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OTOÑO.

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  De todo lo bueno que había en subir aquella empinada cuesta para llegar a casa, estaba que para bajar a comprar un cuartillo de café era más fácil. Nunca pensaba que debía subirla otra vez para no tener que hablar con la desesperanza. Si quedaban rastros de la lluvia estaban aquellos caracoles allí, tan lentos, ellos más listos para llegar a lo que fuese su casa solo atravesaban el sendero, dejando aquel rastro transparente. Tenía cuidado de no pisarlos para que no hubiese muertes baldías, por bajar a comprar un cuartillo de cualquier cosa. Una vez arriba yo miraba desde la ventana lo caminado, y me parecía una lejanía, o dos lejanías, dependiendo de mi estado de ánimo. Y también miraba como era de viejo ahora y de joven en aquellos años que dos zancadas me hacían estar en la cima. No podría decirte cuantas subidas y bajadas. Hubo días de contarlas y hubo hasta ocho. Pero nunca fui de acumular veces, al final del día lo medía por el cansancio. Mi entretenimiento esencial en estas hor

OTOÑO.

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  Con mi Abigail cuando el 22 de septiembre empezaba el otoño. Algunas veces por la emoción le decía que la quería del todo. Abi, si es que te quiero. Estaba tan salido que me corrí fuera, pero le dije: te quiero igual, aunque el placer fue el mismo que si hubiera meado después de una curva, con los niños en el coche, y tú mirando por la ventanilla del retrovisor por si me atropellaban.  -Así es que. Al día siguiente no tuve más remedio que ir de Eso. Iba muy nervioso por casualidad, en mis espaldas llevaba unos ojos como si fuera a cometer un pecado mortal. Y subí entre dos botellas de butano que había en el portal: flores de plástico en unas mactas superfértiles, olor a cocido de garbanzos, y una bicicleta coja sin las rueda de atrás. De tan negra que eras solo me di cuenta de sus ojos. Miraban así de blanco hacia los lados, a izquierda y derecha el blanco de sus ojos. En el medio de la habitación una fontana árabe de chorro ladeado, un bidet. La penumbra escasa desde el patio que da