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TE LO DIJE.

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Después de haber deambulado mucho tiempo. En algún momento preciso recordé que ya era la hora de darme la vuelta. Sugiere la puerta que la abras. A lo largo de todo el silencio, en su vuelta, te enseñará el espacio al que perteneces. Es sublime. De improviso no recuerdo a más de cuatro desconocidos, a más de tres conocidos. No sé si debo cerrar tras de mi todo el espacio sobrante. Y habitarme. Es muy sublime la desproporción. Dentro de mi no hay nada, fuera de mi no puedo abarcar lo que existe. Siempre la inmensidad. De un tiempo a esta parte presiento a los ácaros al entrar, cómo se esconden, inapreciables, si estuvieras tú al fondo, al lado de la cómoda, tu cabeza en forma de hormiguero, el tronco, las manos. Sublime esta percepción de ver lo microscópico. Incluso. Cómo creces desordenadamente en tu interior. - Te lo dije. Mira, te lo he dicho. Por la moqueta lo que vive al caminar suena como si pisaras nieve. Mis pies un contorno de

BESOS.

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No hubo nada de particular. Lo que llamamos silencio. Caminábamos alejándonos o acercándonos. Creo recordar el instante. Algo impreciso. Incluso, cuando su boca estaba a dos dedos de mi, en todos los sueños de las noches transcurridas, su boca tan cerca de mi de forma misteriosa. Un día, o un lunes. Hubo flores nuevas. Nos cruzamos veinte veces, y una vez coincidimos con los brazos abiertos. Estaba sobre el cielo toda la luz que ven los vivos. Sus bolsillos llenos de papeles rotos. La arrimaba contra mi. Éramos humo. Quiero decir como si no existieramos. En un péndulo de reloj dorado nuestras caras juntas por un instante. Marcando un momento. Como dije, luego fue su boca que había llegado del otro lado del mundo. He perecido, soy lo que no se abarca. Pero vuelvo a la vida los lunes, a este pasillo, sólo por celebrar un beso.

OLVIDO.

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No puedo expiar ningún pecado. Lo sensual era por obra y gracia. Y estaban aquellas flores y todo lo que era hermoso.Una ventana. El cielo irregular. Podría apretarte todos los días cuando sea domingo. Sin prisas. Y buscar nuevos enigmas debajo de la mesa. En las estanterías. Los pensamientos que nos invitan a la memoria. No hay reglas invariables en nuestras secuencias. Hace una semana otra vez aquí. Dispuestos a emprender el viaje por el mar Amarillo. Hubo una vez. Un beso. Lo recuerdo. Otra vez alas. Y otro beso. Uno diminuto y otro grande. No debo rezar en este infierno el pan nuestro. Nada nos es dado que no vaya a suceder por un designio. La soledad, no el silencio, la soledad. Otra vez las manos. Acaso, y cosas de los ojos. Cuando comprendía que era para amarnos durante un tiempo. Toda la vida, nunca. Otra vez como, así, como vienes hasta mi hombro hac

LABIOS.

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Todo se basa en la inocente ausencia. Como una cúspide apoyada sobre su parte angosta. Todos los pensamientos tienen en el recuerdo la ausencia. Y en sí. Recreada. Es como si tu mano dibujara su forma. Tan sutil. Me acoges en ti en las horas desproporcionadas en que he de mantenerme en equilibrio. En el sentimiento de ausencia no hay ninguna dicha. Se cumple la ley en todos los fenómenos inexplicados. Sin presencia absoluta. Te recreas. En todo. Con cierto dolor. S ó lo en la noche. Te percibo. Como dibujada sobre las sombras. Casi nítida. Excesivamente necesaria. En la perfección. De un dedo minúsculo recorriendo el surco de mis labios.

TU ESPALDA.

