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SÁBADO.

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Sandra está repartiendo de nuevo las cosas por toda la casa. Las desubica y las vuelve a ubicar. Debe ser el frío que lo impregna todo, hasta el corazón. La noto furiosa pero llena de entusiasmo. No sé de qué luna está. Hay cosas desubicadas que han quedado puestas en lugares extraños, la cómoda, por ejemplo, con dos santones cubanos con las caras negras, y platos llenos de fotos en su fondo, y figuritas de todas las clases, cuadros también cuyos moradores miran fijos  en otra dirección. Si miraras por la ventana, no te puedes imaginar cómo llueve fuera. Y de qué color está el cielo, tan lleno de angustia y plomo.He de decir que estos ramalazos de agitación no guardan ninguna simetría, son aleatorios en el tiempo.A veces por la noche, cuando me habla tan agitada sólo puedo presentirlos.

CAFÉ.

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Una vez que estaba allí me arrascaba aquella parte del cuerpo que me picaba, a veces con gran insistencia hasta dejarlo rojo como una cereza. Había zonas de mi cuerpo que no alcanzaba para las que utilizaba un alambre encorvado con cierto contenido de acero que lo hacía rígido y punzante. A veces con los pedos salía cierta masa viscosa muy maloliente que se adivinaba a distancia de mi y que alejaba a las cuidadoras para dejarse el muerto al turno entrante. Pocas veces alguna disciplinada se acercaba. Aquello se convertía en un verdadero poso denso y extraño de olores de muchas tonalidades variopintas. Mi consuelo era la ventana siempre abierta hubiese calor o frío, ver como se agitaba una palmera blandiendo sus ramas desordenadamente, y las palomas que se posaban para atusarse o quedar cluecas o hinchadas sobre los ramajes que según la dirección del viento a veces se elevaban como para saludarme. Me tocaba la polla insistentemente. Era como si volviese a mi niñez. D

TRIGO.

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Qué cosas tan guarras le hacía como desnudarla con los ojos ingenuos, o jugar al escondite para poder abrazarla detrás de los almacenes de trigo. Tu no sabes lo que es una lluvia de trigo. O una torrentera de trigo. Como el trigo se desplaza en forma de coletas como si fuera el agua. Todos los años, al final de la paradoja del tiempo, me doy una vuelta por allí. Sigue allí aquel tubo largo en forma de cilindro enseñando sus tripas llenas de ladrillos entre brezos y maleza como si fuera una columna de Hércules que sujeta el cielo. Si te digo la verdad aún germina el trigo después de cuarenta años, lo ves con ese encorvado que se eleva con su carguita de grano. Y me viene el recuerdo de aquella tarde allí escondidos, jugando a que nos encontrábamos cuando por un designio mágico aquella puerta cedió a tanto posible pan nuestro y dejó aquel hueco entre tablas rotas y el trigo cayó y cayó sobre nuestras cabezas como si fuera la lluvia del gran ser inexistente y mágico.

LAS PALABRAS.

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Yo sé que nunca vas a escribir bien, no tienes eso que cuando alguien te lea le apetezca coger un folio y emborronar el folio porque le has trasmitido materia oscura que le remueve algo dentro de donde se piensa allí en el estómago o en otro lugar de su cuerpo. No sabías como empezar me dijiste, y te dije por algo así como que lejos estaba el mar y que bello era agitándose y agitándose incansable desgastando piedras y piedras desde tanto tiempo como que ha llovido  millones de toneladas de agua desde entonces. Sé que te aplasta el infinito cuando miras por la ventana y cierras los ojos. Olía a café pero era igual, tu tenías aquel miedo con tus manos tan vacías sin otra mano por allí que les pasase un dedo de arriba abajo. Le dije a Gloria que baje a buscarme porque no sé subir por donde bajé. Es muy largo y serpentea el carrerillo que baja al acantilado. Yo sé que un día no bajarás a buscarme y me quedaré aquí para siempre intentando imaginar una historia qu

EN ESE LUGAR.

