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Mostrando entradas de julio, 2010

AGUJAS.

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Hace más de cuatrocientos años la joven Beatriz Cenci soportaba, entre cortinajes y alcobas escondidas, muchos ataques incestuosos de su aristocrático padre. El Papa de entonces, dadas las circunstancias, y por habladurías que se van deformando la declaró bajo el influjo del Dios de las tinieblas, condenándola a muerte. Antes de morirse tuvo que purgar sus penas porque estaba poseída por el diablo; el diablo estaba en su interior, ella no lo sabía. Su particular locura no le dejaba ver que dentro de su piel el alma de Belcebú reinaba. La Inquisición en estos casos no era parca en recursos. Físicamente si estás poseído es que algo está dentro de ti. El diablo imprime su señal en cualquier parte del cuerpo, que no vamos a enumerar; sería repasar las partes más cruciales de nuestro organismo. Para tal tortura, escogieron una entablada en forma de potro o mesa. Cuatro monjas había en la estancia iluminada con antorchas. Primero la desnudaron. Luego la ataron. La superiora, más entendida en

ELLA.

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De velux a velux, de bajo cubierta a bajo cubierta, la veo esquinándome un poco hacía la izquierda. Mejor perceptible cuando hay penumbra por su noche avecinada, o desde mi día que también va siendo noche. Ella no corre las cortinas de la ducha, y por el verano queda aquella rendija de su ventanita inclinada que la ventila y le da frescor. Y entonces yo lo apago todo, en mi está la penumbra y en ella aquella claridad que le dan los óculos casi evanescentes y sutilmente azulados, que caen como luz celestial sobre su cuerpo iluminando a mi diosa aparecida. Nunca la confundo con su marido, un espécimen descomunal, rapado al cero, y que antes era musculazo y ahora tiene gordura de cebón. Mi "Kuka" me embriaga todas las semanas dos veces (o así), así son sus costumbres de higiene, de pie, maseajandose con esplendorosas espumas por su espalda, dándose la vuelta para que le vea aquellos tocinillos de cielo con areolas y pezones lanzados hacía arriba, viéndolos vibrar armoniosamente

MAL SENTADO

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Pues de esto ya hablé mucho después de haber quedado viudo, o pude haber hablado en otro lugar que ahora no recuerdo. Pero lo cierto es que me siento como si estuviera delante de un cuerpo presente, no sentado bien , sin apoyar mi espalda de viejo contra el sofá que huele a cuero recién abetunado y a perfume. Y es que ando como avergonzado a mis años, ya de vuelta de todo, el ir a estos lugares me sigue afectando, por lo clandestino que me resulta (me desequilibra) el haber llegado al piso ha sido un fenómeno de ocultismo al más puro estilo houdiniano, incluso cuando caminaba muy lejos de aquí, en esta dirección, sospechaba que la gente que me miraba sabía a donde iba, y todos pensando lo que yo pensaba, “pues este sinvergüenza con sus setenta años, y aún va de putas”, pero a quién le van a ir con el chisme , si ya no tengo a nadie, si ya estoy más sólo que la una. Ese trayecto es lo más delicado. Pero, ahora, cuando ya estoy mal sentado aquí, en esta postura inadecuada, es como si m

PEREJIL

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Pues ando metiendo ajos por todos los sitios, y también me como ajos macerados con leche espesa y miel. Mis poros destilan ajo y huelo a ajo arriero, porque la bruja del tercero viene cada poco a pedir perejil, y me da ese pálpito de que tiene intenciones extrañas respecto a mi persona. Si no os habéis puesto ajo en el culo, probad de nuevo esta sensación de estar empalado, es como un frescor que no ensucia, ahí también lo llevo por si los malos espíritus tienen esas sucias tendencias. La última vez vino con un sofoco, tocó sabiendo que la oteaba por la mirilla, quizás sintió su desplazamiento, o pudo ver acercándose mi ojo, pues tiene otra dimensión para captar ondas que se escapan a la percepción humana. Siempre ha vivido sola, medio encantada. Algunas veces el cruzarla por la escalera era tener malas sensaciones el resto del día, con su mirada de orden oculto, diciéndome con los ojos que le diese ramitas de perejil para no sé que sortilegios.

