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Mostrando entradas de septiembre, 2015

LA PENA.

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En esa dimensión mínima en que te anida el recuerdo, la pena que está ahí, la memoria de su último gesto, un simple juego, de su mano abierta posada sobre mi tantas veces. Qué dimensión es esa que te hace llorar y te deja lleno de pena.

Y..../...../

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Si fuera en un autobús y en este preciso instante se acabara el mundo y quedáramos los que vamos a la Colonia de la Asunción cogidos en las barras, sentados como petrificados mirando a un punto muerto, te escogería a ti, la que vas apoyada detrás del conductor mirando en sentido contrario hacía mí, con los ojos tan grandes que parecen dos pozos de agua de acequia con todo el triste gris reflejado como si llevaran veinte lágrimas a punto de caer. Si se acabara el mundo -digo-,  y esto fuera una ínfima isla desierta en mitad del universo. Y sólo hubiese que cerrar los ojos y abrirlos. Y. En este instante en que todo está quieto, lo de fuera destruido lleno de humo negro, y que por una irreal magia hemos quedado aquí, aislados, endebles, pálidos por el susto repentino. Me levanto del asiento y camino la escasa distancia que me separa para verte de cerca los ojos llenos de agua del mar, y decirte que tenemos que empezar una nueva vida en este barrio destruido cerca de la Gra

PAÑUELOS.

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En los trenes de ahora ya no se pueden sacar pañuelos blancos y agitarlos, a todo lo más que llegas es a poner una mano abierta sobre el cristal de la ventanilla y dejar una forma endeble de mano que va desapareciendo. Recuerdo aquel último día sobre las tres de la tarde la parte de atrás del tren ir desapareciendo, y yo volver sólo. Yo siempre le decía no me pongas Careless Love, ese blues es muy triste. Un día vino Sonia y ya no pudo casi abrir los ojos. Me lo han dicho por tres veces, y me da mucha pena.

SAUCE.

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El amplio tallo del sauce acogía el apoyo de mis brazos y mi cara escondida en ellos. Al último que vi marcharse por el rabillo del ojo fue a Teo, renqueante, con sus viejos botines de fútbol. Sólo me llegaba aquel olor a goma caliente de las ruedas de un coche recién aparcado a unos metros de distancia. Los sentí correr hacía un lado y al otro, luego el murmullo de voces y casi el silencio. Cuando estaba llegando al cuarenta abrí los ojos, me los restregué, no había nadie, y  la claridad del sol casi me cegaba. Di dos vueltas sobre mis pies y me alejé unos metros, todo me parecía extraño desde mi posición, las casas, el pequeño parque, y sobre todo el crucero de la plaza, lo único permanente era el sauce más inclinado y viejo, no había crucero, en su lugar una estatua alada que no conocía repleta de palomas. Confuso y lleno de dudas, no estaba en el mismo sitio, no sentía las mismas voces, las gentes que estaban a mi lado eran extrañas. Aumentó mi zozobra cuando vi aquel hombre

COSAS.

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Poner en orden cualquier cosa es sacarla de su situación ideal de equilibrio estable. Al poco rato la cosa está neurasténica e insoportable, no puede vivir la cosa en su nuevo estado de diferente luz. Traté varias veces de cambiarla de sitio, la miré en tres posiciones alternativas y no estuvimos claramente de acuerdo. Le dije, pues te quedarás ahí. Y cerré la puerta. Cuando volví después de dos días y varias horas, el orden no me pareció el mismo. Dudé que yo hubiera puesto la cosa allí, incluso que hubiera interrumpido su posición de hacía años. Estuve pensando unos instantes. Las dudas me atenazaban por lo extraño, qué hacía allí aquella forma circular sobre la cahoba marcando el límite por un leve rastro de polvo de no sé cuántos miles de horas. En realidad cuánto era el alcance de mi memoria. ¿Estuve alguna vez escrutando a la cosa desde tres puntos diferentes para que se volviese loca perdiendo su identidad de cosa? ¿Era verdad que yo la había cambiado de sitio?, o

ME.

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A veces intento escapar de mi compañía y lo consigo sólo por unos instantes. Huyo de la cocina a altas horas de la madrugada, mientras él queda allí medio adormilado. Es imposible la huida si no es de forma extremadamente sigilosa. Lo consigo quizás hasta el entresuelo. Salir a la calle solamente una vez sin él. Me da mucha pena al ver sus ojos con esa tristeza mirando hacía la puerta. Siempre retorno para verlo allí, sobre sus brazos, moviendo los labios, dándole vueltas y vueltas a lo mismo dentro de mi cabeza.