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Parece notarse en el aire que dijera algo, no me voy por ejemplo a quedar quieto viendo las horas, ni diciendo recuerdos de hace años cuando los labios eran de celofán y calentaban húmedos. No me da la gana tener miedo, no me da la gana intentar saber orientarme. Prefiero estar perdido dentro de mi boca buscando un lugar desconocido con mi lengua todos los minutos buscando por allí y allí hasta decir aquí no estuve nunca nunca y volver otra vez a pasar la lengua. Merece la pena escuchar boca arriba. Con todo eso sobre ti el techo inmenso con sus nubes y por la noche sus estrellas fugaces, la claridad del amanecer con todas sus noticias. No perder la esperanza hasta dos minutos antes. No morirse de pena y abandono de soledad como la cosecha de los árboles. Que no existiese hasta nunca o no podré verte mas o aún sentir cómo tienes pena donde llevas el corazón. Las rosas no merecen la pena si no quieres verlas, estar inspirado para ver el atardecer c

ELLA DE VEZ EN CUANDO ME DECÍA UN !HALA,HALA,HALA! TEODORO.

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Nunca nos habíamos abrazado hasta las últimas consecuencias. Abrazarse hasta las últimas consecuencias no sé qué es eso, es abrazarse mucho, es abrazarse poco, en realidad no lo sé. Hacía unos días le había dicho que teníamos que abrazarnos, no sé cuántos días hace de esto, pero se lo dije. Un domingo el cielo no se ponía de acuerdo, de acuerdo como yo lo deseaba, unas veces azul a poniente y con unas nubecitas en el medio de la cúpula, otras veces (o a las dos horas), un tono muy gris y claro en todo lo que abarcaba a mirar a través de un hueco que casi era una ventana, por donde miraba a la calle y al cielo con mis brazos apoyados y encogidos mientras veía los camiones de descarga. Mismamente cuando decidí dar la vuelta cansado de ver el paisaje Ella estaba allí revisando sus nóminas del Súper sentada sobre la cama, se lo dije, le dije lo mismo de hacía varios días, cuánto hace que no nos abrazamos, le dije, hoy es bueno para abrazarse le repetí, cuánto hace que no veo tú

UNA DE TORTILLA DE PATATA.

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Anita, que siempre nos decía que cuando se muriese nos seguiría viendo a vista de pájara, y que las cosas aparte de otras muchas cosas llevaban silencio santificado dentro, como las sanpedras de quiastolita que quitan el demonio si las cuelgas sobre el pecho, o te pasan el mal de ojo si amenazas con ellas. -La casa sigue allí medio destartalada. La maleza se ampara en la soledad y comienza a devorarla. Aún me huele a tortilla cuando entro allí, llena de rayones de luz que la traspasan, y parezco adivinar un rastro azulado que me viene de la cocina, y el ruido del cuchillo asesinando cebollas y patatas, y a veces me huele a betún del negro, a alcanfor mientras una ventana deja una amplia claridad de sol estrellado sobre la moqueta con todas aquellas pequeñas libélulas moviéndose dentro de un tubo invisible como si tuvieran vida. -Anita. Soltó la palomita blanca por la boca ocho meses justos después de que Amancio el Ioputa soltase el último pedo y moviese la cabeza de tan muert

POCHONA.

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Quien me iba a decir a mi, un aficionado a la estadística descriptiva. Tan vieja como la escritura babilónica. Que por raros estados no observados se podía dar la certera casualidad de que un hecho que no fuese deseado, ocurriese a una hora intempestiva totalmente imprevista, sin tener conciencia plena de que el acontecimiento estuviese sucediendo, o no sucediendo a la vez. -Sí. -Yo os cuento el hecho en concreto sufrido por mi. Del que doy fe como ese suceso cuántico explicado elegantemente por las matemáticas, tantas veces repasado. La Pochona que se ponía unos tules azules en la cabeza al puro estilo kufiyyas , y era como una bola de la palanca del cambio, gordita, redondita, neumática a veces, con sólo tres marchas. Le decía, llego a casa, y me hueles a tres años de distancia, y además ya lo se desde el cuarto lo que me vas a decir cuando entre a este infierno, ya lo sabía,sí, como si hubiera sucedido y no sucedido a la vez. Un día le quise hacer lo que le hicieron a

EMBUTIDOS.

