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EL PASO DE LAS TERMÓPILAS.

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  Llevaba cuatro años abundantes labrando las huertas del Cajigal, una franja de tierra en forma de lengua alargada que daba a la ribera del río Duvia, con agua de torrentera por desnivel, cogida de un arroyo que se despenaba por el angosto monte de Arnais. Agua siempre limpia y fría incluso en la calima de agosto. Podría deciros lo que allí planto, todo lo que una huerta puede dar a la que añadí kiwis y una planta de kakis que retoñó con rapidez. Para llegar al Cagigal tenías que pasar por un estrechado sendero llamado Camin de Ogrovo, de unos veinte metros, que hacia abajo hacían un precipicio de roquedal de cuarzo muy llamativo, y hacia arriba una pendiente de monte bajo con mucho brezo de color del vino. Por aquellos veinte metros no tenías salida a cualquier lugar que mirases. Sí, y por aquel sendero pasaba Breixo de las Fortelas con sus ovejas sardas en su mayoría, alguna texel, en total serían unas ciento veinte cabezas y algún cabrón también. Las llevaba al Cajigal por la parte