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SOBRE EL SUELO.

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Me había figurado luchar con el ángel, fuerte, excesivamente   enérgico, maduro, vestido con bata de boxeador. Antes habíamos vomitado cada uno por su lado. Mi ángel con ulcera de estómago sobre mi grupa asomando la cabeza por mi hombro. Cuando llegaba mi hijo, en esos instantes previos a su llegada tan agitada, el ángel se me subía a la grupa, y los dos deambulábamos con tremendos nervios en el estómago. Ni que decir tiene que mi hijo entraba sin hablar, imperante, dijéramos sospechosamente dominante y agresivo por la abstinencia. La secuencia era la usual, a mi me sujetaba por el cuello y yo balbuceaba con ese tembleque de los ancianos, el ángel me abandonaba y se subía a él, dada la parte ocupada por su brazo. He de decir que mi hijo no tenía ninguna contemplación y sospechaba que el dinero estaba cambiado de sitio, y no entraba buscando, entraba a horcajadas sobre mi cuello, donde el ángel, con sus alas debía de volar hasta los anaqueles de la cocina, cerca de un boti

ANTES.

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El epílogo es un modo de final. Tomada, a duras penas, la decisión de acabar. Arrebatos de tristeza, aún existen, a borbotones, nada lineal o uniforme que te desgaste como el mar a una piedra, (la forma de una arista es su desafío). Ya no cuento los pasos, pesadamente   en su zozobra no concluida. Nunca. La mitad de las veces con la vista fija. El total son ocho, y una encrucijada. Y de tanta dimensión que es, rebosante de vacío, por un final tan inalcanzable. Me sorprendes en plena meditación. Antes que todas las partes se pongan en marcha. En su aventura hay un riesgo meditado: dos sillas victorianas y media estatua de un rey negro. Es mucho mejor que me aprietes por la espalda, si quieres escuchar lo que se mueve. Que si te siento debajo del cielo (amplio, o eso, la inmensidad), posado sobre un extremo lejano, por un solo punto en equilibrio, como un paraguas dibujadas nubes, y azules, y un rastro de avión en dos vueltas como una filigrana. Dispuesto a oprimi

HASTA EL FIN.

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En tu compañía o en otra, me es indiferente. Entre una larga pausa, entre un extremo y otro, sintiéndome un ser anónimo. Todo lo que has sentido tú, lo que has pregonado tú, todas las frases hermosas que has hecho sin un sentido claro. Lo construido por ti, lo andado. Lo que te pareció feo o hermoso. Tu mano a veces en forma de golpe,   la ira, y en un   segundo la tierna levedad. Siempre entre un ritmo y otro ritmo, entre dos sensaciones, dos sabores, dos caricias. Entre un millón de hombres y mujeres, entre dos instantes inmediatos. Sé que al despertar retorna el vacío, y he de ordenarlo con los ojos abiertos. Entre dos miradas a lo lejos y aquí cerca. Donde mis pies reposan esperando elevarme con tu ayuda. Vuelto hacía arriba, por encima de mi rostro. Descontado todo lo intranscendente de mi, se queda sólo un resto de osadía. Reflexionando entre dos vivencias. Nada que ocultar. Donde quiera que suceda el despertar. Sólo con la longitud de mi brazo, in

LANGRANIANO.

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Después de un sueño un tanto sobresaltado, esperaba noticias sin saber a ciencia cierta, si habría originado alguna acción, o causa que ocasionase recibir noticias. Yo estaba sentado esperando un gesto de alguien, un acercamiento a mi posición típica de esperar noticias. De tanto tiempo sentado aquella mañana soleada solo podía observar cientos de gaviotas locas por sus vuelos vertiginosos, y una calle empedrada que dejaba ver al final un trozo de mar calmado. Yo sabía que era el ambiente idóneo para recibir noticias, sin, aún, saber ciertamente qué día debería suponer que fuera, indistinto para recibir noticias buenas o malas. A eso de las once de la mañana, ya subido el sol, mi sombra se había encogido y ya no tenía forma de silla con un cuerpo reposando, era sencillamente una forma geométrica que debías imaginar como mi sombra rodeando el contorno de mi cuerpo, sin más particularidades. -Fue entonces, cuando comenzó el instante que os relato.. A esa hora que comento, que vi

QUE CONOCÍ.

