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Mostrando entradas de octubre, 2021

TETA.

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Aquel domingo, como de costumbre, no hacía sol. Llovía pausadamente. Cuando entré en la cocina, le dije aquí huele como a neumático y a encerrado. También le dije, hoy tampoco me vas a dar la teta, esto último se lo dije con ciertos arrumacos, con la voz mucho más suave, hasta cierto punto cariñosa. Estaba trajinando sobre la meseta de mármol, moviendo aquellos dos rabitos del mandil que descansaban sobre su amplio culo, trajinaba y trajinaba. Luego sacó de la nevera doce zanahorias, tres puerros, cuatro huevos, tres cebollas, varios brotes de coliflor, y una fiambrera de cerámica de hígado encebollado con una leve capa blanquecina sobre su superficie, como de haber permanecido allí varias semanas, y comenzó a meterlo todo dentro de la cazuela con cierto orden. Cuando acabó de poner todo en el fuego, va y me dice, vente para la silla. La silla estaba de espaldas a la ventana que reverberaba una enorme clarividencia resplandeciente, me dijo, apoya tu cabeza aquí mientras se sacaba su en

ÁRBOL.

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  La mala suerte de aquel árbol que unos garrulos cortaban con una moto sierra, mientras chupaban cigarros en la boca, según se salía de la casa de ancianos La Mansión del Retiro. El último vendaval del martes pasado hizo lo suyo derribando solo dos ramas -se había pensado que aquel roble podía -ahí donde los ves-, ser un asesino de gente mayor. Una monja de Valdevimbre -una hospitalaria llamada Sor Benita-, venía a cada uno para que atrasásemos la hora, cogiéndonos el pulso. Mi reloj era de esos digitales, y, sabes, como para meter yo la uña en aquellos botoncitos, que no podía con ellos, quiero decir. Lo de cambiar la hora para estos años es un tanto simbólico, una hora adelante o una hora hacia atrás nos daba un poco demás, salvo que la Sor nos decía el interés de las papillas a las horas adecuadas, no fuesen a suceder cosas extrañas por lo digestivo. La monja, joven aún, me olía a no sé qué, un perfume de esos sin llamar mucho la atención, al nenuco de toda la vida, y cuando s

COSAS MÍSTICAS.

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  Para que un atardecer te compense tienes que tener un buen ánimo. En la época de Franco casi todos teníamos  frenillo en la polla. Yo a Marcial le enseñé a hacerse una paja cuando hacíamos la mili en la marina en el Ferrol, pero sin cogerle la polla, que yo maricón no soy, me la casqué delante de él. Se extrañó tanto cuando vio salir la leche, que quedó con los ojos como puños, de que de allí, aparte de mexo, nos saliese leche como a las cabras. Te digo que ni nos fijábamos en los atardeceres sobre la ría de la tristeza que había.  Había una plaza redonda, y Franco estaba allí, sobre un caballo enorme, por si pasaba algo. No recuerdo ahora donde estaba aquel bar donde íbamos a tomar mistela, cacahuetes, higos pasos y torreznos. Nos quitábamos lo de marinero y nos poníamos lo de paisano, en una pensión a las afueras de Ferrol, barata, una habitación para tres. Tomando mistela conocí a Catuxa, que por lo visto era de Serantes, y como era fea no ligaba nada y acabó fijándose en un pelón

MARACAS.

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  En aquella época hice un trío llamado los Veracruces. Lo formábamos un negro de Guinea, el Nchama, al que le dimos las maracas, uno llamado Jenaro de Azadinos, con el acordeón, y yo que cantaba como nadie los angelitos negros. Por el verano andábamos a fiestas desde Monterroso por Galicia, la zona del Bierzo por León, o subíamos hasta Navelgas por Asturias. Íbamos a donde nos llamaban con comida y pensión incluida, la mayor parte de las veces repartidos por las casas de los pueblos por donde había fiestas. El repertorio que teníamos era mucho de Antonio Machín o los Panchos, aquella de... quítame su amor porque soy un pecador... Yo a las de Machín les daba aire, la de angelitos no veas, y que decirte de espérame en el cielo..., iba desparrmándose con aquella cadencia por el aire. -Seré conciso a lo que quiero contar, que se me vino ahora. Cuando fuimos por el sesenta y ocho a Ferreiros, un pueblo de Lugo, nos repartieron a las cuatro de la tarde, sábado, de un dieciocho de julio, po

FERRETERÍA.

