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Mostrando entradas de agosto, 2011

COMO SI NO FUERAS NADA DE MI.

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Me vienes a la memoria mientras te paso una esponja mojada en agua tibia por tus caderas. Un taburete muy íntimo pintado de azul con un agujero de cuatro dedos de amplio en el medio. Me hacían señas para que avanzase. Incluso sabiendo ya caminar a dos patas yo avanzaba a gatas, era más fácil a gatas la costumbre de reptar de esa forma con una visión panorámica muy especial de las cosas. Llegaba debajo del taburete y me sentaba allí mirando hacía arriba por el agujerito, la piel blanca de los muslos de mi madre o de mis hermanas, o de tía Melita, algunas veces sus bragas color carne llenas de manchas amarillentas. De qué me viene esa atracción por lo pútrido, por lo que ha estado oculto sin respirar. Tantas horas dentro de una cuna hecha de tablas de cajas de cerveza y troncos de pino todo barnizado. Con unos pocos meses me había cagado blando o duro, había regurgitado leche de vaca al amanecer. Me daba vueltas con los calores de junio entre aquella vasilla amarillenta,

CELEBRAR UN BESO.

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No hubo nada de particular. Silencio. Caminábamos alejándonos o acercándonos. Creo recordar el instante. Incluso cuando su boca estaba a dos dedos de mi en todos los sueños de las noches transcurridas. Un día, o un lunes. Hubo flores nuevas. Nos cruzamos veinte veces, y una vez coincidimos con los brazos abiertos. Estaba sobre el cielo toda la luz de los vivos. Sus bolsillos llenos de papeles rotos. La arrimaba contra mi. Éramos humo. En un péndulo de reloj dorado nuestras caras juntas por un instante. Como dije, luego fue su boca que había llegado del otro lado del mundo. He perecido. Pero vuelvo a la vida los lunes sólo por celebrar un beso.

NUESTRAS VIDAS.

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No sé exactamente cuando empezó aquella rara sensación. Los días fluían sin sobresaltos aparentes, con la rutina habitual, esa rutina habitual que echamos de menos cuando se rompe por un hecho transcendental que cambia de repente nuestras vidas a una nueva fase totalmente desagradable. Recuerdo un sábado de mayo en que me guarecí sorprendido por la lluvia bajo los soportales de la calle de los Arcos, arrimado mi hombro sobre una columna, mirando con los ojos perdidos como las gotas salpicaban sobre el empedrado de la calle. Estaba pensando y era como si no estuviera sólo, quiero decir que algo dentro de mi también lo hacía, pensaba de la misma forma inconexa e intrascendente; grandes personajes en mi cabeza ,repetidos, yo como protagonista de aquellas ensoñaciones. Sin duda éramos dos pensando. Ese fue el inicio. Cuando cesó la lluvia, crucé la calle con aquel extraño desdoblamiento. No puedo describiros como se suceden los pensamientos dobles. En realidad que parte de mi

SIMPLEMENTE LOCO.

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Lo había intentado innumerables veces. Me refiero a olvidarla. Pero su foto estaba sobre un panel de anuncio y yo caminaba cuatro veces al día hacía la fachada de aquella casa abandonada. Ella dormitaba hacía atrás en blanco y negro. No sé más. Era como sacar cuatro veces la cartera: dos en la mañana, y dos en la tarde y buscar su foto, allí recostada. ¿Estoy loco por ella? O simplemente loco. Cuando era niño mis padres tenían un pajar a la entrada del pueblo. Y en mi pueblo había un mercado quincenal los domingos. Por las mañanas se vendían terneras rollizas de color pardo y cuernos incipientes. En los meses de julio y agosto al acabar el mercado había baile de acordeón. Las mujeres casaderas de la Vaguada aprovechaban el pajar para cambiarse la ropa a eso del las cinco de la tarde. Las alpargatas llenas de polvo. Lo hacían en la parte de atrás en un pequeño espacio oculto entre la pendiente llena de arbustos bajos,un guindal, y la pared del pajar. Me apostaba allí

NO SÉ QUÉ HACES AQUÍ.

