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Mostrando entradas de marzo, 2012

CAILLEACH

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Guarda mi sueño. La antigua sensación que no olvidas. Un beso largo sin amor que permanece. Has sido el elegido para penar por las calles. Entre puertas cerradas, solares vacíos, hasta que llegue el encuentro que te redima. Aplastado por el peso de la noche, boca arriba, con esa mueca de los seres imposibles. No hay dos caras que queden iguales cuando las visita la muerte. He de recordar una fantasía antes de que mi boca se llene de estrellas esperando un último beso.No era un presentimiento. Me desvié en la revuelta del Perdón y subí una corta senda que da a la cueva del Chanto. Era una tormenta de verano intensa. Por las montañas de Ansilán  había claros azules por donde se filtraba el sol en forma de rayos casi místicos, y  en el escarpado de Arrumas una nube negra que asustaba, con truenos largos y relámpagos que partían el cielo en la lejanía. Casi empapado logré entrar en el Chanto, atravesando un empedrado de aluvión pastoso y losas de pizarra que había a la entrada.

ESCONDITE.

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                                                                                                           No hay el menor rastro de mi en todo lo que encuentro, mil veces contados los pasos nada. En lo leve ni en lo trágico. Ni en el recuerdo permanezco. He olvidado las distancias, lo inmediato, la luz que me cubre, el pesado marco de la puerta que me hace visible o invisible nada. Sin rastro permanezco. Dado la vuelta. Vaga la imagen. Irreconocible. No existo en el espejo. Sólo me llegaba aquel olor a goma caliente de las ruedas del coche. Los sentí correr hacía un lado y al otro. Cuando estaba llegando al cuarenta abrí los ojos, me los restregué, no había nadie y el sol me cegaba. Di dos vueltas sobre mis pies y todo me pareció extraño, las casas, el pequeño parque, y sobre todo el crucero de la plaza, no había crucero, en su lugar una estatua alada que no conocía. No cabía duda, no estaba en el mismo sitio, no sentía las mismas voces, l

MUY PESADA.

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Volver al punto de partida: El mismo camino y los otros dos caminos a elegir. Volver a decidir los mismos sucesos. La curiosidad no es más fuerte en mi que otro sentimiento cualquiera. Hay tanta inmensidad que aún sabiendo que elegiré el mismo camino de siempre, me siento unos instantes a pensar en cómo repetiré la misma tristeza. Sin acogerme a lo que la naturaleza me ha dado me traslado con esa sensación de que voy aprisa. Y en realidad no puedo deciros si es cierto. Me comparo con otras veces que iba lento. Desde hace un tiempo a esta parte camino como un recluso liberado, con esas largas pisadas que iban de una pared a la otra en las salidas al patio. Lo extraño es que no soy consciente de esta ceremonia en el sentido de qué armonioso, ni a  qué amplitud acelerada. Ni si en algunos intervalos avanzo constante sabiendo de dónde he salido ni a dónde voy. Tampoco puedo deciros  cuánto tiempo entre dos puntos, porque desconozco la trayectoria al ser esta completamente alea

CAERTE MUERTO.

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Entre cada estío hay un periodo de enorme exhuberancia. El duelo de la tierra deja paso a rastros de espesos   colores, y la vida   alberga sublimes   instantes antes de desaparecer llena de dolor. Sabes. Aunque estés clínicamente muerto sobre el vapor que suelta tu boca en   un espejo se podría pintar un corazón. Y tengo que decirte que, cada cierto tiempo, en todo lo que toco pacientemente con la mano elevada en un gesto de caricia siento que mi deseo sigue intacto. Que me huelo a mi mismo y no me ofende, como si presagiase dentro de mí el estiércol como una solución final. No debes temer cuando surjas del estío en una nueva vida: perecerás de nuevo, resurgirás de nuevo. Fluir sin ninguna ley es el enigma de la teoría del caos. De dos sucesos antagónicos uno será sacrificado, y no tiene por qué prevalecer el más fuerte. Los designios dentro de   una vorágine no existen. A ciencia cierta no sé cuantos hombres en este instante se han doblado, golpeados po

DESVÁN.

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Hay algo que gira y que casi se hace invisible. Entre las gruesas losas entretejadas del desván había pequeños nidos de avispas y crecía el moho. Luego el aire entraba de aquella forma de silbo, y al subir y dar vuelta a la trampilla entrabas en un mundo inmaculado con un rastro de polvo posado sobre un desbarajuste de objetos. Percibías el rastro de los insectos por el suelo, y las telas de araña haciendo finos equilibrios sobre pontoncillos de madera llenos de polilla. Hay veces que piensas que ya has vivido algo. No sé cómo se llama. Es una extraña sensación de apenas dos segundos en que la realidad tiene las tres certezas del pasado del presente y del futuro. Ocurre que algo que percibes despierta en ti una rara dimensión desconocida. Recordaba los años transcurridos desde la última vez que había estado allí, sin tener una conciencia clara de cuándo había sido. Quizás lo que presentía en mi estómago, y en el peso extraño de mi espalda, era el principio angustioso

SIESTA.

