AL ABRIGO DE LA LUNA.
Me había dado por creer en esas emisoras de radio que sólo emiten un sonido inicial de caja de música y luego números machaconamente repetidos. Creía también en lo que llamaban la impregnación del amor o el odio que queda en los lugares habitados de seres que se habían ido. En las figuras de niebla entre la penumbra de las estancias cerradas. En la levitación de objetos. En los males de las miradas. En no tocar ciertas manos, ciertos hombros. Llevaba años con esa sensación de que nunca estaba sólo, cuando en realidad sólo estaba mi cuerpo y el silencio, que no es del todo silencio. -¿Tener que creer en lo que no existe es una consecuencia del desencanto? Había muchas veces pequeñas estampillas como sellos de grandes de la Virgen de Regla perdidas entre las sábanas. Intentaba disimular en sus actos su obsesión por la santería. Más de una vez la había cogido en sus murmuraciones ceremoniales, a lo boca cerrada, mientras trajinaba por la casa. Sus caderas eran como las laderas sofoca