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Qué deciros de un chorizo, se podría escribir algo tan gordo como el Quijote: tipos, modalidades, zonas de fabricación, sabores, ternera, cerdo, jabalí, yo qué sé. Al chorizo no lo abrí. Ya sabía que tenían el corazón machacado, está todo junto, podría decirse que un chorizo nunca tuvo corazón. Y a sí les va. Quieren aparentar que no son chorizos, pero son chorizos, siempre los cazas por el olor. Un chorizo huele en todos los sitios. Si los llevaras Orión seguirían oliendo igual, a chorizo. Si venía la Pioca de Benazolve siempre traía aquellos papeles de estraza con tres vueltas de chorizos de Valdevimbre. La tía de todos tenía un os moños como la dama de Elche, y unas increibles caderas. Cuando yo tendría unos siete años arrumbaba con mi muñeco gerrero debajo de un taburete de nudo de roble, y por un hueco grande le veía su gran coño peludo y hermoso escurrido entre las bragas. De Benazolve también traía el P ortexo vino de tierra de la zona sur de Ponferrad

ORUJO.

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Pence vino ayer de Monforte con dos botas de caña altas de cuero gordo, y dos costales de cerdo bien curados y dos botellas de orujo añejado de pulpa de uva de la zona del xestal. Vino Nita, la boba, toda pintada, y el castrón de Richar que anda por la zona de las piedronas de Pembrokeshire aprendiendo el inglés. Bajamos todos incluida la tia Paula toda coja y el mulón de Papandreu a la cabaña de Suarna para ver bien el río entre los castaños y los abedules amarillos. Prendimos fuego de caroco de madroño y después de comer descorchamos el orujo. A lo que os voy es a ese olor, yo lo bebo a morro después de un trozo de chocolate negro y me quedo pensando mientras baja y te purifica y el río tiene ese poso de plata que parece un camino que no se acaba nunca, y parece la entrada del mismo cielo.

GARBANZOS.

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Le dije para cambiar de tema ayer vi en un documental de la dos que hay mundos como el nuestro que ya están muertos desde hace millones de años. En realidad le quería decir que cerraban por derribo ultramarinos La Antigua, pero no le dije eso para no deprimirla más. No sé si soportaría no poder comprar nunca más garbanzos chamad y estar allí minutos y minutos hablando de cosas intrascendentes. Si te ibas. Si te ibas. Según mirabas sus espaldas te dabas cuenta de lo qué era el cansancio o las pocas ganas de vivir. En algún momento las cortinas la taparon como si fuera una aparecida movidas por una leve brisa de aire. Sí. Ella seguía allí en la ventana esperando no sé qué, sabía de sobra que nuestro hijo no iba a volver. La ventana había quedado abierta, llevaba días y días como si fuera un homenaje. Si te ibas. Si te ibas, los visillos aún adivinaban su forma llena de vacío.

SOPA DE AJO.

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En un trasiego. La mano ansiosa que me acaricia en esa proporción de piel que le indico. El olor a pan húmedo entre una fritura de pimentón picante y ajo. El sol que se queda parado sobre mi dedo elevado, sobre un pequeño bulto donde mis piernas se juntan al tronco. Eso debe ser la muerte que crece en una extraña paradoja. El sol tan quieto entonces, la sombra perfecta, sin penumbra, y muchas migas sobre la mesa, como si un brazo hubiese pasado de lado desparrama ndo copos de nieve. La ventana tiene un árbol fantasmagórico que va y viene. El bosque estaba allí inmenso. Grajeaban las aves de no sé qué paraíso, los radicales mirlos en zigzag vertiginosos, sin pausa. Los azores de ronda dando vueltas sobre el principio de los árboles llenos de hojas de color naranja arrobados por el débil viento del medio día. Y luego los buitres oteando el festín. Los lobos habían bajado para matar, sin dimensionar primero el ansia, lo preciso para comer, mataron tres reses de las que