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Ves la yedra. Que me abraces de esa forma para dejar la marca, sobre la pulcra piedra. Envuelveme. Dame eso. Varias vueltas hasta el cuello. Un leve rastro para saber volver sobre mi mismo. Nunca lo inmenso. De lo lejano sólo un poco. Nada de multitudes. Tengo que saber que puedo abrir la puerta. Quiero. Tu boca abierta en un gesto dulce. Lo inmediato. Dime: voy a bajar por aquí si tú me dejas. Todo lo que es vida en esa orilla. Agua mansa como una mano lenta. De los recuerdos de sólo un segundo. Hubo un muerto. Olvidado. En este momento mismo en algún lugar. No tan lejano. Y tengo miedo de todos los segundos. Yo quiero quedarme contra tu espalda. Aun. Caliente. Escondido y cobarde. No valgo nada si no descanso sobre tu hombro. Los labios. Dando besos que desparecen en un instante. Como un secreto. Desde ese lugar hasta al otro donde tu cuerpo acaba. No hay más. Un millón d

EL TAQUILLÓN.

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Me entra tú cuñado Julián como un perro de presa, tiene cara de mastín rapado con ese anillado a lo cerdo fociquero que se puso en la nariz, y me dice lo de que era tonto con diploma, oyes a mi tú no me faltes, tú cuñado va de listo o le remueve tú hermana el espíritu de mal fario, sí sí sí, y también te digo que a mi tú hermana Brígida, la de Francia, me lo dijo claro, y tú que eres la hermana mayor también, tan claro como el agua, pásate por casa del tío Pablo y pon en el Cero para vender los muebles de nogal, así fue como se me dijo, textual, y tú que eres la mayor, y mi parienta, deberías de poner orden. -Me repateáis. Yo no soy ningún chorizo; chorizos en tú puta familia de ovejos. Yo a casa de tú tío Pablo entré dos veces: una cuando lo encontraron muerto, y otra cuando fui para poner el anuncio para vender la cómoda y los dos armarios de la habitación grande, el resto se lo llevó todo el mastín, chica, si no dejó ni un triste vaso para beber agua; arramp

ES UNA GUARRADA.

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T engo una prótesis de cadera, dos puntadas en el promontorio del isquion. Doce fistulas interesfinterianas, sin abuso de terceros. Por decir algo para este medio poema. No me vengas con vaginitis. Apriétame. Sácame la leche. Otros vivos se encaminan sin tropiezos. Marchar, no. Mejor quedarse. Ninguna aventura baldía, nada. ¿Cuántos instantes antes del silencio total? ¿Toda reflexión implica pararse para pensar? Paseate con el dedo por todos los acontecimientos recientes, no encontrarás uno saludable. Y por qué todo aquí entre mis manos, sin poder hacer nada, hablando y hablando. Hablándome. Antes de ayer estaba en la misma posición, y ayer. No sé en qué tiempo debo decir amor. Las pequeñas pausas me desconciertan. Cómo van a proseguir después. Con qué tema. A veces me quedaba en la cocina después de tomarme un café con leche, la radio puesta y la cabeza entre las manos, y los codos apoyados en el mármol de la mesa. Me daba que pensar, un día

EN UN SANTIAMÉN.

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A veces en la escuela allá por noviembre encendían una estufa en forma de tubo, y de la estufa también salía un tubo en forma de tubo mas estrecho, y el tubo subía recto, luego se curvaba e iba recto otras vez a través de un cristal. A veces quemábamos leña de roble y olía a árbol duro, a árbol que tuvo miedo. El maestro olía a antibiótico y a cuarterón. Cuando me daba una hostia en la cara no recuerdo a qué le olía su mano, veía las estrellas. Dictaba el maestro trabalenguas, de esos que la lengua no sabe a qué atenerse y hay que aguzar mucho el sentido del oído. A veces yo tenía dos gomas, una blanca y otra azul que ponían Milán, y colocaba una goma encima de la otra, y como en el borde de la mesa había una curva me ponía a jugar como a camiones cargados de fruta, y arrumbaba, mientras el humo, ahora, casi trasparente se iba para el cielo llevando todos mis pensamientos. Yo me veo así, flotando, desde un lugar que me huele a pulpa machacada, y este recuerdo

FORMA DESPROPORCIONADA.