AGÜERO

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No estaba descrita en el bestiario. Como iba a estarlo aquella “coruxa” insomne que regresaba todas las noches al “carozo” de roble en el huerto de Doña Brígida. Cuando la “coruxa” llegaba en las cortas noches de agosto y coincidía luna llena era para llevarse un alma y ponerla a penar. Nadie sabe por que era en agosto, y no en otro mes cuando aquel enorme pájaro de plumas pardas miraba a todo lo que se arrastraba en plena noche ya hubiese luna llena o casi crecida a llena, no valía otra luna. Doña Brígida que vivía sola por cosas de la vida lo veía llegar a eso de las doce de la noche en plena canícula, cuando el sopor nos hace sudar desnudos. Se ponía sobre el arco mediano del roble, y se quedaba quieta girando lentamente su cabeza hacia los lados como si llevara una escafandra, sus ojos se posaban en todo lo viviente, y cuando la luz de la luna estaba allí todo lo amplia que daba el cielo, empezaba acompasadamente con los graznidos que resonaban entre las casas, sin resuello, hasta

EL CREDO

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El Maestro explicaba los pormenores de su aparato. La sección máxima del poste de unos ciento cuarenta milímetros de sección cuadrada, la palanca que se debía ajustar bien al cuello, para que con tres cuartos de vuelta y dos segundos a lo máximo lo quebrase (esa era la ciencia), la ranura de la corredera, y el cierre; algunas veces había encontrado cuellos verdaderamente grandes y gordos que apenas había sitio para que al cierre pudiese metérsele el pasador. El Maestro también me dijo que le echaba unas gotas de aceite de oliva a la rosca para que la palanca, al último quite, fuese sensible y sin impedimento. Muy pulcro el Maestro en todas estas cosas que llevaba al detalle: la altura del poste, el asiento del ajusticiado que muchas veces suplementaba con un cojín de hierba seca metida en un saco para que la nuca quedase horizontal evitando que un mal guiado no rompiese el hueso. También me dijo que el invento del de Plasencia no le gustaba nada dejando aquella aguja que se clavaba y

DÉJÀ VU DE UN SUEÑO QUE YA HABÍA VIVIDO.

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No sé por qué me puse a dormir la siesta debajo de aquel manzano. Mi padre siempre me lo decía: “No te pongas a dormir debajo de un manzano con manzanas a punto de madurar, te van a dejar “descornao”. El caso es que haciendo “caso omiso” a esta recomendación me puse debajo de uno de fuji, tan rojo de fruta, que daba gusto verlo. No sólo eso. Me tendí a la sombra del más grande y amplio. Desde aquella posición podía verlo cargado hasta las mismas entrañas de las ramas, con aquellas manzanas grandes tirando a color ya madurado. Para quitar la humedad de la hierba tendí dos sacos muy tupidos, y una chaqueta vieja de lana que había cogido del pajar. Y así, boca arriba, con los ojos abiertos hacía los ralos del azul del cielo, veía la fruta colgada por toda la amplitud de las ramas. No tuve ningún miedo a que una manzana de buena medida se desprendiese contra mi cabeza o mi cuerpo; no suponían ningún riesgo las leyes clásicas de la gravedad (apenas siseaba una ligera brisa que no tocaba ni

BUITRES.

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Cuando una res moría por enfermedad en la cuadra o eran sacrificadas por otro motivo, sin poderlas aprovechar para comida, eran llevadas por los labradores a San Esteban de los Buitres, al despeñadero de la curva en la carretera que iba hasta Pesoz. Cuando te asomabas aquel precipicio veías el río allí abajo, a mas de doscientos metros, plateado la mayoría de las veces por el contra luz que daba la claridad del día hacía poniente. Las reses eran colocadas en carros de tiro y llevadas al precipicio. Cuando una res caía, (una vaca, un caballo, y sobre todo ovejas), a la media hora comenzaban los buitres a otear el aire dando vueltas; cantidad innumerable de buitres que a una orden instintual e imprevisible se precipitaban sobre la res muerta. Esto que os cuento era sobre los años sesenta. Recuerdo que hace unos años (quizás sobre los noventa) se intentó repoblar la zona de nuevo con buitres traídos de la cabecera del Ebro. Se les preparó el hábitat llevándoles carroña a semejanza de lo q

EL QUE QUIERA CREER QUE CREA.

