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UN RESTO DE POEMA

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de qué país son la gente que llora tanto de qué lado el agua para llorar tanto de qué parte la sal dónde de qué parte la tristeza en tardes cálidas tardes frías de qué forma las manos sobre los ojos y el agua pantanosa sobre sus pupilas de qué lugar eres si ya no te recuerdo sobre el umbral tu sombra mis manos estiradas de dónde vienes de qué día lluvioso tan inalcanzable

TÚ.

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Nuestro primer lugar debajo de un árbol, jugando con cosas que podían dar vueltas. A veces, también redondo el sol, sulfatado de añil. Me amas porque me miras así, y en tus pupilas, existe un lugar para perderse. Lo sé. Un pantano gris lleno de tardes cálidas, y tardes frías. Mi mano te viene grande, rozar tu espalda, ser leve, permanecer casi en tu piel un instante. Nuestro segundo lugar donde atardece, sin nada qué hacer, sólo tiempo y tiempo, sin medida, acostados en el vacío lleno de equilibrio sin querer volver al país donde la gente llora.

AVENTURA.

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Convertir la fuerza vital de los niños en energía visible, pensar, que en sus ojos no hay odio, y que un asesino no se agita en su interior. Me dio pena ser grande para postrarme, y ser cobarde, y atacar por la espalda, y pensar, en la gloria correspondiente. No sé en que segundo mi amor no fue puro, cuando elucubrando urdí la primera mentira, sin ningún resquicio. Sabes, llegas a deambular otra vez de esa forma, sin vitalidad, los bolsillos dados la vuelta, casi menos profundidad cuando miras, igual de cobarde, igual de asesino, agitados por la impaciente espera. en que he de resolver el desenlace. de esta fugaz y misteriosa aventura.

PREFERIBLE.

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Preferible que tengas las dos piernas, si pasas de los sesenta, que sea levemente. De corazón enorme, en su forma, casi insuficiente para tu pesado cuerpo. Indistinto que hayas amado, que ya estés gastada de tanta ausencia. Si he de llevarte a pasear no me importa, sortear obstáculos, torrentes grandiosos, mares agitados, ciudades violentas, glaciares helados, leones de Bengala, viendo la televisión lo soporto todo, cosas de amor, desánimos, cuentos sobre ladrones, siempre que me des la mano, que pueda ponerla aquí, para que sepas que estoy vivo, que mi cabeza pueda posarse en tu regazo, para ver el techo, o haciendo juegos entre las grietas la luz de la ventana. Si te faltan los dos brazos, aprendí a sentir que me abrazan con los ojos.

SIN NINGÚN FIN.

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No era suficiente. A mi no me bastaba levantarme sin nada qué hacer, y estar dando vueltas mientras ella se tomaba el café y un pastelito. Luego se iba. Me asomaba a la ventana y la veía caminar de aquella forma, hasta que su cabeza se perdía en la esquina de la calle. Mi mujer se había ido a su trabajo diario, como cualquier persona muy decente. Mi ceremonia para visitar a la otra era cada dos días, cuando se llenaban mis testículos, debido a mi edad un tanto senil el llenado era lento. Hacía tiempo que el semen no me salía con forma de lombriz o ciempiés. Poner en orden cualquier cosa es sacarla de su situación ideal. Al poco rato la cosa está neurasténica e insoportable, no puede vivir la cosa. Por eso yo me duchaba cada tres días. Y en situación ideal me sentaba en el videt y con agua fría me limpiaba el glande y el culo, a lo sumo con un poco de jabón, y la toalla para secarme una y otra vez por la barriga, ingles y demás. Luego, unas gotas de perfume.

ESPERA.

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No has de morir sin un último recuerdo. Sin rastro de mi vida, nada para guiarme, en un ficticio retorno. Perdida la costumbre de abrazarme a ti por la espalda, en todos los tiempos en que cansado y sólo de cualquier regreso, en que por costumbre, buscaba tu silueta. Las piernas son para eso, te acercas, las manos en el contorno de ti, y los ojos casi cerrados para soñar que percibo el calor que me daba tu compañía. Abierta la puerta para alejarme retornar a la ausencia, al conocimiento, como antes de un fusilamiento la última brisa sobre tu cara. Ayer no estabas, sólo la luz del día, la sombra del día con su luz, otra luz. Caminar y recordar, pasos con su lentitud, el olor que desprenden las cosas, y luego, por unos instantes, sentarme a esperar, por si volvieras.

PASEO.