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Me multipliqué por tres, en un deseo de ser más, para intentar buscar un único tornillo en una ferretería. Allí estábamos unos ocho chapuceros intentando encontrar nuestras cosas, la mayoría ancianos con un quehacer, un tanto ilusionados con la misión. Yo recorrí los estantes llenos de artilugios, todos provechosos. De vez en cuando por los pasillos me encontraba a uno con sus manías, y algo en la mano que valdría, vete tu a saber, para pegar golpes o aserruchar la conciencia. En esta vida. No en otra. Cómo he de explicarte que pasa un tiempo y llegamos a los derribos, a los bailes de desguaces, como si fueras de una colección, a pasar el rato entre flotadores de cisterna y alguna espátula. Ya no te digo martillos, alicates, destornilladores, todo lo que orada, bruñe, y hace agujeros como en el alma. Yo a veces soñaba más para el futuro, como albricias, y hasta me decía has llegado aquí bendecido por la esperanza quizás contando añoranzas, siendo escuchado por una recua de niños, mi s

CUERNOS

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Sé que no hay ningún medio científico que pueda demostrar la relación entre los procesos llamados emocionales o anímicos con nuestra parte orgánica, -somática-, en otras palabras, nuestro ser corporal. Lo cierto es que llevo varios meses con desordenes en mi piel, en la zona frontal derecha, se me enrojece con suma facilidad en momentos determinados del día, desapareciendo, no sé por qué circunstancias aleatorias, a los pocos instantes. Los especialistas le han llamado roseacia, sin ninguna causa orgánica aparente. Lo malo de todo esto ha empezado a partir de semana santa de este año –ahora estamos en Junio-, cuando empecé a tener la sensación clara de que en mi parte frontal había dos bultitos incipientes. Al principio llevaba mi mano a la frente sin tener la más mínima señal en mi tacto, de que allí no había nada anormal. Empecé a sospechar entonces, que algo fuera de natura me estaba sucediendo, porque mi comportamiento estaba cambiando entre la extrañeza y el pánico que me embar

LOS ALGORITMOS DE FRANCES HAUGEN.

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  En los años 90 del siglo pasado comencé a pensar cuanto de vida real le podríamos dar a un algoritmo, cuanto de sentimiento, cuanto de ilusión, cuanto de esperanza, que briznas de alma podríamos darle a un algoritmo para plasmarlo después en un elegante programa informático. En aquellos años la cantidad de alma de un algoritmo dependía directamente de la potencia de almacenamientos de datos, y la mucha más dependencia con la capacidad de procesamiento de esos datos. Hoy, en este 2021, los dos baremos fundamentales para que un algoritmo tuviese algo de alma se empiezan a cumplir. Las unidades de almacenamiento ya empezamos a contarlas por cantidades enormes de Yottabytes, en Centros de Datos que devoran cantidades ingentes de energía. Las velocidades de procesamiento de una CPU de andar por casa dan escalofríos. La transmisión de datos por fibra óptica es exponencial. Pero, sabes, la ingenua niña Frances Haugen sale ahora a preguntarse por el alma de los algoritmos. Sí, sale a la voz

EL PASO DE LAS TERMÓPILAS.

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  Llevaba cuatro años abundantes labrando las huertas del Cajigal, una franja de tierra en forma de lengua alargada que daba a la ribera del río Duvia, con agua de torrentera por desnivel, cogida de un arroyo que se despenaba por el angosto monte de Arnais. Agua siempre limpia y fría incluso en la calima de agosto. Podría deciros lo que allí planto, todo lo que una huerta puede dar a la que añadí kiwis y una planta de kakis que retoñó con rapidez. Para llegar al Cagigal tenías que pasar por un estrechado sendero llamado Camin de Ogrovo, de unos veinte metros, que hacia abajo hacían un precipicio de roquedal de cuarzo muy llamativo, y hacia arriba una pendiente de monte bajo con mucho brezo de color del vino. Por aquellos veinte metros no tenías salida a cualquier lugar que mirases. Sí, y por aquel sendero pasaba Breixo de las Fortelas con sus ovejas sardas en su mayoría, alguna texel, en total serían unas ciento veinte cabezas y algún cabrón también. Las llevaba al Cajigal por la parte

