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SI TE GUSTA.

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Vas por la calle y te huele a grasas y a refritos Y las gentes van con los corazones muy duros En los árboles hay pajaritos que no saben lo que harán durante el día Hoy llevo la cuenta de las veces que he meado van ocho (1260 ml) Si me muriera ahora mismo me iria al cielo con la raja del culo sucia Cuando llegué a casa y abrí la nevera me encuentro los cuatro estantes llenos de birras pero ni un gramo de comida por no haber no había ni un puto huevo y me dije pues a Don Pollo y me bajé por las escaleras y atravesé la calle y entré en Don Pollo y vi la maquinita al fondo con aquel olor espeso pesado grumoso aceitoso y el humo y una cola de cinco polleros delante y cuatro hileras de pollos dorándose cayéndoles aquella grasa espesa como de aceite de motor recalentado y le dije a la Pompa ponme ese grande y aquella polla la de arriba que me gustan chamuscados aunque tenga que esperar y luego la Pompa los puso encima de dos periódicos y empezó a darles machetazos y quedaron troceados pec

DESPERTAR.

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Deseo ser devuelta al punto de partida. Tuve un sueño voraz y frío. Después de tantos años viva, acabo de descubrir la amplitud de la noche . Era un presentimiento, como si no estuviera  allí. De repente le pareció estar transportada. No había navegado por el mar, no había sido levitada a través del aire, no se había apoyado sobre la tierra para ver la referencia de su desplazamiento; pero estaba allí. Al despertarse lo primero que vio fue su cara tapada mirándola desde arriba, el pañuelo girado sobre la cabeza, su rostro de árabe, su metralleta apuntándole la sien. El espacio era tan amplio que pudo contemplar toda la tierra con un simple giro, el amarillo ocre de la arena, ni un árbol, ni el más mínimo rastro de vida. El sueño había sido tan profundo, que su alma se había quedado en el otro lado, y ahora retornaba a ella, y ahora empezaba la realidad a tomar la posesión: era lo inmediato. Se ajusto un poco la arpillera que la separaba del suelo irregular para apoyar su cabeza, y s

SILENCIO.

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Acaso no lo recuerdas. El humo sube igual de frío. Y hay un halo entre la luz y la sombra, en los atardeceres de marzo. Y  aún hay unos ojos que  miran a esas montañas. Esclava tierra. Pobres mujeres. Pobres hombres. Se fueron cayendo las gentes unas en brazos de otras, sin relatar ninguna historia . Yo de ese trajín recuerdo como se mataban las truchas contra las piedras, la nuca de la trucha contra una piedra, y luego posarlas sobre una cesta de helechos. Los movimientos básicos que se hacían era cavar, plantar semillas, cosechar frutos, segar con una guadaña, andar detrás o delante de un arado romano. Todos estos quehaceres se hacían de pie o agachados. No había muchos quehaceres que se hiciesen en posición vertical, quizás varear erizos de castañas, pintar de blanco la parte final de las habitaciones para que quedase más blanco el blanco que tenían. El amor se hacía con la mujer a estilo perro en los lugares más inverosímiles, por otro lado ya conté como me quitaron  el frenillo

4 ESTADOS HACÍA LA LIBERTAD.

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1) Es la extraña sensación de que no te observa nadie. Encontrarme en el bosque es tener media huida conseguida. Entre el tupido de la maleza y de los robustos árboles puedo ver el edificio con sus altos y reforzados muros llenos de alambradas electrificadas, y el asfaltado intermedio por donde transitan metódicamente los coches de la vigilancia. Son apenas cincuenta metros los que me separan de la parte interior de los muros. 2) Vivir en el bosque y trabajar en el bosque. Cortar los árboles durante el día para hacer puntales, y descansar unas horas por la tarde. Llevo con el túnel desde hace veinte días. He tenido mucha suerte con la forma arcillosa del terreno, es fácil proseguir día a día unos palmos o varios metros, y sé que en una semana conseguiré entrar por fin en el edificio. Mi ansiedad y también cierta alegría van en aumento cada día que pasa. 3) Por el trayecto del túnel, y por su longitud se que he pasado la primera alambrada, la carretera intermedia de

OCLE.