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He cambiado tantas veces de refugio por la esperanza de llegar siempre a pie. La misma ciudad conocida más allá, sin una descripción exacta. A veces el sueño me viene en esta postura de codos apoyados, las grandes dimensiones a una distancia de un brazo de unas migas de pan. A la inmensidad le cuesta entrar en ti, de alguna forma en mi, sea de noche, sea de día, el otoño ruega por nosotros en su sacrificio todo derramado sobre la tierra, el frío azul tan lejano, la pútrida hojarasca hacía el negro, las manos frías envueltas en si mismas. Hay flores abiertas, olvidadas, que nos miran, y si te das la vuelta, dan la vuelta. Gorriones que aprendieron a picotear sobre el asfalto diminutos guijarros , llenos de hambre. La inmensidad es demasiado, incluso para la muerte de los patriotas, de alguna forma, de alguna forma desproporcionada. Nuestro encuentro a las catorce horas de resucitar. Yo soy el que va conmigo y contigo en compañía. Alejar

POST MERÍDIEM

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La lagartija, partida en dos, moviéndose las dos partes. La lagartija sin cola en línea recta sin timón. La larga colita dando tumbos algunas veces avanzaba. La larga vara de avellano con un leve rastro de sangre fría esperando la decisión. La parte de la lagartija que tenía cabeza y vida, impulsando la cola unos metros sobre la hojarasca, esperando que sus movimientos fueran a menos, como así fueron a mucho menos, hasta que casi no fueron nada, en un gesto curvo su espera. Lo abandoné todo y proseguí. Yo veía el sol en todo posado, y apreciaba las sombras en todo lo que estaba a merced del sol. De una forma u otra la ladera era entorno a un monte descarnado a veces, otras veces lleno de brezos con insectos de muchas clases, haciendo volanderas sobre flores del color del vino. No sabía que había salido de dónde. Ahora lo recuerdo. No sabía si subir o bajar o ir hacía los lados, no sabía si al tomar una dirección cualquiera retornaría al lugar original. La la

VALGA LA REDUNDANCIA.

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El sacerdote había apoyado la cabeza sobre mi hombro. De mediana edad, vestido a la antigua usanza, desprendía cierto aroma no identificado, podría ser como un leve rastro de olor a tabaco, o a detergente. Aquella postura que en un principio me parecía con cierta sensación deshonesta se me hizo pasajera cuando empecé con mi catarsis, hablándole de mi adicción al Facebook. En principio el no entendía mucho, me susurró, sí, claro, he oído hablar sobre las redes sociales, sí. Luego le comenté mi dependencia desmesurada a estar delante del ordenador viendo como pasaban imágenes, comentarios, argumentos a comentarios, mi estado casi de excitación cuando me aparecían mensajes privados. También le comenté que mi adicción se había pasado al móvil, en todos los sitios y lugares estaba pendiente de lo que por allí circulaba, si era referente a mi o referente a otros. En fin, mi conclusión para que el padre lo comprendiese con un dato estadístico fue el decirle: mire, de un día co

RAZONABLE.

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No es que en la garganta te sientas atragantado por los cojones. Sólo regurgitas ciertas palabras de amor un tanto olvidadas. Un extremo era estable, el otro también. Por el medio muchas turbulencias. Recorrimos juntos la millonésima parte de un Meridiano. Pero un día que hablábamos de geodesia. -a las 2.280 horas de habernos conocido-, fue aquella mirada sublime por lo turbia. En las cosas del espíritu no caben los ejemplos. Y además hacía frío sobre los estómagos. Hoy es el día internacional de la de Dios y su Madre, en el sentido de la Inmensidad. Hablo del día deslucido por la certeza de que ya no me amas. Lo sé. Abreviando. Ni un milímetro de mi piel te resulta diferente, no hay recodos, ni pliegues que ya no reconozcas, ni pensamientos que no detectes, ni intenciones que no descubras. Hoy, en aquel estado en que me dejaste, cuasi erecto, apoyadas tus manos sobre mi pecho, ni un tanto así de la danza del velo, ni un poco así como un