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Para asomarte al acantilado no lo hacías de repente. Ibas paso a paso sobre un mullido verde hasta una acacia azul que abrazabas para ver el precipicio. Hacía abajo casi habría cien metros, rocas de formas grotescas, y en el fondo con la marea baja, quebradas losas alineadas que se perdían entre las olas. La senda municipal me llevo hasta este lugar después de caminar renqueante unas dos horas. Y estando aquí sentado mirando al infinito no me explico de qué impulso partió la idea de caminar sin rumbo aparente, siempre hacía el norte para buscar el mar. Llevaba varios días con un picor insoportable en mi espalda. Lo notaba insidioso al apoyarme en los respaldos de las sillas, al acostarme boca arriba, en el mínimo roce de la camisa. Mi mano llegaba con dificultad doblando mucho el codo para tocarlo, o arrascarme, más de una vez rocé mi espalda sobre las esquinas quebradas de los tabiques, sobre marcaciones, lo adivinaba a la altura de mis omóplatos en la zona intermedia,

NOCHES DEMASIADO LARGAS.

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Yo soy de correrme fácil. A veces un pie arriba y un pie abajo y ya me corro. Benerita me dice: ya. Y yo le digo: ya. Todo esto es por la noche. Grajean gaviotas. Aceleran motos. Y hay voces de una calle que está muy cerca. También un coche parado en el semáforo. Luego arranca. Luego un acelerón. Luego un sonido industrioso que es el silencio, un buuu de máquinas lejanas. Y entre todo esto el silbido del último tren. A veces. Me dice, anda ven, ponte encima, y me pongo. Es eso que tienes que pasar la pierna, salvo que entres por la horquilla. Sus piernas en forma de y griega, de al revés. La noche empieza cuando me marcho de entre sus muslos. Sus amplias espaldas son como la Muralla China a lo lejos, sus espaldas desnudas llenas de vapor, gotitas infinitesimales de lágrimas. A veces a mi se me aparece el Niño Jesús, y me dice todo muy bien, o casi bien, la follas técnicamente bien. También el Arcángel San Gabriel me dice que soy el penetrador solitario. Me animan. Ya h

RIESGO DE MUERTE.

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Ponía sus piernas abiertas y encogidas, la planta de los pies sobre la arena de la playa dejando una huella de lagarto gigante. Las nubes llevaban varios minutos chocándose, sólo dejaban ver sus lados negros donde se escriben los anuncios. -Meteme la boca aquí todo lo que puedas. -Hazme un papanicolao con la lengua, quiero seguir viviendo. Las nubes sonaban como si hubiesen derramado dos quintales de patatas sobre un desván de tarima de roble. Se asustaban los gatos que comían cabezas de sardinas a dos millas de distancia. Se habían asustado los niños por los goterones , vasos de agua cristalina que caían desde las antípodas, sí, como si unas manos invisibles ordeñaran las nubes desde las montañas. Con los ojos cerrados yo no sabía llegar en aquel viaje lleno de peligros, mis pies sobre algas y conchas de pared muy débil. Luego algas enredadera, algas con flores rojas, y luego todo muy suave entre sus muslos. Me sabía a ella, simplemente, más salado. Había restos de

UNA NUEVA PALABRA.