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Cuando me mirabas tus ojos parecía que proyectaban una de Disney en Cinemascope (Mickey Mouse y su compinche Donald Duck). Así de grandes eran con tantas chirivitas. Fuera quería llover porque la primavera estaba harta de tostar la tierra, y los vapores del calor subían como humos de fábrica de cemento, con aquel olor a tierra amasada sin agua. Ese olor también lo tienen los caminos polvorientos, ya lo conoces. Y nosotros estábamos fuera, y es como si estuviésemos viéndonos también tras los cristales. Son las ventajas de lo mágico. Pero no sabíamos desde qué parte de la galería llena de enredaderas de pino y flores de azucenas nos observábamos a nosotros mismos. A eso de las tres de la tarde, después de comernos un melón entero así de grande como un balón de rugby, estirábamos las piernas para que no pasase nada, el respaldo eran dos robles que tenían tallo de mujer diabólica. Alguna abeja volaba hacía el trabajo. Los pájaros que se marchaban habían venido del otro lado del río, y de

ESPECULATIVO.

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Dos sombras. Entre las sombras una penumbra indefinida. Todos los días recurro a mi escondite. Nidos a los lados con no sé cuántos corazones. Entre tantas posibilidades de felicidad tiene que existir alguna desdicha. He abierto mi puerta. Encuentro mi olor, y cierro. En mi bloque creo que estoy considerado como un ciudadano normal. De esos que cuando matan a la mujer y a sus dos hijos y viene la televisión a preguntar, la gente contesta: “a mi él me parecía una bella persona”, “muy normal, vamos”. “Ella traía los niños muy limpios y aseados” . Yo puedo considerarme de esos: comunitariamente normal. Lo que ocurre es que soy un “ especulador de convivencia ”. Me gustan las pequeñas fechorías, atentados nimios a los bienes comunes o individuales; digamos que soy un distorsionador ambiental. Os podría enumerar la cantidad de insignificantes gamberradas que he hecho, todas con un disimulo digno del más calculador de los asesinos. No quiero cansaros con pormenores, sería para

CUÁNTICA.

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De todos los lugares que visitas siempre hay uno más frío. Otro lugar que visitas tiene un cálido recibimiento. Y otro te huele a confituras, a zapatos, a goma, a comida. Si existe el desdén me encuentro en su punto medio. Bajo sus influjos ausentes. Mis ojos están en medio de un punto muerto. Estábamos unos frente a otros, nos encontrábamos con los ojos una vez más de tantas veces, usualmente los domingos, sin nada qué hacer, habían bajado el día, alguien, para que estuviese allí, y había bajado con el día cierta claridad que asomaba por la ventana y caía encima de la mesa. Se cumplía la paradoja: existía lo que olía. Casualmente olía a potaje de garbanzos con bacalao. Los garbanzos mezclados con el bacalao, el bacalao hervido, todo junto, humeante. Casualmente la cocina era un espacio habitado, todos juntos, y la abuelita. Si ves nuestras manos boca arriba o boca abajo, son manos que llegaron hasta allí de aquella forma tan ruda cogiendo pan, cogiéndo los cubiertos, comíamos a

MARES DEL SUR.

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Una ventana abierta, en el frente otra ventana abierta. Algunas veces le leía a Stevenson, o Herman Melville, muy pausadamente. Y ella cerraba los ojos si era por el amanecer. Otras veces le decía que estábamos en una playa Hiva Oa de atardecida. Que sobre las montañas oscuras ya sin luz nubes espesas dejaban ver un nítido azul, y que una ligera brisa empujaba sus cabellos hacía su espalda. Sobre sus pies una arena blanca y cálida tapaba sus uñas pintadas de rojo. No faltaba el champán francés  ni brochetas de frutas tropicales, mientras aquella suave y húmeda brisa removía sus rizados cabellos. Sobre la mesita de noche le ponía un ventilador a bajas vueltas que removía el aire contra su cara, y ella cerrados los ojos, quizás imaginaba el Bounty con su motín, y a Marlon Brando con la cara del color del cobre. Algunas veces sonreía. Por el patio de luces asomaban tres claraboyas en forma de huevo y muchos rumores. Fue un instante impreciso sesgado de resplandores de televisión  y olor

SI FUERA MÁS DE DÍA.

