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PALOMAS.

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Ya había despertado. Estaban desnudas las sombras de las personas, el cielo desnudo, las casas desnudas. Las mariposas iban desnudas, las terneras que no se tenían de pie, las culebras dejaban la piel para estar desnudas. Volvían a estar allí en la ventana dando vueltas poniéndolo todo perdido, haciendo equilibrios entre los pinchos. Estaban allí las palomas atorando con aquellos sonidos incansables a primera hora de la mañana. Muchas veces me quedo mirando la sombra de las cosas, según va pasando el sol, es una costumbre de antiguo. Últimamente lo hago con una línea recta del armario a eso del medio día, cuando le da el sol de lado. La sombra va pasando sobre la alfombra dejando una leve penumbra a ambos lados. Quiero decir que no es una línea exacta, es difuminada. Muchas veces antes de llegar al borde de mi cama, me pongo a dormir. Cuando miro a esa línea no pienso en nada. No sé si es posible no pensar en nada. Me dio un cólico, aquí. Donde tengo la ma

IB.

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La historia era en la mañana. Luz ya había en la ventana. Por fin, una de las vueltas ha sido incompleta. Los pies abajo, y me levanto con grandes dificultades espirituales. No es casual que tenga ganas de volver a esa posición tan maravillosa -un día mirando al techo-. Pasaron una variedad enorme de pájaros en escuadrón. En mis uñas hay líquenes que crecen con la humedad. La mano hacía arriba está así por una casualidad extraña. Usualmente suelo permanecer con la mano cerrada. Quizás mi mano esté desvanecida, vencida. Un lenguaje no verbal que no sé lo qué quiere decir. Tu coño en mi boca en forma de besos de coño, era un sueño. Quería saber si aún me gusta olerte la espalda y medirme en tu cuello. En resumen las cosas que recordé entre una tarde y una noche como el plomo: El vuelo IBE0478, referencias, Madrid, Borges,  Joyce , Egipto, Jufu, Jafra, Menkaura, Bin Laden, El Retiro, otra vez Agosto, el corazón, el colchón, la pajita que me hice pensando

VUELTAS.

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Esta historia empezaba así, pero no sé si acabará nunca. El día que se marchó me dejó la cocina recogida. Para mi era muy hermosa. Varias veces le dije, y cómo iba a ganarse la vida, se lo dije así para darle miedo, se lo dije sin más. Yo por aquella ya andaba medio zombi, con las espaldas tiesas, las manos estiradas, y me daba miedo todo. El sonido de los ventiladores del patio de luces me poní a frenético cuando los dejaban por la noche. Le dije, ya me dirás cómo te vas a ganar la vida. Y se fue sin muchas cosas. Apenas tenía nada que llevarse. Lo que habían pasado eran, posiblemente dos días, no mucho más. La vi en la acera de enfrente el martes. Fue la segunda pasada de por la mañana. Yo estaba detrás de las cortinas, la podía ver con aquellos andares lentos decidiendo siempre la dirección que tomar, no sé si ella apreciaba que las cortinas se movían. A mi me vino mucho frío por las piernas. En la espalda se me puso un dolor extraño y una sensación a entumecido.

AÚN, AHÍ.

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Yo algunas veces me quedaba anonadado por el teorema de la ausencia de pelo y el espacio de Minkowski. He de decir que llevaba tres meses sin salir de mi casa. Helge llegaba a eso de las cuatro y media de la tarde  y me descubría como me había dejado a las siete de la mañana, sentado en el comedor con la ventana entreabierta, mirando la arquitectura de la fachada de enfrente, que a unos cinco metros me mostraba un balcón por el que sobresalían unos visillos blancos agitados por una suave brisa de aire. Helge me decía al llegar: -Aún, ahí. Yo a simple vista parecía contestarle con el pensamiento, pero no lo hacía. Seguía y seguía dándole vueltas al teorema de la ausencia de pelo. Nada de otro modo me hacía subsistir de forma tan extraña, casi ausente del mundo, sin dimensiones a un lado y al otro. Sin poder hacer simple el espacio de Minkowski, que estaba ahí desde los orígenes hasta su muerte por fin en la nada. -Aún, ahí. Y yo le contestaba, según su imaginación

XUAN.

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Yo hurgaba por entre los tejados. El humo de las chimeneas en forma de intestino, era tan recto que no podía imaginar dónde estaba su final. Intentaba saberlo, pero no podía. Había petirrojos y todo la sublime sospechaba que estaba entre lo que no podía ver, entre la amplia luz y la suave brisa de la mañana. Hasta que nexo de tiempo recordamos lo inmediato, lo oscuro. Una vez arrojado de la cama, desnudo todo el culo, mi ano aún con aquel dolor supuestamente rojo y cedido. Lo único que supe hacer fue arrimarme a la ventana, aún con el letargo de cuatro largas horas de extraño sueño convulso, sin recordarlo, sólo esa leve sensación de que algo fuera de lo común había turbado mis pensamientos. Mis ojos cegados por aquella extraña luz azulada, como si flotara dentro de la nada. Las vacas de Xuan pasaban, la mula de Xuan que llevaba a Xuan sobre unas alforjas, y Xuan con un apeo sobre el hombro y así sobre la mula, guardando la verticalidad con aquel movimiento l

A CUATRO PATAS.

