MUY ADENTRO.
Nunca pude saber a qué se debía aquella contradicción. Cada vez que se acercaba como turbada mi cuerpo se llenaba de gozo contenido, me estremecía. Al mismo tiempo mi alma se llenaba, inexplicablemente, de horror. Si los rayos de la luna tuvieran sabor diría que son insípidos, no recomendables para purulencias y eccemas tiernos, salvo que te hayas dado un ungüento de bruja bajo su manto plateado. No obstante, a pleno sol la romántica gonorrea es insoportable, así que me quedo a la penumbra de un olmo viejo agitadas sus amarillentas hojas por el viento. Como buen vividor estuve toda la vida husmeando detrás de una zorra. Fui persistente tras su rastro, su entrañable olor, y aquellas dotes de macho dominador que me hacía entrever inteligentemente con sus gemidos (cuando encima de ella escudriñaba sus gestos), o tocaba con mis dedos donde el húmedo gozo. Así fue todo. Desde la primera vez que me atravesaron sus ojos, destejió un ovillo encantado, con el que yo jugaba dándole p