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Por exceso de contemplación, entre dos instantes inmediatos, puedes suponer un abismo lleno de tiempo. Algo insalvable. Por investigaciones llenas de cálculos se sabe que un momento trágico puede ser toda la vida en la plenitud de un mínimo segundo. Precipitada una hoja en silencio sobre tus pies, en un desafío. Las golondrinas que ves volar tan alto sin una ley que descifre, sus zigzag. Los recuerdos que te llevan al ser amado de hace días, cuando coges otra mano de hace años. Contemplar en soledad y esperar una sentencia imaginaria sentado sobre la piedra que más sobresale hacía el vacío. Imaginarte, el tiempo que en que los caballos blancos tenían alas, y no pesabas. Sé que el exceso de contemplación me hará sumirme con la cabeza entre mi vientre, las manos sujetando mis pies esperando un vuelco, y la sensación ingrávida en una levedad. Desde la mañana contemplo todos los sucesos, casi son toda mi vida. Una maraña de sensaciones, los abrazos, la plenitud d

Y A SALTOS VAYA EL CORAZÓN.

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Todo se basa en quitarte la sal. Sal de la boca. Sal en   el corazón. De alguna forma la sal que transpiras, dulce la piel cuando besas. Sin sal en las manos cuando te toco. El cielo limpio, sin nubes que lleven sal. Me da que desde hace horas no huelo a Mar Muerto, sin sal para las moscas, insípido para los gusanos, el dulzor de las miasmas   que se diluyen en las oquedades. Me acojo a ti que estás en esa mínima vuelta, al dar la vuelta tu espalda. Desnuda, inmaculada, inmensa como el salar de Uyuni. Mi brazo te amarra y te sujeta casi sin ver el infinito mar blanco. Tu cuello en forma de mundo redondo resbalando una gota a mi boca. Deseo buscar tu densa piel y flotar sobre el valle de tus vértebras. Entre tus piernas una salina de  sal. Tres bocanadas de aire, y volver a descansar   sobre   tu espalda, apretarte hacía mi. Para   latir más fuerte. El pan que me entregues, con dos puñados de sal. Dame tu sal en mi   boca. Y a saltos   que vaya e

SEGUNDOS.

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Deberías reflexionar si preguntas la hora a un desconocido. Ante la duda y la sorpresa lo inmediato se presenta  en forma inexacta. Entre el gesto de interpretar la pregunta y su mirada, y luego su amable contestación. Ante la duda si es cierto su tiempo marcado. Las ilusorias marcas progresivas en que él cree vivir, dando por cierto su ritmo en la vida. -Incluso, si su reloj estuviera en su pulso descompuesto, los gusanos horadando sus orbitas, existirían ciertas dudas en la certeza de su tiempo transcurrido- El que te pregona el tiempo es un iluso, no alcanzo a sonreírme por vergüenza. Debería quedarme quieto y dudar de su verdad. Otear en qué dirección me propongo el desplazamiento. A veces harto de hacer el recorrido de los olores, del tacto, de los colores, de los sabores, o por otros lados, caminos polvorientos que me llevan a colinas lejanas por varias vías y direcciones que debo elegir. Escogí hacer con mi navaja  un trozo de vara con una punta que apoyo

DESDE ESE PUNTO.

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Te ofrezco un párrafo, algo cruento sin mucho significado. Hay migas de ayer en todo el fondo de la mesa de mármol. Me he dado la vuelta muchas veces detrás de ti. Sobre tu cabeza mi cabeza, sobre tu espalda mi brazo, rozándote. Ahora que hace sol descubro los bordes amenazantes en vértice y las malas noticias. La sombra nueva entre dos rayas paralelas de penumbra. Y rozándote. Rozándote. Mis partes me las toco en la ducha o en el bidet buscando algún bulto. La mano me la paso por el culo varias veces, deambulo bajo los brazos, entre las piernas, en el cuello mis dedos en forma de punzón.  Mi padre tenía una hernia como dos puños y por las mañanas se ponía un cinturón de cuero con dos topes de madera a modo de faja, tiraba árboles, arrastraba troncos, daba puñetazos a las mulas, tenía el culo lleno de almorranas, cuando se apartaba para cagar venían cientos de moscas brillantes al festín de color betún. Algo muy malo lo pudrió para morirse. Por la nariz un rastro

EL EXPERIMENTO.