PICADURA

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El aguijón me había entrado por el deltoides, cruzado el músculo frontal del abdomen, y haciendo una extraña filigrana hacia adentro me había salido por el recto femoral. Lo extraño de todo esto es que el final había quedado fuera del hombro con forma de empuñadura. El caso es que, cuando me ponía un jersey o una camisa, andaba con aquel bulto sobre la parte de atrás del hombro izquierdo, y por el otro lado el principio del aguijón me asomaba en la zona del fémur, un poco más arriba de la rodilla derecha (esta parte siempre me agujereaba los pantalones cuando caminaba, lo que hacía que al dar el paso se me viese el calcetín de este pie). Tengo que decir, que sentía ligeros dolores cuando me doblaba en la oficina, después de estar un tiempo sentado; también me estorbaba para hacer el amor con mi mujer, no porque fuese doloroso, sino por el miedo que ella tenía de la parte del aguijón, perfectamente afilado, que me salía por la pierna; aunque yo no me cansaba de decirle que no era venen

AVES DEL PARAISO.

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Ayer me di de hostias con otro anciano. Bueno, de hostias no mucho porque no nos acertábamos, y como los dos estábamos calvos tampoco nos pudimos tirar de los pelos. El anciano ese por lo visto se apellidaba Barcia, y le llamé hijo de puta sin pensarlo mucho, y le llamé puto viejo sin darme cuenta de que yo, incluso, era más viejo que él. Se me viene el Cativo al mismo banco donde yo estaba sentado, tomando mi merecido sol. Saca del bolsillo una bolsa llena de lentejas, kikos, maíz, arroz, piñones, pistachos, pipas, manises, coquitos, torreyas, y más que se me olvida. Empieza a esparcirlo por allí, por delante del banco, y como a un minuto, comienzan a llegar palomas, gaviotas y cobardes gorriones a lo que pillaban. Y le digo, solelo, por qué no dejas de tirar esa mierda. A mí las palomas ya se me subían al regazo como a San Francisco de Asís. Mucha bolillera se montó con tanta ave revoloteando a nuestro alrededor. Le dije, oyes capullo voy a avisar a los municipales, y el cabrón sigu

SUERTE.

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  Hacía unos cuatro meses habían sacado al Turko, de más de ocho arrobas, de la Rúa de Recanles hasta el cabo Balea, para darle digno entierro atado a un viejo palier de un Barreiros achatarrado. Aquellos hijos de puta, incluido el Aleixo y el Ánxelo, se iban descojonando del trasplante de pelo que se había hecho el Turko, que parecía una huerta de berzales, como si ya le empezasen  a germinar en toda la cocorota hermosos esquejes. El tiro le había salido por la misma mitad de la cabeza, haciéndole un destrozo en toda la plantación capilar. Para qué le valió a este hijo de puta estar más riquiño -se descojonaba Aleixo-, mientras los cuatro lo metían en el maletero de un lujoso BMV X1 para llevarlo hacía la costa destino a mar abierto. El juego era habitual a las tantas de los sábados, por noviembre. En el verano la cosa era a la intemperie en alguna casa de la zona de Covelo. Cocidos de cocaína, orujo de hollejos de uva de ribeiro, y tequila DonJulio -el que le gustaba al mal nacido de

TENUE.

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  Posiblemente no haya una devastación completa. Siempre queda cierta esperanza. Yo, como lo entiendo, tenue, así, tenue, conozco pocas cosas.Lo mismo que hay gente que para darse importancia pone cosas en francés,o para darte coba, les dices a esos hijos de puta del Bar Las Peñas, me acabó haciendo un francés,aunque podrías decir que de verdad te acabaron haciendo a ti un griego. Volviendo a eso, mi tío, Esteban Arnaiz Azcárate, siempre me decía mientras herraba caballos, los franceses fueron unos cobardes siempre huyeron de Rusia, se fueron de España, y partieron la mitad de Francia para Hitler. Qué cabrón era el Esteban, un especialista en tendales, coñorasta insaciable que a todo lo que tenía pelo le daba lengua. De tenue, pues como que no, no sabría decirte. Lo dice Bladimiro, que es poeta. Lo usa así, a cada poco, porque es un sonido de acabar cosas, como leve. Tan hermosa la palabra. Yo vuelvo a mi tío. Decía el fulgor del atardecer, mientras herraba mulas de tiro. Nunca vi cosa