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Dame un poco de pan de centeno mojado en aceite de girasol. Ábrete de piernas, ya mojo. No me hables de tus huesos. No me digas que no doblas. Que te duele todo. Eres una pelleja de  mierda. Pero no sé como llenarte. No me olvides. Méteme el dedo por el culo, dale vueltas. Dime algo, por qué meo tantas veces. Tu potorro me huele a rodaballo. Y me da paz. He de morirme lleno de su sal, y quedar momificado. No deseo que me arrojen al mar. Tu ya eres como el ocle.

TE VALE.

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Es el día de hoy en que Superman no sabe por qué vuela el hijoputa. Nos habíamos metido cuatro Happy Meal, porque se acababa el mundo, allí mismo, queríamos morir antes, suicidarnos, en este mundo, me pasó con su boca juguitos de kepchup y restos de patatas, mientras le frotaba mi pie descalzo contra sus bragas, a intervalos –braga arriba, braga abajo, braga a los lados-. Y es que se acababa el mundo, estaba anunciado a las ocho horas de la tarde. Fuimos a donde el parque de los niños, seis mocosos, carne de cañón, hijos descalzos de su puta madre, hijos de todos los hijos, que así venimos, hijos de su putopadre, hijos hirientes, hijos del amor, hijos de Satanás, hijos bendecidos, hijos ya vencidos. Se bajó las bragas sobre un tobogán, y tuve que chuparle mostaza abandonada en el mismo pirulí del clítoris, y los niños nos miraban, como si fuera una tarta de cumpleaños, un resto de color mostaza en forma de nata montada. Un happy verdy entonado por eunucos, sonaba. Ella así tumbada. M

BILLINGS

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Le hice el método Billings con mi boca, y su sabor era a caldo afrutado, tenuemente floral, herbáceo a sementera de ballico, tostado como el café torrefacto, espaciado en textura como la taza blanca de un inodoro, limpio como la mesa de un político, y de muy compleja intensidad. Lo paladee sobre el borde de mis labios, escupí un resto sobre el cuenco de mi mano, y aprecié el color, la sutil transparencia, el nítido brillo, la intensidad en su tono, los matices del pigmento como un piélago del mar, sin formación de burbujas, sin acidez lastimosa que hace rechinar los dientes, con sorprendentes impresiones dulces y restos azucarados. Sin duda alguna era materia para la vida, la mitad de un cuerpo que me llamaba para existir. Y cuando saqué la boca de su coño, se lo dije: Amalita, este es el momento Billings. Coloqué un almohadón blanco de plumas de codorniz debajo de sus alas. Elevé su culo con mis manos. Aprecié los estambres los peristilos de su coño lleno de mucosidades. Y me preci

CONMIGO.

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Sólo eres lo más inmediato de un pensamiento. Al final de toda una vida te define el último impulso. Nunca sabrás, después de muchas cábalas, cuál será la última palabra que pase por tu mente. Tampoco le   podrás decir a nadie, cuál fue la última vocal, pensada, antes de tu muerte. Me quedo aquí sentado porque tengo que sentir algo. Ah, sí; creo que sí, tienes que sentir algo. Llevo tiempo esperando a que se abra el paso a nivel y no paro el motor de mi coche. Los pasos a nivel son circunstanciales, tienen algo de laberinto, son dos maniobras a izquierda y derecha, ingeniosamente vertiginosas, y te cuelas, quizás sientas los pitidos si alguien está esperando detrás de ti, pero sabes que no son para salvarte la vida, en realidad se está cagando en tú puta madre porque eres un cara y has pasado, con un par huevos, y ellos se ha quedado allí dentro de aquella aburrida ceremonia. El día es de esos que invitan a la nostalgia, es el tararín tararín de la radio, y un cielo que lleva d

PENDIENTE DE PRADO.