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Habiendo pasado sólo una hora sentado sin ningún efecto nocivo. Habiendo razonado mil veces que he de dar vueltas y vueltas para encontrar el final. He perdido la confianza de que esto sea un espacio abierto. De que yo pueda comprender, que con un leve impulso de una manilla abriré una puerta y podré salir en libertad. Dónde están los límites razonables. Desde dónde hasta dónde. Sabía que tenía que abandonarlo a su suerte. Lo veía sobre aquella perspectiva dentro del laberinto, caminando de un lado al otro sin ninguna coincidencia estadística que me hiciera mantener un nexo para identificar, alguna costumbre suya que se repitiese más de tres veces seguidas. Andaba y andaba con sus manos en los bolsillos. No diría con la mirada perdida, pues las paredes de madera apenas le dejaban una mera lejanía, quizás la esquina que doblaba para encontrar otra esquina idéntica con aquel color azul,  idénticos los bordes protegidos por una codera de cuero marrón. De sus sensores podí

ESPERA.

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De lo furtivo escojo los instantes en que debo vigilar todo movimiento, si hay riesgo, el temblor de mi corazón, las manos húmedas y frías. Los instantes posteriores en que debo acercarme a ti y recogerme en tu cintura. De estar sólo y desamparado escojo mis razonamientos. De por qué no he de suicidarme aún, y luego, el método de la devastación, entre lo endeble, lo leve, lo incruento, o lo trágico, si debo posarme sobre el mar. Otros momentos son de extraña reflexión, cómo he de hacer, para proseguir caminando sobre las brasas a esa velocidad en la que el dolor del fuego no te rinde. Existen momentos en que estás tú en una escena de espejos. Desde que eras una ilusión con un pañuelo azul sobre la cara. O el momento que ya no eres grácil, de ritmo olvidado, apenas caminando en tu torpe y viejo avance. De todos los fenómenos elijo cómo llegar antes. Y qué hacer si tengo miedo en  la espera. Mientras tú llegas, para mirarme con tus cansados ojos.

HASTA EL OMBLIGO.

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Los domingos más allá de la amanecida,  la Galana rumiaba desesperada soltando un rastro de vapor que se iba disolviendo en la fría mañana de primeros de mayo. Cuando se abría la contra de arriba quitando una tranca cuadrada de madera de roble, que encajaba en los extremos, un aire denso salía despavorido de la cuadra. Arriba la tía Paula mezclaba agua caliente y fría en una palangana que tenia un coscorrón, y se levantaba las enaguas para restregarse con una toalla por entre los brazos y las piernas. Yo la observaba por una rendija de la puerta que daba al pasillo, y me metía la mano entre mis pantalones para frotarme y conseguir el inicio de una paja allá por la siesta arriba. El Bouzo estuvo abajo dando voces, esperando como un cuarto de hora, llevaba debajo del brazo un atadillo de cuero negro envueltas dos navajas de de arco muy afiladas. Vestido de pana gastada y botas de goma, oliendo a cuarterón y a orujo de uva. Abrieron la puerta de tajadera que daba al final del pes

LOS LÍMITES DEL VIAJE.

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Me marco pasos para ubicarme. Son efímeros en todas direcciones. Sobre mis pasos. Cada uno es una aventura. Otra vez sobre mis pasos. He vuelto a donde una cuartilla en blanco. El abismo sucede entre el vacío de los brazos, y lo que hay entre las manos abiertas. Por cada borde dibujado un festón en forma de hojas de geranio. Llevo un tiempo a este ritmo, sin ninguna razón. He vuelto a los lugares despoblados. Poco espécimen de mi género, cada uno a su aire, aún locos. Como si fueran sembrando con las manos. Aún sus cabezas en alzado, sus brazos: uno, dos, tres, a veces girando. Dando vueltas sin saber a dónde recogerse. Su ritmo decrece y crece, reposa. Tengo que decirte que debí comenzar con este pensamiento tan preciso. El punto mismo de partida. Un paso y otro hasta dónde. En cada imagen que captas lo mágico es la luz, no me des la eternidad del instante. Y en cada paso dado, sólo la paciencia del avance, aún reptando. Incluso. Sin saber los