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Marta y yo habíamos tenido aquellas tendencias durante nuestra convivencia. Mientras que ella había vivido nos habíamos soportado en largas tardes y noches de tedio sentados delante de la televisión, y siempre acabábamos el aburrimiento con aquel argot confidente de una simple mirada, y la frasecita:” ¿Una manecita?”, “¿Un dedito?”. Todo era tan locuaz y simple como eso. Empezar así a acariciarnos, limando nuestras asperezas con geles aromáticos. Sabíamos que podía ser rítmicamente interminable como el bolero de Ravel. Pero teníamos todo el tiempo del mundo. Su hermana Magdalena me había insistido una y otra vez lo de aquello tan espirituoso, de que su hermana se le hacía presente en los lugares más recónditos de su casa. Mostrándose en sigilosos roces, en luces que supuestamente nunca se habían apagado o encendido, en muebles inestables que a las tres de la mañana, por no sé que extraños flujos, dejaban aquel sonido quebradizo como de algo que se dobla o se vuelve del equilibrio inest

EL DUENDE.

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Siempre llevábamos aquel control estricto porque no deseábamos llegar al climaterio sin haber conseguido descendencia. En el pueblo la mayoría de las familias eran numerosas. En aquella época los niños hacían labores en el campo desde edades muy tempranas. Por eso permanecíamos mucho tiempo en la habitación cuando las labores de la tierra lo permitían. Nuestra habitación daba a la huerta del Soto, y por nuestra ventana veíamos los manzanos y los castaños que rodeaban la casa; el castaño que asomaba sus ramajes era centenario, lleno de corvas y ramas extrañamente deformes en donde se escondían las ardillas. Lo intentamos numerosas veces, incluso en horas intempestivas: durante el sopor de las siestas de agosto que acababan en tormentas atronadas; durante las grises otoñadas de cielos altos; o las blancas nevadas de enero mientras el ganado rumiaba en la cuadra; o en las tardes de domingo después de procesionar al altísimo; en los viernes santos después de rezar delante de la virgen del

SUPONÍAS.

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saber que hay sitios a los que no volverás nunca te ha hecho más humano saber que el tiempo estuvo a un tris de no ser contado por tus dedos te ha hecho más humano incluso ya piensas por ti mismo que llegará el día en que no visites el lugar más amado de tú casa y también reconoces que no volverás a sentir el contorno de otra boca sobre tú propia boca sobre tus viejos pechos sobre tú piel caliente y puede que esté a punto de acabarse todas las angustias la larga incertidumbre las largas noches en que suponías todo eso

UN ATARDECER MÁS.

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Ahora que miro detrás de la ventana, mientras estoy acostado en la cama, veo la otra esquina del patio de luces, las otras ventanas igual que la mía con un leve rastro de luz amarillenta. Y al ver esta vista que no tiene nada, sólo lo que vislumbro de los seres humanos que están al otro lado, el lado de otros seres como yo que también quizás me pueden estar viendo. Ahora me apetece cerrar los ojos y viajar en el tiempo a otro atardecer cuando tenía ocho años tan sólo, y también estaba sobre mi pequeña cama detrás de una galería pintada de blanco, viendo la hilera de ventanales llenos de cristales perfectos, cuadriculados, dejando entrar toda aquella luz de la tarde. Y así, cerrados los ojos, ensoñándome, observo los ramajes del viejo olmo, con aquella rama larga que mi padre podaba todos los años, porque siempre quería meterse por la ventana. Y así, cerrados los ojos, oigo el guirigay de las golondrinas debajo de los aleros del tejado, y a mis dos hermanas corriendo y jugando con los p

PUPILAS

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En mil ochocientos noventa, la duda de los doctores era comprobar personalmente lo que hubiera de cierto en la resistencia y sensibilidad de la conciencia de las cabezas de los guillotinados. El doctor Norman y su ayudante Parker tenían dudas razonables de cuanto duraba aquella capacidad de percepción en las cabezas truncadas. Fue en la ejecución colectiva de mil ochocientos noventa y dos en la que consiguieron autorización para examinar las cabezas de los veinte guillotinados aquella mañana de julio calurosa con un extraño sopor circulado por cientos de moscas. Se colocaron debajo del cadalso y las cabezas les eran pasadas a medida que iban cayendo. Allí debajo de la trampilla, por entre las claridades que dejaban las tablas de madera, observaban aquel espectáculo dantesco lleno de horror y sufrimiento. Así preparado, las cabezas caían en sus manos todavía calientes, todas con abundantes rastros de sangre sobre la cara y la barbilla. Las cogían por el pelo, las levantaban apresuradame

