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ZEPELIN.

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Esto fue a 46 grados Norte y a 6 grados Oeste, en un lugar casi sin Nombre en donde si te fijabas mucho podías ver el mar por Viavélez,en un lugar donde la helada dejaba siempre una línea blanca casi perfecta entre la luz y la oscuridad. La capitana y la Murcia, a eso de las nueve de la mañana, tiraban de la rastra de un arado romano. Yo iba delante de guiadera, mi padre detrás dirigiendo la reja para que no arrastrase xeixos, abriendo un surco estrecho por donde mi hermana Asunta dejaba patatas cortadas revueltas en azufre a dos palmos unas de otras. Las pegas bajaban a las lombrices, los tordos en manada revoloteaban entre los brezales a unos metros llenos de flores de color vino. Todo era así, abajo el pueblo con aquel humo de las chimeneas tan recto como si llevase al cielo todas las almas en pena que habían salido por la noche. Fue a las diez el prodigio, por las laderas de Miudeira apareció aquel bicho en forma de pedrisco de huevo de aluvión de color plata, que reve

NO SÉ.

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De qué forma los días proseguirán sin ningún particular. Lleno de secretos que van contigo. Manifestándose con toda esa lentitud como si no fueran de este mundo. Por cuántos lugares que pasaste quedará albergada una parte de ti que resplandezca. Habrá ecos de tus palabras. Tu mano desgastará el mármol hasta ser perceptible una huella. Tus labios dejarán un pensamiento dentro de un ínfimo recuerdo. Se trata de una caricia, un dedo que vuela sin tocarte la piel. Para que alguien te recuerde. En un papel arrugado habrá una marca casual de tu pertenencia, algo de tus manos que fue un gesto repetido. Algo que dejas y que fue tuyo. Una esencia. En las últimas sábanas que te acogieron. Buscará alguien que te amó tu olor para percibirte. Se quedará quieto una tarde y un segundo para imaginarte. Se detendrá la angustia cuando ya no estés.

EL FLUJO.

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Algunas veces mientras la esperaba yo estaba con esos pormenores y otros pensamientos sobre que tipo de protocolo iba a seguir hoy cuando ella llegase. Contemplándome en un espejo de la pared me dedicaba hacer poses, mientras suponía que ella ya se estaría acercando por el pasillo hasta esta habitación en nuestra enésima cita. Cuando entraba no le miraba a los ojos, casi nunca le miraba a los ojos. Usualmente siempre traía faldas cortas, le miraba a las piernas que eran m uy largas, y como en esa ceremonia que había pensado desde el día anterior me arrodillaba delante de ella y la abrazaba por las caderas mirando hacía arriba su cara de esfinge. La mordía ansiosamente por encima de su ropa. En esos instantes el mundo dejaba de existir. Cuando metía mi cabeza debajo de su falda y me llegaba el efluvio de sus gotitas alucinantes a lo Clive Christian’s , no sé si eran de Clive pero pudieran serlo. Le buscaba el coño y se lo comía a bocados con todo tipo de cadencias y ritmos. C

LA VERDAD, NO SÉ CÓMO TITULARLO -LO SIENTO-

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De todo lo que se queda desnudo toda la vida hasta la muerte, miro como la sombra cubre la luz de enero, lentamente, sobre tu cara. Luego repaso más historias de que estoy hecho, mientras me quedo viendo cómo sube la marea. -Aquel recuerdo que retorna al despertarlo el olor a hierba seca-. Cómo decías: te quiero de aquella forma, sin dudas. Tus labios redondos pintados de rojo en forma de corazón. Desnudos. Cálidos. Blandos. -Y por unos segundos la total inexistencia.-

INVERNADEROS.

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Allí, oliendo a insecticida, ya estaba Áymara de Arequipa, con su lomo en forma de serpiente. Oliendo a fresas, a tomates cherrys, a pimientos del piquillo. No quiero que me castiguen las aguas de Terranova. Me horroriza el mar. Allí está el mar furibundo e infinito, y mis parientes del Yucatán y de Guinea, donde Juan Caboto vió nubes de peces en la oscuridad. Debajo de catedrales de plástico. Me quedo en el Maresme, tan apacible al atardecer… cuando puede conmigo el cansancio sobre la ruina de mis huesos.