EN UN SANTIAMÉN.
A veces en la escuela allá por noviembre encendían una estufa en forma de tubo, y de la estufa también salía un tubo en forma de tubo mas estrecho, y el tubo subía recto, luego se curvaba e iba recto otras vez a través de un cristal. A veces quemábamos leña de roble y olía a árbol duro, a árbol que tuvo miedo. El maestro olía a antibiótico y a cuarterón. Cuando me daba una hostia en la cara no recuerdo a qué le olía su mano, veía las estrellas. Dictaba el maestro trabalenguas, de esos que la lengua no sabe a qué atenerse y hay que aguzar mucho el sentido del oído. A veces yo tenía dos gomas, una blanca y otra azul que ponían Milán, y colocaba una goma encima de la otra, y como en el borde de la mesa había una curva me ponía a jugar como a camiones cargados de fruta, y arrumbaba, mientras el humo, ahora, casi trasparente se iba para el cielo llevando todos mis pensamientos. Yo me veo así, flotando, desde un lugar que me huele a pulpa machacada, y este recuerdo