OÍDOS

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El veinte de abril de hace dos años (lo tengo apuntado) fue cuando empecé a sentir aquella música en mis oídos. Los especialistas me decían que no era música, que era una especie de tono bajo como si alguien cortase con una sierra mecánica un trozo de madera. Así me lo querían describir. Pero no era eso. Repetidamente sonaban en mis oídos, rotándose en el tiempo de forma continuada la: sonata para piano n.º 8 en do menor, primer y segundo movimiento; sonata para piano n.º 14 en do menor, primer movimiento; sonata para piano n.º 32 en do menor, primer movimiento ( Quiero decir que todo fue inventado por Ludwig van Beethoven, por si no lo habíais cazado). También alternaron otras veces la obertura de Romeo y Julieta de Piotr Ilich Chaikovski. El caso es que ese fue el inicio de mi desventura, para los galenos eran sonidos de simples sierras mecánicas, pero yo, a cada paso que daba sólo escuchaba celestiales ensoñaciones de piano. La cosa empeoró con lo de las voces. Cuando dije que oía i

SUCESIVAMENTE.

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a mi me han dicho que la eternidad es una fuerza que todo lo hace más grande sin ningún final premeditado que algún día tendrá que volver a morir para volver a nacer creo en todo eso no puedo creer en otra cosa porque me da angustia no ser eterno y ya no cuento los latidos de mi corazón porque estaré en otro corazón latiendo así sucesivamente todo esto me lo han dicho en un atardecer cuando era casi niño volviendo de ver marcharse a un hombre bueno por los siglos de los siglos a otro sufrimiento o a otro resplandor me lo explicaron poniendo dos dedos así casi tocándose eso era lo pequeño luego abriendo los brazos como abrazando eso era lo grande luego para que no llorase me dijeron que todos estamos en todo lo aparente tan solos y angustiados así sucesivamente

FARMACIA.

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Comprar condones en la época de Paco era un suplicio. Las farmacias formaban parte del poder fáctico, tanto como los militares, las eléctricas o los del Opus Dei. Las farmacéuticas habitualmente eran mujeres mayores con la cara muy pálida y los labios pintados de rojo, con un quimono blanco inmaculado. Las farmacias de la época de Paco solían tener al Caudillo (Don Paco) colgado sobre el anaquel, por encima de los medicamentos. Y olían muy intensamente a penicilina, o a preparados contra la calvicie que salía de la trastiendas. Cerraban todas puntualmente a las ocho de la tarde, y si tenías una necesidad urgente ibas al quinto pino a buscar la de guardia oteando la crucecita roja y la serpiente. Pues bien. Yo una vez entré a comprar condones en los años sesenta , a una de la avenida del Cid Campeador en Burgos, con cara de pardillo; muy atorado porque delante de mi y detrás de mi había respetables señores y señoras; y cuando llegué al mostrador estaba la ayudanta de la farmacéutica y l

ARRAYANES.

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Pues estaba allí tempranito, sólo, endomingado, esperando en el parque del Ambulatorio. Les tiraba gusanitos a las palomas, y daban vueltas con las alas bajas picoteando. Me apoyaba con las dos manos sobre el nudo del bastón de roble, debajo del fresno, detrás de los arrayanes que hacen algo de laberinto, y sólo se ven pasar las cabezas de la gente por afuera, como un guiñol. A mis años recibo el sol de marzo con agrado, y medio me “adormito”. Vi a la rumana que asomaba la cabeza por encima del borde del arrayán, luego llegó y se sentó a mi lado. No sé que farfulló, no la entendía, pero se me arrimó mucho, olía a tabaco. Su cuerpo estaba caliente porque era gorda con la cara plana y enrojecida. Algo dijo. Luego me posó su mano derecha en las rodillas. Al poco rato la acercó más, comenzando a acariciarme. Me dio aquella cosa de respigos cuando me bajo la bragueta, estuvo dándole vueltas un buen rato con los dedos, muy disimuladamente (era algo basta en los toques). Y se me puso “atrempa

BIOGRAFIA

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casi todo el mundo tiene biografía vas al buscador universal pones cualquier nombre de los que escuchas el algoritmo se pone a escrutar y allí está fulano de tal o mengano nació en no se donde y escribe versos o hace novelas policíacas o ensayos sobre los colores luego pone cuantos eucaliptos han talado sus últimas ediciones otro que se llama zutano de tal escribe cosas de la vida digo esto porque yo quiero ser alguien cueste lo que cueste hasta ahora he trasformado serpientes de acero he triturado piedra he contado ladrillos he puesto cables de telégrafo para colgar la ropa y he contado bites con los dedos apareándolos dos a dos para que no estuviesen solos pero soy auténtico quiero poner mi nombre fulano zutano mangano y que esté allí nació el día tal y tal y parecía gilipollas pero espabiló y escribió un poema en forma de algodón que bajó de los cielos como la cagada de una paloma

