la antena de la radio. Mi padre escuchaba la Pirenaica, era rojo , y todos lo sabían, así de inofensivo, y tenía un par de cojones en la cantina a pesar de la guardia civil, amenazante, un cabo rubio al que se le enrollaban los bigotes como los pelos de una mazorca. Y sabes, yo me quedaba quieto. Mi madre, la sumisa, hablaba bajo, y mis hermanas bordaban debajo de una bombilla, y con una bombilla dentro de

TIERRA NEGRA.

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Por los fríos montes de Valdueza al sol parecía que le habían dado cientos de puñaladas, se desparramaba el rojo, y la oscuridad que empezaba a llegar lo iba tapando todo como si fuera tierra negra. -Le di a las luces de cruce. Iba con mi camión Sava “quienientostres”, chasis Barreiros, cara asaetada. El caso, "chacho", es que salí de Ponferrada a las seis de la tarde. Me acuerdo que era enero; un trece para más señas. Tan frío que quitaba el cólera -si no espabilabas con orujo acazallado y un cuarto de café de manga, un guantazo, vamos, te daba-. Llevaba la caja del camión llena de jaulas de varilla, y dentro gallinas, ochocientas sesenta y ocho (exactamente), viejas gallinas sin timoneras, con el culo pelado enseñando la carnada, para el sacrificio. Tenía que estar en Benavente antes de las diez de la noche y descargarlas en una granja llamada El Ponedor, en la zona de los Negrillos. El Sava andaba de puta madre. Nunca tuve problemas. Parecía que llevaba piloto automático.

HASTA LA SACIEDAD.

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He olvidado cuándo lo he olvidado. Intento rememorarlo. Lo intento en todo lo que antecede, en todo lo que me sucede, en lo de arriba y en lo de abajo, en los lados, los cuatro lados, y si hay una tapa sobre mi, también la miro. Rebusco dentro de mi ropa. Algunas veces me paro por si sucede. De sentado, mis manos sobre mi cabeza: cerrados los ojos, abiertos los ojos. Con ese dolor de no encontrar lo olvidado, y ni mucho menos saber cuándo ocurrió el olvido. Siempre había una puerta entreabierta. Siempre. La profundidad de   un pasillo largo. Con los nudillos varias veces contra la puerta. Temerosos los nudillos. Algunas veces pasando la mano sobre la puerta, sólo ese sonido de roce que casi no existe porque es un mínimo gesto. Estaba allí sentado omnipresente. Le dije, sin saludarlo,   lo traía en la punta de la lengua y se me ha caído. Últimamente todo lo tengo en la punta de la lengua, es como si estuviera tan cerca (casi en mí), pero no está. Detrás e sus ojos la claridad de una

EN LA NADA.

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-Podrías haber sido tú. Son las primeras horas de esta mañana de Noviembre. Un ojo cerrado y el otro abierto y esa sensación borrosa que voy afinando hasta hacer nítida y cercana detrás de leves rastros de rocío reflejándose sobre los cristales. Abro ligeramente la ventana sintiendo un frío repentino, y cuando respiro el vaho se disuelve delante de mi cara. El césped del pequeño jardín comunitario tiene una fina capa blanca de escarcha. Casi veo nítidas los deshilachados de hielo sobre las hojas del césped. Muevo arriba y abajo el rodillo de la mira telescópica para poder alinear el impacto bajándolo levemente dos vueltas sobre los barrotes transversales de un banco. Cuando calibro mi rifle para irme de caza me siento detrás de los visillos y voy apuntando presas imaginarias. Voy dando vuelta lentamente a toda la manzana. Siempre está ahí. Ya me he acostumbrado a verlo, sentado delante del ordenador con un gato siamés al lado acurrucado sobre una silla. Esta secuencia

NO SE OLVIDAN.

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Fue una primera vez. Sí,tuve una bilocación. Esa transportación en que parece que estás en dos sitios a la vez. A este fenómeno se le unía aquella sensación de los días anteriores, en que la escala de Scriabin se hacía perceptible en mis entornos ambientales (sonido armonioso descifrado por colores), a saber: el do era como un resplandor de acero inoxidable, el re un blanco nacarado, el mi el azul más intenso del cielo después de una noche fría; y así sucesivamente con el resto de las notas del pentagrama. Tal era mi desasosiego cuando escuchaba el concierto para trompa número uno en re mayor (kv) cuatrocientos doce de Wolfgang Amadeus Mozart, que la corteza visual de mi cerebro, de alguna forma, excitaba las células receptoras de mi retina, desplegando virtualmente delante de mí un caleidoscopio de colores en tonalidades difuminadas nunca vistas hasta entonces. De los estados bilocados tengo noción desde temprana edad. Recuerdo que mi madre me observaba con cierto

GIRASOLES.

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La muñequita, un nudo de lana y ropitas de sábanas rotas, y unos arces con las hojas rojas que trasparentaban el azul como si dibujaran miles de firmas con lapiceros de colores. Una carretera muy larga por donde pasaban coches cada dos horas, un camión iba lleno de gallinas y era una prisión de gallinas, y los girasoles se daban la vuelta al medio día en aquel sitio en que la carretera era un badén y te podías suicidar cada dos horas si eras muy listo. Yo una vez te vi con una blusita que tenía una pajarita en forma de hélice sobre tu espalda, la blusa era blanca y tenía una mancha de huevo sobre un bordado de una casita que echaba humo; pero no me dejabas tú muñeca cuando subíamos a la carretera, y en la carretera esperábamos a que pasase un coche sobre el único cambio de rasante que había, la carretera venía desde aquello tan lejano que era donde empezaba el infinito. Me llamo (Beni) Benigno. Ahora mismo no estoy haciendo nada, no tengo ganas de hacer nada, no voy

PAPEL DE CELOFÁN.

