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Mostrando entradas de noviembre, 2013

COMO TANTAS VECES.

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Como tantas veces. Era la mano izquierda. Los verbos que empleo. La mano izquierda. Las extremidades desnudas en su afán de contacto. Pocas veces más, sin medida, al repetir: pocas veces más. Antes de olvidar no sé lo que sucede para que olvide. T iene que haber silencio, es indudable. Me lo imagino, para poder olvidar, entre el silencio. Todo lo que conozco, lo que deseo, lo que pretendo. La sensación de darme a mi mismo una orden de impulso. Parte diluyéndose del lugar de donde se olvidan las cosas. Me lo imagino, para empezar a olvidar, ha de ocurrir algo: la causa del olvido. Entre tanto silencio. Llegaste tú, tan blanda a mi contorno. Y te pusiste a respirar donde mi hombro se acaba -era para no olvidarte-. Segundos antes de que me hablaras, sentir tu vibración cerca de mi. Era para no olvidarte. En ese lugar en que todas las cosas dan vueltas, y una se queda para que la olvides para siempre. Dos veces la misma cosa, o tres. Es mucho, es demasiad

BREA.

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Con frecuencia miraba que paciencia tenían las plantas para crecer tan despacio. Que paciencia tenían las piedras suaves y ovaladas para quedar así, con esa forma tan certera entre colores disimulados de pálidos grises y blancos expectantes. Mis estados anímicos se evaluaban con frecuencias, quiero decir a intervalos o ciclos observados. Todo en el entorno era así, con cierta dificultad para el raciocinio. Sentado en una silla de mimbre sobre un balcón que daba a toda una anárquica vegetación en donde predominaba el verde ballico, el brezo oscuro, zarzales que lo envolvían todo, y una grandiosa mimosa de ramajes muy aplastados. Me olía a brea en aquellos instantes. Mi orín daba esa disparidad de olores, unas veces a brea recalentada, otras a un leve rastro de amoniaco, o al dulzor extraño de la maleza triturada y descompuesta. Desde las nueve de la mañana estaba en el balcón lloviese o hiciese frío o cayese un sol abrasador. Ella llegaba a veces. Su presenc