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Un sonido. Viene desde algo. Desde lejos, desde cerca. Un sonido es algo. Las palabras lo nombran todo. No tengo recuerdo de cuándo empezaron a enseñarme el nombre de las cosas.Martita me decía: mira, esto es una piedra , una piedra al lado de otra piedra, una piedra encima de otra piedra. Luego mi padre de espaldas metiéndose el dedo por el culo, agachado, el culo al aire, la mierda saliendo por el culo de mi padre al lado de la mierda de caballo, al lado de la mierda de vaca, y Martita y yo esperando fuera de la cuadra sentados sobre una cerca de piedras, piedras cortadas en forma de losa como un cuchillo de plano detrás de otro cuchillo hasta donde se perdía la vista, una pared ciempiés dos curvas y una recta y dos curvas más. Venía el Cabo y un Número como dos sombras en forma de capa no sé de qué color. Mi madre pelaba patatas cocidas y las soplaba, y el Número agitaba la culata contra la puerta a dos badajazos, y Paula y Martita y yo en el cuello de Martita ba

HOJAS TRANSPARENTES.

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Pues como la cosa está muy mal a día de hoy decidimos comprar en valores por lo que pueda pasar.Peruca nos dijo ayer que ellos llevaban tiempo invirtiendo en tangible, el dinero no vale nada. Lo más abundante este año es el fréjol, así que llenaron el arcón con doscientos kilos que compraron en la Carama, a un aldeano que tiene una huerta en las rebladeras del embalse de Anido. Paula la del Chico compró una ternera en las praderas de Alfanes, y la mató y la descuartizó y fue para el arcón forrada de sábana vieja. Mi Trinita compró veinte melones en una granelera tapada con hoja de maíz que estaba en el borde de la carretera viniendo de León, y llenamos el arcón, y en lo que quedaba metimos ocho cajas de langostinos de los que bailan el tango. Le dije a Trinita lo del colchón, de tanto tiempo apareados tiene dos valles, de tanta noche y tanta mañana juntos, dos huecos y en el medio un pico. Debiéramos invertir en bienes, le dije, sí, le dije; y tomamos la decisión, un vis

OTRA VEZ DESEANDO ESO.

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Me he propuesto invadir el campo de esa forma, con la mirada, dando una vuelta sobre mi mismo con la mirada, y luego dando otra vuelta con la mirada elevada hasta abarcar todo lo que me envuelve. He salido de mi caparazón a las once de la mañana, primero lentamente, saliendo de la oscuridad a la penumbra, de la penumbra a la luz, progresivamente. Y ahora, una vez completada mi rotación, me dispongo a reflexionar si debo de tener angustia por tanta profundidad en todas las direcciones posibles. La lejanía me desorienta. No sé por qué motivo permanezco casi todo el tiempo dentro del caparazón. Que extraña inquietud me asola cuando debo salir lentamente para otear un rumbo cualquiera. Hacía cualquier lugar en linea recta está la existencia de la inmensidad. Doblar mi cuello hacía arriba es una osadía; el infinito es como una losa que pesa millones y millones de toneladas. Lo inmenso descansa sobre las montañas, el infinito lo soporta mi cuello. Me decía el galeno, no t

TOMATES.

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Hasta aquí todo bien. He troceado varios tomates sobre una tabla de madera, a tajazos. Los trozos quedaron disgregados, absolutamente, de esa forma tan usual para los tomates. Mi postura es un tanto violenta, no sé si me entiendes, troceo rodajitas de tomate sin ninguna contemplación, con un cuchillo jamonero. No pienso en nada particular mientras hago esto de cortar tomates. A estas alturas no sé si te has enterado que corto tomates, no sé si te has preguntado por qué corto tomates de esta forma tan violenta, y que necesidad tengo de cortar tomates con odio, odiosamente, dos tomates enramados y tres tomates en forma de tomate pera, en ovalo, ahuevados. Acojonados los tomates en forma de tomate manzana, o tomate plátano, o tomate melocotón. En todas las cadenas que emiten a estas horas cortan tomates, filetes de ternera, rodaballos, y aguacates para rellenarlos de mayonesa y gambas peladas y sucedáneo y triturado de pimientos de colores. Cuando estaba en esta función de cortar to

DIMENSIÓN.