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-El lugar donde rendido te has dormido no es igual que en el que despiertas. Sin embargo, en el intervalo temporal no ha sucedido nada, no hay un nexo que una los dos estados. Toda la vida he estado eludiendo situaciones comprometidas, vagos fantasmas. Habiendo llegado a una estación desierta. En mi existencia casi no hay relato, sólo un recuerdo circunstancial. No puedo culpar a nadie, el asesino soy yo. -Por una pequeña ventana una pequeña claridad. Esta noche me desperté aquí. Y no sé por qué tengo tanto miedo. Siento el eco de pisadas que se alejan al fondo del pasillo. Y ahora lo comprendo todo. A las siete de la tarde me trajeron a este calabozo... Le había avisado. Había días que subía hablar con él, hasta tres veces, a la nueve de la mañana, a las cuatro de la tarde, a las diez de la noche. Una vez subí a las dos de la mañana. Abría la puertecilla del trastero, encogido, y mostraba aquella cara con sonrisita conejera, “ya acabo”, “es un cajón de la cocina para

SALIR PITANDO.

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Aunque no lo medites, y te creas invulnerable, cada día es una ruleta, tú sólo pones el número. En un avanzado estado de desdicha las posibilidades aumentan. A veces te queda el sol, o la lluvia y todos los estados posibles de tu conciencia. Nunca pienses en lo inmutable. Todo da vueltas. Me he despertado sólo en esta pensión, y tengo esa sensación de que mi alma aún no ha llegado aquí. Mi postura sobre la cama podría ser la definitiva para poder morirme a gusto, totalmente estirado, boca arriba, y las manos sobre el pecho. En algún momento de la noche adopte esta postura. Y ahora no sé qué hacer con estos minutos que me quedan. Este paisaje no es gran cosa. Moscas extraviadas y los reflejos de la ventana sobre el borde de un armario con un color de caoba opaco por el uso, y unos visillos que aparecieron sin darme cuenta, descolgados de un lado. Pero mi día es este, no puede haber otro. Lo he elegido entre todos los días posibles, habiendo dudado hasta la saciedad por supersticion

EN ABSOLUTA OSADÍA.

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De todo los seres vivos que reptan me quedo con los violentos gestos de dolor, cuando son cortados en dos por el machete, pisoteados, golpeados, y gesticulan aún   independientes, en ese marasmo por no huir de la vida. De todo lo que vuela en la amplitud, sus ansias de libertad. De todo lo que camina con odio para poder vivir sobre los huesos del enemigo que adivinan debajo de la hierva verde, asesinados, de todos los bandos posibles, de todas las ideas, reposando con golpes inútiles -la violencia estricta-, y en las orbitas abiertas una ultima imagen, un ultimo pensamiento entre sus huesos. De todo lo que me alimenta el gesto de poder llevarlo a la boca, saciar mi hambre, ver sus colores, sentir el sabor de lo que mastico. De las manos su obediencia inmediata. De los pies sus dudas en el camino. De la piel la capacidad de presentir el endeble rastro de un insecto. De los ojos, si percibo sombras en la noche sé que veré el día. Y el don de pensar frenético, o la locura incluso, con

LAVANDEIRA.

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Un pájaro perdido no sabe donde está su nido. El silencio y la soledad del bosque te acogen. No llevas tu alma. Cuando mirabas el río Andunin desde la vuelta de Anxo, a eso de las ocho de la tarde del mes de junio, y el sol ya estaba acabando, lo veías tranquilo, lleno de ondas suaves con un color extrañamente rosado por la luz reflejada que le entraba de costado. Y cuando te ibas acercando y los robledales, y los rodales de castaños, se abrían para dejar verlo, los tonos cambiaban a otros colores entre plateado y azul, que iba quedándose totalmente claro, según de que lado lo mirases. Así lo veía yo cuando me senté unos instantes entre el monte bajo de brezo de color púrpra florido, resguardado por un grupo abedules cortos. Tenía las varas de avellano guardadas a pocos metros entre unos arbustos de espinera. Encendí un cigarro y me quedé mirando la hondonada del Xeixo, y como las golondrinas hacían zigzags vertiginosos a dos palmos del agua. Un poco más abajo el río se metía haci

REGALO DE LA CASA PARA EL VIERNES.

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No es bueno ir a los lugares donde habitan los hombres que no tienen dientes. Una bala se ha detenido. Desesperadamente silbaba buscando la muerte perfecta. Era un día barnizado, casi elegante, rocío vespertino, y todos los colores que debes ver cuando agonizas. Céspedes carcomidos de las afueras donde la ciudad se acaba con árboles endebles que nunca quisieron crecer. Aquella mañana me habías abrazado. Llevaba como flores en mi cuello, y el olor de tus brazos, y quizás era feliz porque no tenía otro recuerdo. Estuve andando con mi cámara de un lado a otro. Me subí a un autobús y noté en los ojos del conductor que no querían ir allí. Y los que se subían parecía que ya estaban muertos, con aquellos gestos obligados por un mínimo esfuerzo para vencer la inercia al sentarse detrás de un cristal que los reflejaba cuando había penumbras. En las ciudades hay paisajes que son lunares. La mano de Dios nunca ha pasado para indicar los placeres de este mundo. Mucho antes el autobús se h

BAILE.

