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BASTARME.

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Debería bastarme haberme encontrado ausente esperando que se acerque la lejanía. Hacerme la pregunta más antigua no vale la pena. Poder llevar mi viejo cuerpo, en los momentos de gran tristeza. Podría bastarme, sobre este calor que espera la lluvia a que huela la tierra, para quedarme quieto con todos los recuerdos.

ÉPOCAS.

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Diseñada para que el fuego en su costumbre, dejara luces de colores al quemarse su corazón, para que sus ojos siempre te dijeran algo en el sentido de voy abrir muchísimo los brazos. La había elegido para muchos años, desde aquellos tiempos en que posábamos la palma de la mano llena de barro, cuando el agujero de una botella podría ser  el fondo de un lago y el miedo inventó nuestros dioses una noche de verano. Surgió el sofá, la extraña campana de la cocina, y las puertas, y una ventana que daba a otros mundos con un trozo, arriba, de cielo purpura. Pasaban nubes. Pasaban los martes. Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años, pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, a veces la lluvia. Nos divertíamos pensando en los secretos mintiendo con los ojos yo a veces soñaba que hubiera sido una diosa Freya de vez en cuando la luna en su equinoccio atravesando un tendal l

EL GATO DE SCHRODINGER.

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Obsesionado por esos mundos imposibles de lo que no se puede medir. De cuál era la mínima unidad que extendida en una curvatura me diese la distancia más ínfima de todo lo mensurable. Incluso esa particularidad de lo que no puedes definir en un mismo lugar, y por supuesto tampoco ni imaginar sus posiciones sucesivas que indiquen su trayectoria entre infinitas posibilidades. Lo había preparado todo en nuestra alcoba, de una forma fugaz para que su mirada no descubriera la novedad de la pistola escondida con su largo silenciador, el mecanismo de accionamiento, el rayo de luz invisible que debería detener su cuerpo al acercarse desde el pasillo y poner en marcha el fatídico mecanismo de accionamiento. Cuando estuvo todo dispuesto bajé al bar de enfrente para observar su llegada al portal. A la media hora la vi metiendo la llave, y salí precipitado tras ella subiendo por las escaleras, casi cuando el ascensor llegué al cuarto piso, y sentí la puerta de entrada cerrarse

TUMBAS.

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Estuve en una pradera larga con bordes recién segados, olor a hierba machacada. Bordee la tapia y una verja de hierro, Tumbas de 1945, una del 19, Y una del 36, asesinado. Subí unas escaleras empinadas, un grifo goteando entre botellas de plástico, pasé las tumbas de los niños, lápidas destartaladas, flores eternas de color azul, y ángeles. Repasé varios pasillos y nombres: Ernestina, María, Agustín, Consuelo, Pedro. Y una lápida caída del 34, rota. Casi al final, en una hilera que daba al desagüe, la tumba de mis padres: 1998, 1983. Me quedé de pie, cerrados los ojos, puse flores con color de recuerdos. Y a la vuelta, los niños, otros nombres, y el olor a la hierba.

Y NUNCA MÁS.

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Cinco años antes había llegado a la puerta. Aún la recuerdo, de dos hojas que se abrían a la mitad, la de abajo debía de permanecer casi siempre cerrada, la de arriba abierta para la ventilación. Llegar hasta allí fue relativamente fácil en el sentido de que sólo era caminar dando dos vueltas en zigzag para acabar en un tramo recto que te llevaba a la casa. Las vías del tren pasaban por la parte posterior, y cada doce minutos aproximadamente transitaba un mercancías o un tren de pasajeros, y siempre aquel pitido que empezaba en la lejanía, que se acercaba y se alejaba con diferente tono, como si la vibración se disipase al alejarse y se concentrase al acercarse. Poco después estuve mirando por una ventana. Era usual en mi ver el camino por el que había llegado, reflexionaba cómo habría podido caminar tanto, cómo habría podido llegar hasta allí por aquel sendero lleno de tortuosidad, cómo habría podido guiarme por aquella senda cinco años antes. De todas formas me acordaba c

POLILLA.

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Cuando por la noche hay mucho silencio se escuchan la carcoma oradar las vigas largueras. Algunas veces pienso que están dentro de mi y que me comen. No hay nada más íntimo que estar sólo cuando hay mucho silencio.Si es de noche el silencio es tan espeso que no puedes apartarlo con las manos. Dana se fue el mes pasado de abril y no la esparcí por las laderas de Pastur. Es una promesa incumplida a una muerta. La tengo dentro de la lacena junto a los tarros vacíos que juntábamos para hacer mermelada de manzana. Tuve la ocurrencia de ir bebiéndola con el café, mezclada con el azúcar que lo hizo pardo. Todos lo que venían a verme llevan un poco de Dana en sus entrañas, o no sé si queda algo allí, en las entrañas, o se caga o se mea, y a dónde va después, si al río, por torrentera, o se queda en la tierra, o en el cuerpo como un metal pesado. El caso es que desde hace unos días tengo esto aquí, en el estómago, como si fueran las polillas que abren túneles sobre las vigas maestras

NACER.