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A cualquier hora di la vuelta a una coqueta plazoleta llamada la curva de San Jeremías. Por fin algo que me ataba a la realidad más precisa. Precisa, no.  Era la realidad . San Jeremías era la plazoleta donde vivía y le di la vuelta lentamente hasta un portal enladrillado muy estrambótico, decorado con azulejos llenos de motivos árabes. Quiere esto decir que un poco más de a cualquier hora ya estaba delante de mi puerta toda pintada de verde oscuro, casi irreconocible dada la plena penumbra existente  -vuelvo otra vez: penumbra, oscuridad..., no me aclaro-  Con mi cabeza empujé lentamente una de las hojas de la puerta y a través de la oscuridad (digamos eso) avancé sobre las escaleras, ahora reptando, hasta otra puerta entreabierta aún desde la mañana. Avancé por el pasillo hasta mi habitación. Lentamente, no sin cierta alegría, me dejé caer sobre la cama deshecha, primero con la barriga hacía abajo, luego con la barriga hacía arriba. Empecé a sentir fuertes dolores sobre mis ro

BASTARME.

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Debería bastarme haberme encontrado ausente esperando que se acerque la lejanía. Hacerme la pregunta más antigua no vale la pena. Poder llevar mi viejo cuerpo, en los momentos de gran tristeza. Podría bastarme, sobre este calor que espera la lluvia a que huela la tierra, para quedarme quieto con todos los recuerdos.

ÉPOCAS.

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Diseñada para que el fuego en su costumbre, dejara luces de colores al quemarse su corazón, para que sus ojos siempre te dijeran algo en el sentido de voy abrir muchísimo los brazos. La había elegido para muchos años, desde aquellos tiempos en que posábamos la palma de la mano llena de barro, cuando el agujero de una botella podría ser  el fondo de un lago y el miedo inventó nuestros dioses una noche de verano. Surgió el sofá, la extraña campana de la cocina, y las puertas, y una ventana que daba a otros mundos con un trozo, arriba, de cielo purpura. Pasaban nubes. Pasaban los martes. Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años, pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, a veces la lluvia. Nos divertíamos pensando en los secretos mintiendo con los ojos yo a veces soñaba que hubiera sido una diosa Freya de vez en cuando la luna en su equinoccio atravesando un tendal l

EL GATO DE SCHRODINGER.

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Obsesionado por esos mundos imposibles de lo que no se puede medir. De cuál era la mínima unidad que extendida en una curvatura me diese la distancia más ínfima de todo lo mensurable. Incluso esa particularidad de lo que no puedes definir en un mismo lugar, y por supuesto tampoco ni imaginar sus posiciones sucesivas que indiquen su trayectoria entre infinitas posibilidades. Lo había preparado todo en nuestra alcoba, de una forma fugaz para que su mirada no descubriera la novedad de la pistola escondida con su largo silenciador, el mecanismo de accionamiento, el rayo de luz invisible que debería detener su cuerpo al acercarse desde el pasillo y poner en marcha el fatídico mecanismo de accionamiento. Cuando estuvo todo dispuesto bajé al bar de enfrente para observar su llegada al portal. A la media hora la vi metiendo la llave, y salí precipitado tras ella subiendo por las escaleras, casi cuando el ascensor llegué al cuarto piso, y sentí la puerta de entrada cerrarse

TUMBAS.

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Estuve en una pradera larga con bordes recién segados, olor a hierba machacada. Bordee la tapia y una verja de hierro, Tumbas de 1945, una del 19, Y una del 36, asesinado. Subí unas escaleras empinadas, un grifo goteando entre botellas de plástico, pasé las tumbas de los niños, lápidas destartaladas, flores eternas de color azul, y ángeles. Repasé varios pasillos y nombres: Ernestina, María, Agustín, Consuelo, Pedro. Y una lápida caída del 34, rota. Casi al final, en una hilera que daba al desagüe, la tumba de mis padres: 1998, 1983. Me quedé de pie, cerrados los ojos, puse flores con color de recuerdos. Y a la vuelta, los niños, otros nombres, y el olor a la hierba.

Y NUNCA MÁS.

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Cinco años antes había llegado a la puerta. Aún la recuerdo, de dos hojas que se abrían a la mitad, la de abajo debía de permanecer casi siempre cerrada, la de arriba abierta para la ventilación. Llegar hasta allí fue relativamente fácil en el sentido de que sólo era caminar dando dos vueltas en zigzag para acabar en un tramo recto que te llevaba a la casa. Las vías del tren pasaban por la parte posterior, y cada doce minutos aproximadamente transitaba un mercancías o un tren de pasajeros, y siempre aquel pitido que empezaba en la lejanía, que se acercaba y se alejaba con diferente tono, como si la vibración se disipase al alejarse y se concentrase al acercarse. Poco después estuve mirando por una ventana. Era usual en mi ver el camino por el que había llegado, reflexionaba cómo habría podido caminar tanto, cómo habría podido llegar hasta allí por aquel sendero lleno de tortuosidad, cómo habría podido guiarme por aquella senda cinco años antes. De todas formas me acordaba c

POLILLA.

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Cuando por la noche hay mucho silencio se escuchan la carcoma oradar las vigas largueras. Algunas veces pienso que están dentro de mi y que me comen. No hay nada más íntimo que estar sólo cuando hay mucho silencio.Si es de noche el silencio es tan espeso que no puedes apartarlo con las manos. Dana se fue el mes pasado de abril y no la esparcí por las laderas de Pastur. Es una promesa incumplida a una muerta. La tengo dentro de la lacena junto a los tarros vacíos que juntábamos para hacer mermelada de manzana. Tuve la ocurrencia de ir bebiéndola con el café, mezclada con el azúcar que lo hizo pardo. Todos lo que venían a verme llevan un poco de Dana en sus entrañas, o no sé si queda algo allí, en las entrañas, o se caga o se mea, y a dónde va después, si al río, por torrentera, o se queda en la tierra, o en el cuerpo como un metal pesado. El caso es que desde hace unos días tengo esto aquí, en el estómago, como si fueran las polillas que abren túneles sobre las vigas maestras