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Un perro escuálido mira a un lado y al otro antes de cruzar la carretera. Es de una lentitud veloz el polvo dando vueltas. Alguien abrió una puerta y la luz destruyó una sombra espesa. Nada es tan triste como un acordeón que suena solitario en el atardecer. Te sientes más sólo. Era tan bella que resultaba empalagosa. Así que no la saqué a bailar. Saqué a una que se llamaba Cristina, delgadísima, y la apreté contra mi. No daba mucho calor, y si la apretabas mucho era como si crujiese. Le dije, mira, aunque fuese…, necesitaba comerte el coño. Comer un coño así es como una ruleta rusa, no sabes lo que te vas a encontrar. Echaba un pestazo increíble. Me dijo, esto es lo que tengo, hazme lo que quieras con tu boca, pero metérmela ni se te ocurra. La arrimé a la tapia del cementerio. Bajaban alimoches haciendo vaivenes, jugaban entre sí a que eran pájaros. Cuando metí la cabeza bajo su falda aún era de día. Le comí todo el coño hasta dejárselo limpio. Me dije, ya está bien de tanta porq

VECINOS.

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CUARTO-A : Creo que mi vecino esconde algún secreto. Son tres de familia, y han venido a vivir al tercero hace como unos tres años. -por mayo, creo, del 2009-. Lo vengo observando desde hace ocho meses. Sus salidas y entradas. Quién los visita. Hace como diez días metieron en casa un aparador de dimensiones un tanto raras. No era de madera. Parecía de un metal como inoxidable. Y eso no es normal. Podría tener algún tipo de mecanismo electrónico en su interior. La esposa se peina con moño. El alisa el pelo hacía atrás. El niño lleva unos pantaloncitos bombachos muy ajustados. Y no parece tener amigos, apenas sale a jugar al parque, y cuando lo hace está totalmente sólo, y hablando consigo mismo, inventándose sus juegos. Lo que me hizo empezar a sospechar fue la visita del mes pasado. Dos mujeres y un hombre con sendos maletines, muy trajeados y pulcros, exquisitos. Lo del buzón es otra cosa. Pone familia de Breixo López. Ojeo de vez en cuando el buzón. Los sobres que reciben son de un

COLOR NEGRO.

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Brilla la gran cabalgata de nubes. Por la noche las luciérnagas prenden fuego. Y luego está el recuerdo, inexorable. Y aún te preguntas hasta cuándo. El terror más supremo es perder la capacidad de suicidarte. Aquel día que la maestra abrió el cuento de tapas de cartón y surgió aquel fuelle de colores; el mundo para mí tuvo otra dimensión. A mis ocho años parecía que el papel por primera vez tomaba vida. Pasamos uno por uno por la mesa de la maestra, y lo íbamos abriendo con sumo cuidado: primero aparecían aquellas irregularidades de las dobleces, luego, como si fuera tomando otra dimensión mágica, empezaba a surgir de la nada aquel arco iris de colores tan vivos: los pájaros, los caminos, el pueblo, el valle verde…; todo lleno de tonalidades diferentes (la realidad nos ponía aquellos tonos delante de nuestros ojos todos los días en el paisaje del entorno), pero así, de aquella forma tan gráfica nunca lo había visto. Lo que la maestra nos quería explicar eran los colores. Para mí de

FATIGA PREVIA.

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Todo lo que se interrumpe, en si mismo, tiene una vertiente trágica. Como el balazo   presentido   que te era destinado, sin ser el héroe de una historia dentro de un libro aburrido. Como todo pronóstico el romper un tallo endeble, cortar el pan, -dar una parte generosamente-. Es dividir con un fin premeditado, lo previamente   imaginado dividido. En lo inerte no percibes el dolor de la convulsión. En lo vivo algo se queda en los ojos, una revelación, en la cara un invisible y primigenio surco. A un animal si lo encierras pierde el vigor y la memoria de   su fuga constante, haces exigua su libertad. Lo vuelves dócil en su furia, una bestia melancólica. El desear la muerte a un asesino que aún no ha confesado. El odiar al que no piensa como tu lleva implícito -si ejecutas tus pensamientos-, el arruinarlo impunemente en dos partes que unidas   eran su vida. Y en el amor, si de verdad te quieren, te surge esa leve idea de olvidar al que te ama, sin dar la mano, minimamente, en un gest