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-Hablo de una Existencia. Era un blanco sin nada, y un día tras otro sin más. El infierno estaba sobre la endeble tela que contenía este universo. Todos los humanos desde el primer segundo en que un homo urdió la primera estrategia. Cómo hacer para conseguir comida inalcanzable de un árbol que tenía raíces en forma de tirabuzones. Yo ya meaba sobre las brasas del fuego cuando era niño, y salían los espíritus en forma de vapores que daban vueltas y te miraban. Todos los sacerdotes esquizoides. Un sacerdote manosea y abre los brazos, después de muchas ceremonias incomprensibles. Muchas veces mirando el azote del viento, los altos montes con una serpiente de llamas, las ramas estallando sobre los tejados. Meaba de miedo donde la iglesia tenía una piedra para rifar pollos en forma de cuenco. De arriba abajo la cal arrojada sobre la pared con ramas de pino, sin nada más que el blanco. Todos los muertos cogidos de la mano de una estrella a la otra. De día los nimbos en forma de tr

LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

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El éter y el aire. Lo que llamaban éter en aquellas circunstancias en que veían tanto azul, que en realidad no era azul, era lo que era, algo indeterminado, transparente o negro. O lo que se llamaba aire que estaba dentro del éter y permitía a las ondas llegar hasta donde se podía llegar por su resistencia. A ciencia cierta nadie lo sabía, nadie sabía nada de cómo era aquella propagación hace casi dos siglos. Considerando todo esto, el éter, y el éter mezclado con el aire, todo fue razonado como un cable infinito por donde podían circular ondas, desde ondas infinitesimales hasta una onda infinita, la onda de las ondas, quizás la voz modulada de Dios, si existiese, y que además vibraba, vibraba y vibraba desde los confines y hasta los confines, rebotando dentro de una esfera de diámetro infinito. El niño y el piano. Aquel niño tocaba el piano en una sala grande que daba a una campiña verde, por su ventana se veían rosales allá por mayo. Era admirable su facilidad para las

PARA SIEMPRE.

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Hay veces en que la tarde no se sabe cuándo empieza. Mirabas el cielo y aquí y allá había jirones azules entre un color plomo envejecido. En aquel momento una mosca fina de patas muy largas iba y venía sobre el plano de la televisión, dando vueltas de arriba abajo, de izquierda a derecha.No había mucho más qué hacer en nuestro mundo.Observábamos con cierta indiferencia las desgracias del telediario. A Koya la estuve viendo un año entero sentada a la entrada del Mercadona de Lozoya, hiciese calor lloviese o nevase o no hiciese nada el día, o estuviese el día parado, el día solamente claro, sin nada especial. Después de comprar el pan le dejaba quince céntimos de euro. Y yo me iba con el pan, daba la vuelta a unos escaparates llenos de baratijas, a una tienda de electrodomésticos, a un cerrajero que copiaba llaves, y me iba a mis escaleras que daban tres vueltas y media vuelta más, hasta una puerta con aldaba dorada en forma de puño , aún , y abría, y allí estaba todo el pasillo con

BOCA ARRIBA.

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Dedicame el tiempo necesario, le dije, cuando me desperté. Había soñado que el mundo tenía una máquina de gigantescas levas fabricando millones de billetes, y que, había tanto dinero que para comprar un caramelo de color rojo un niño debía llevar la mochila de la escuela repleta de estampitas, y que el quiosquero no quería calderilla, y que el quiosquero sólo vendía piruletas a cambio de billetes de quinientos. Eso las piruletas. Los donuts ni con eso. Me desperté y una pierna de Ella se había quedado sobre mi cadera, como la maleza de un torrente desecado. Yo como un tronco de abedul con la barriga blanca. Estaba sólo, sólo había sido un sueño, sólo. Cuando desperté no dije nada, estaba despertando, y otra vez sólo, estaba sólo. Estaba. Y qué. Hay historias que empiezan por otra vez tengo que salir a la calle. Hay historias que empiezan en un sueño y no terminan nunca. Hay historias que acaban y cerró la puerta. O, era una historia sin historia, un mínimo punto en un li

NI SIQUIERA EL MIEDO.

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Io le decía a Zeus, ven y fóllame. En una pausa. Los domingos por la tarde. Ocurría en octubre en el final de la tarde atardecida. En una pausa. Arropados contra el frío. No hay nada más hermoso que follarse, incluso sin amor, follarse, las piernas abiertas, o las piernas sobre el cuello, o dándole golpecitos sobre su culo, a golpecitos como a un tambor sintetizado. Por las tardes de octubre, cuando follas, sucede la metamorfosis, incluso de lado, incluso ella cabalgando, incluso ella posada como una mariposa, tan leve, como debe ser el inicio del final del mundo. Dame pan de centeno, aceite de oliva y vino tinto en una tarde de domingo de octubre de frió de atardeceres blancos de aves diminutas que en el crepúsculo se posan como equilibristas sobre las hojas infinitesimales y amarillentas de los pinos. Tú recuérdame. Vendrá la muerte a buscarnos a rescatarnos, nos acurrucaremos en su manto huyendo de la miseria. Ves a Júpiter como una estrella blanca cuando ya existe el púrpura.