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Elucubraba en una posición tremendamente inestable. Mientras la inmensidad se había puesto de un tono gris donde antes había plena luz. El tiempo había pasado, había pensado ( circunstancialmente los pensamientos llevan tiempo, pero cuánto ). En aquella posición me dije, es cuestión de un impulso. Hay ciertas leyes de la física creadas por el hombre que explican lo que, acaso, no ha creado el Sumo Hacedor: la gravedad en el sentido de atracción hacía abajo y hacía los lados (hacía abajo le dicen peso). Como yo estaba sobre un plano inclinado había una línea de fuerza hacía los matorrales varias decenas de metros hacía la profundidad del todo, el todo era un límite en donde terminaba aquel abismo inmediato. –Alguien puede pensar en el infierno, pero no era el infierno, al otro lado había ocho vacas pintas-. Fue cuestión de una reflexión, me impuse aquella reflexión, déjate ir de forma secuencial, una vuelta a otra vuelta y así a otra vuelta que lleva a otra. Me encontraba fe

NO TENÍA NOMBRE.

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En su día 21.170 la delató la mirada. Lo de antes nunca es igual que lo de ahora. Hablo del último decenio, limitado por dos acontecimientos cualesquiera. Por la noche siento su espalda en un sube y baja. Y hasta cierto punto no sé si debo pensar más, y darme la vuelta. Empezó con un zumbido en los oídos y acabó hablándole Dios. Son esas cosas que a veces nos pasan cuando estamos desbordados. También solía llevar el mar. Y siempre preguntaba si hacía frió o calor antes de salir a la calle. Pero sobretodo siempre preguntaba dónde estaba el mar. Se desorientaba. Me llamo Rita. O me llamo Concepción. O Paula. O Encarna. O Amelita. Doblando las esquinas como un cuento de niños hecho de cartones de colores. En los oídos una escalera de caracol y muchas pisadas. Pero siempre el mar como una plancha en calma de diferentes tonos en la atardecida. Resonando las olas. Dios y a veces todos los arcángeles allí dentro. Rita, abriendo los ojos sobre los árboles que retuerce el verano. Globos en el

OLOR.

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Siempre queda un rastro indescriptible, con todas sus vueltas. Sigues el olor, aprecias su significado, y te obsesionas. Mi padre siempre follaba a mi madre sin calentarla primero, y ella vivía resignada. A pesar de todo salimos ocho hermanos, tres varones y cinco hembras. Mis dos últimas hermanas decían que no eran del mismo padre, pero nos quisimos igual. Mi padre cuando murió quedó muy natural. Le cruzaron las manos pero no le pusimos escapulario. Siempre nos decía que si lo quemábamos se nos aparecería. Lo quemamos y que yo sepa nunca se nos apareció del todo, que yo sepa aún del todo aparecido, a lo natural. Para aquella ya habíamos venido para Oviedo en el coche de línea, y a la gente que se moría ya se la podía quemar si estaban bien muertos. No sé si mi madre volvió a follar con otro, lo desconozco, no era de mucha mano. Estuvo de negro un año y medio, antes también había estado de negro, de negro o con ropa muy oscura, asombrada. Mi madre siempre me olía a alcanfor y a estié

EL RECUERDO.

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Si te queda el recuerdo, aún cuando te mueres, te estás  gestando. Y creces mientras respiras. De todos los abrazos hay uno que te impresiona, la previa contemplación nada que se parezca a lo brusco a los incomprensibles olvidos. La mano que sobre tu espalda se arrastra, como limpiando las cosas. Hubo una reflexión antes de abrazarme a ti, estuvo lo tenue, el silencio en su apogeo y un instinto sin preocuparme por el previo concepto de las partes. Sólo un instante,  el olor de tu cuello, una sombra verde sobre tus ojos el efluvio infinitesimal de una rosa, mi cabeza sobre tu hombro la primera vez de estar abrazados. Y al separarte  aquella sonrisa, en forma de posesivo contagio. De todos los abrazos siempre hay uno excesivo en sus efectos, absoluto, en su  previa contemplación, sin fecha para el olvido indemne para el recuerdo.