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Estuve preocupado antes de posar el pie, luego el otro pie. Reflexionaba si era conveniente ese riesgo de no sentir sustentación, esa sensación de apoyo que se presiente previamente. Sé que mi estado requiere una consulta urgente. Es todo tan real que no sé donde termina mi alucinación. Una angustiosa y metódica deformación de la realidad, pero en realidad qué es la realidad . Ahora mismo medio cuerpo está hundido en el suelo de mi habitación y nadie acude a mis voces, son instantes en los que agito mis piernas ocultas en otro submundo, hasta mi pecho quedan escasos instantes, unos centímetros si es espacio, unos minutos si es tiempo, mis manos no me sustentan. Esta vez no es un cuento, no es un sueño. Definitivamente , ya tengo medio cuerpo en otra dimensión.

QUE SE ME QUITAN LAS GANAS.

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Rózame. El alma cubierta de piel. Pásate por aquí de arriba abajo en hora punta. O como quieras. Deslízate, repta. Siquiera tu mano extendida. Suele decirme versos así, cosas así que suenan tan bien, tan bien. Está claro que el alma no tiene piel, pero me apasionan sus versos. Me quedo pensando, no los entiendo, pero me quedo pensando tan extrañamente bien. O bésame sobre el piélago de mis labios. (Qué coño es eso). Pero me empalmo. Pero me hace buscar: en el diccionario. ¿Tienen algún sentido algebraico sus poemas? Yo subo por el mismo borde de la acera y es el filo de la navaja, me miran los retrovisores de los camiones de reparto. Bajan alacenas enteras de langostinos y sucedáneo de marisco, tarritos de pimentón picante, pañales de niños, servilletas y montones de chuches de colores. Bacalao, tarros de mermelada, helados de vainilla. Pilas de petaca, bayetas, escobones con forma de bigote. Y llevo tu mano aquí desde ayer en el aductor izquierdo, acariciándome un

UNOS MINUTOS DE NADA.

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Hace tres minutos que empezó a acabarse el mundo. Es inaudito que yo no deje de pensar en ti. Pero eres tú en un sentido figurado, desconocida. Una vez te soñé. Era como tú. Unas piernas torneadas, allí delante, obsesionado. Caído un vestido displicente, y de un lado la pierna al aire, y sobre la otra pierna, indistintamente te cruzas y descruzas. Tengo ganas de hacerme una paja. Oler por allí. Salir a gatas. Oler por allí. Y darme la vuelta. Las salas de espera son el corredor de la muerte. No te imaginas que luz más tenue entra. Revistas amontonadas de fauna y pesca. Cosas sobre la higiene bucal. Un árbol de Portugal retorcido como la verga de un perro. Y ahora la otra pierna dejando ver un hueco oscuro, entre las dos. Me haría una paja delante de ti de buena gana. Sacarme el capullo mientras te miro a los ojos. Su cara no me importa. Quizás el cuello muy largo y una blusa desdeñada respirando, de vez en cuando, respirando sublimemente leve, despacio. El mundo se ha acabado aquí. Voy

INEXPLICABLEMENTE.

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A veces me quedaba así mirando muy absorto. Conseguía poner los ojos en un punto. Sobre la mesa de mármol de la cocina quedaban granitos de azúcar y migas de corteza de pan. A ciencia cierta estos estados me sobrevienen cada vez con más frecuencia. No sé de qué parte de mi surge esa leve sensación de galbana, cansancio, como un estado de total ensimismamiento después de una dura jornada. A las diez de la noche la luz amarillenta me alumbra por la espalda, y sobre el mármol oscuro aparece una sombra mediana con el contorno de mi cabeza, mis hombros, y la penumbra inmediata de mis manos entrelazadas. He notado más de una vez, después de unos mínimos segundos que no puedo cuantificar, la extraña fuerza que me eleva lentamente a tres palmos del suelo, sin ninguna causa externa aparente, sin ninguna fuerza magnética que me impulse. Sí. Permanezco unos instantes levitando para luego girar, para luego avanzar, para luego quedar reposado de nuevo a unos metros de la cocina, en p