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Todo estaba por nacer. Sólo me vencían en los sueños los largos caminos. Me faltaban los brazos. La luz apenas. Ni un ánfora con agua por si hubiera sed. Sin sílabas. Sin lágrimas. Por nacer las tardes lluviosas. El llanto. Y tanto dolor. Las risas. Sin necesidad de las noches. Quedaba todo el tiempo para tantos viajes. Sin contar los días. Sin deseos.

TOMATES CHERRYS.

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Me dejas balancearte entre las ramas de fréjoles – medio solos en el bosque-. Déjame, anda. Fagocítame. Por fin he salido expulsado de esta gravedad a otra gravedad. Y voy por ahí con todos los conocimientos adquiridos. Y el último sabor de tú coño sulfatado, entre las redondas hojas de los kiwis. Es difícil predecir el comportamiento humano. Su coexistencia no es lógica. Aunque excepcionalmente exista algún milagro -creo firmemente en la teoría del caos-. Y en la formación profesional a todos los niveles, minuciosamente, elaboradamente, estudiado pacientemente: licenciado en electrodinámica cuántica, y un máster sobre las  Reglas de Feynman. He contado tantas veces cosas que se mueven. Tantas veces he contado los lados de los objetos que no son curvos. Las aristas de todo lo que contiene aristas. Mi propio desplazamiento en pasos: a la ida y a la vuelta. He jugado muchas veces a regresar contando de nuevo lo que había contado hacía l

TORREMOLINOS.

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Cuando marchamos del hotel Bajoncillo de Torremolinos mi suegra Amadora, La Florencia, y yo, llevábamos las maleta de la Amadora llena de toallas, jabones, albornoces, las sabanas y fundas de la cama, y las lámparas candil de la pared. Yo el día anterior a la marcha me subí un destornillador de estrella del Volkswagen y arramplé con dos apliques esquineros, los toalleros y la televisión " tedete"  que colgaba sobre la pared, también baje un embellecedor de repisa con espejo, y los floreros de plástico que había en el hall de entrada, las tapas del vater, y los tapones de registro de los  videts. A mi me vinieron aquellos retorcijones como si me hubieran apuñalado, cuando estaba sobre la cama desatornillando los colgantes de piedra de la lámpara del techo. Fue cuando me entraron aquellas ganas de ir al baño, igual que si me estuvieran agujereando con un abre cartas, y lo hice todo como de papilla amarillenta,  que no suelo,  que soy de un estreñido de  mete el dedo y

PACHARÁN.

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En el informe. Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blanca. Este paciente se llamaba Aniceto Loirán Expósito. Con cincuenta y tres años. De mediana estatura, enjuto, con ojos escarbados, de espaldas anchas y ligeramente caídas. Con leve andar catatónico, dado a la ceremonia a la hora de avanzar. Vestía siempre muy bien. Paradógicamente muy pulcro con su higiene personal Fue ingresado por su alcoholismo crónico. Un año antes había sido expulsado de Alcohólicos Anónimos (A A). Tenía una capacidad innata para la persuasión. A las dos horas de haber dicho: ...me llamo Aniceto Loirán Expósito, y soy alcohólico..., había logrado que los diez compañeros presentes y el terapeuta cogieran una gran borrachera a Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blan

MILES DE VECES.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

SAPO.

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El sapo tenía una filigrana de huevos sobre el agua estancada, como un cordal casi invisible y transparente. La luna era tan inmensa que hacían sombra los brezales sobre el río en forma sierra, casi plana el agua, con un ligero vaivén sobre las rocas llenas de posos blancos. Habíamos bajado corriendo los tres casi dando tumbos a todo lo que nuestras piernas daban hasta la codera de maleza y piedras donde el agua se escondía densa y amansada. De lejos se escuchaba la música de la fiesta, algo de ritmo de acordeón y un poco de ritmo de bajo, y un saxo, lo otro era el agua a cada poco balancearse, chocando sobre las losas planas de la orilla que la amortiguaban. Cuando llegamos sentimos los sapos saltando al agua, y decidimos agacharnos en el silencio más extremos, sólo respirábamos. Cuando Pendi sacó el cigarro hubieran pasado unos cuantos minutos, lo encendió con cierta experiencia, lo caló, y le vio la brasa roja como una luciérnaga, y hecho el humo con una bocanada espesa y