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Mi imposibilidad fue en aumento. No sé en qué vez de tantas veces, llegar con mi mano al omóplato derecho fue un problema. Meterme el dedo por el culo también. Yo llegaba a la ventana a eso de las once de la mañana. Era un largo viaje por enero con ese frio en forma de vapor traslúcido. El afán que me daba fuerzas era ver los capullos de las camelias que rozaban sobre las contraventanas de madera.   Ya se les veía por entre las hojas apretadas un rastro de pétalos rojos, o blancos, indistinto fenómeno en una misma rama. La única especialidad que me quedaba era el pensamiento. Lo otro era tan lento que apenas se describía con unas pocas palabras. Asomar mi cara entre los visillos como si estuviera rodeado de una mortaja y ver el cielo. A veces su mano se metía entre mis piernas y Ella notaba mi humedad, la urea con ese poso de amoniaco, pero no le daba más, para mi era como una caricia, aunque me cogía como a un cabrón, sin apenas apretar. Si alguna vez te

TIEMPO.

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Si te fijas, cuando me fui este mundo ya no estaba conmigo. Casi entre dos estaciones: flores recientes y hojas envejecidas. Ya no era real. Lo suave o lo rudo, la ternura, lo agrio, lo dulce, el dolor, el placer, la mano tenue, y de qué lado los sonidos ni de qué forma las cosas. Nada. Si no me encuentras para el abrazo, si no me ves, ni me sientes, cierra los ojos, recuérdeme, compareceré ante ti con la gloria que tiene la fuerza, de los brazos a veces abiertos con ese afán de apretarte. Entiéndeme. Ya debes considerarme sin tiempo, sin medida. Si te fijas, para ti, estaré en todo lo que he mirado.

HUECO.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

GARBANZO.

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El hombre que estaba presente era una institución. Después de varios intentos de suicidio mal preparados le daba por creerse inmortal. Y así lo hacía saber en las sidrerías con mucha algarabía. Se hacía llamar el inmortal de Pénjamo. A veces entraba con unas pistolas de juguete que blandía a diestro y siniestro dándoles vuelta sobre sus manos, y metiéndolas de nuevo en unas cartucheras recubiertas con papel albal. Lo normal era pedir una lata de berberechos en la propia lata y un palillero, pedir un vaso de vino y empezar a picotear igual que un pajarito, en el mismo medio de la barra, casi desierta por las mañanas, con un frió de noviembre aterrador que se notaba al abrir la puerta. Otro día se llamaba Penácaro y era saxofonista para lo cual llevaba un cepillo de barrer sobre el hombro. Lo soplaba por el mango con cierta parsimonia, pintados a bolígrafo unos agujeritos alternados por donde iba pasando los dedos según lo que se tocase. Transcurrían los días entre el se

COMO TANTAS VECES.

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Como tantas veces. Era la mano izquierda. Los verbos que empleo. La mano izquierda. Las extremidades desnudas en su afán de contacto. Pocas veces más, sin medida, al repetir: pocas veces más. Antes de olvidar no sé lo que sucede para que olvide. T iene que haber silencio, es indudable. Me lo imagino, para poder olvidar, entre el silencio. Todo lo que conozco, lo que deseo, lo que pretendo. La sensación de darme a mi mismo una orden de impulso. Parte diluyéndose del lugar de donde se olvidan las cosas. Me lo imagino, para empezar a olvidar, ha de ocurrir algo: la causa del olvido. Entre tanto silencio. Llegaste tú, tan blanda a mi contorno. Y te pusiste a respirar donde mi hombro se acaba -era para no olvidarte-. Segundos antes de que me hablaras, sentir tu vibración cerca de mi. Era para no olvidarte. En ese lugar en que todas las cosas dan vueltas, y una se queda para que la olvides para siempre. Dos veces la misma cosa, o tres. Es mucho, es demasiad

BREA.

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Con frecuencia miraba que paciencia tenían las plantas para crecer tan despacio. Que paciencia tenían las piedras suaves y ovaladas para quedar así, con esa forma tan certera entre colores disimulados de pálidos grises y blancos expectantes. Mis estados anímicos se evaluaban con frecuencias, quiero decir a intervalos o ciclos observados. Todo en el entorno era así, con cierta dificultad para el raciocinio. Sentado en una silla de mimbre sobre un balcón que daba a toda una anárquica vegetación en donde predominaba el verde ballico, el brezo oscuro, zarzales que lo envolvían todo, y una grandiosa mimosa de ramajes muy aplastados. Me olía a brea en aquellos instantes. Mi orín daba esa disparidad de olores, unas veces a brea recalentada, otras a un leve rastro de amoniaco, o al dulzor extraño de la maleza triturada y descompuesta. Desde las nueve de la mañana estaba en el balcón lloviese o hiciese frío o cayese un sol abrasador. Ella llegaba a veces. Su presenc