LOCURA

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últimamente me devoro a mi mismo es esa sensación de llevar la lengua de bufanda de saborear la luna o quemarse con el sol cuando lo limpio otras veces parece que mis brazos me dan vueltas y como la fruta de los árboles y apago las bombillas siempre con esa sensación y mal sabor de boca otras mi piel es una toalla que llevo como un jersey sobre la espalda para rozarme en los autobuses cuando frenan comerme a mi mismo viene de viejo primero los dedos de los pies al final la propia boca para ser invisible arrastrándome con el aire y es que estoy loco llevo de loco mucho tiempo lo digo en este segundo de lucidez que reflexiono contar todas mis locuras seria muy largo llegar a ser loco lleva su tiempo

DE PIE.

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Algunas veces cuando a eso del amanecer me levanto de la cama, me empiezan a venir los pensamientos, y pienso que lo llevo haciendo así, con el mismo rito, desde hace años. Y pienso que quizás no hay otra forma diferente de hacerlo; y pienso, muchas veces, que no hay otra forma de pensar diferente. Cuando lo hago, me refiero a lo estrictamente terrenal; decirme a mi mismo: ¡joder!, otra vez vivo. Al levantarme, algunas veces, antes de posar mis pies desnudos lentamente, me imagino que debajo no hay nada, no existe la alfombra, ni el parquet; y, circunstancialmente, no existe el lugar en el que debo sustentarme: sólo un vortice en espiral que da vueltas y vueltas. Me han dicho que esas sensaciones son de tránsito hacía el abismo. Lo he consultado con especialistas de la mente (del cuerpo, para qué), y han meneado hacía los lados sus cabezas reflexivas; lo que me ha dado pie (valga la redundancia) a empezar a preocuparme. Desde hace unos días he considerado esta sensación como enfermiza,

FIESTAS.

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Soltaron a los solteros y a los casados bajo un sol de justicia, a eso de las seis de la tarde, en el campo de futbol de Ardura para las fiestas de Santa Verónica. Pusieron las atracciones en el campo de la iglesia, por la parte de atrás, en la explanada de los madereros, que estaba vacía. Los casados se emplearon a fondo, entre mucho polvo. A la Verónica la habían sacado por la mañana, con gran recogimiento y toque de campanas. Los voladores los iban tirando desde un carro, Prisciano, el hijo de la Justa, y Cosme el hijo de la Rabuca. Los solteros dieron muchas patadas en las espinillas. La virgen iba con manto nuevo que había bordado la viuda de Don Nazario, el de la Ferretería. En la plaza del pueblo pusieron la jaula de madera con la vaquilla. Estaba escuálida. Yo le vi los ojos al pasar y daba pena el mirarlos. A las diez de la noche la soltaron, la azuzaron, la torturaron, y a las doce la volvieron a meter en la jaula para el día siguiente. Yo no quise volver a pasar por allí, pa

LA ROJA.

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La enciclopedia de las calamidades humanas describía semejante clase de suplicio, típico al parecer de las regiones y pueblos orientales, estuvo muy en boga especialmente entre los turcos. Los reos, desnudos y ensartados en palos muy robustos y primorosamente afilados, cuyas puntas sobresalían a través de sus espaldas, hombros o boca, permanecían agonizando largo tiempo, expuestos delante de las fortalezas o castillos señoriales, para que semejante final sirviera de señal ejemplificadota o aterrorizante a todos los demás. Y aún así, mi alma que ha salido de mi cuerpo, ha extraído de los anales de las historias antiguas descripciones figuradas de torturas sublimes al lado de pendones, y banderas coronadas. Mi alma, se dispone hoy a verme, delante de mi Full HD", 60 pulgadas (152 cm) 16/9, 100Hz, TDT HD, expuesta a los terrores inmediatos, empalado sobre mi sofá cama, amplio de cerveza en mi nevera, con dos empanadas de bonito, y tres de carne. Estaré aquí, ligero de ropa, desde la

CARONS.

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Quizás esa fragancia que deja en la escalera sea de un Carons Poivire. No es descriptible el olor que desprende, no sé que semejanza floral adoptar; pero esa esencia que impregna mi entorno, me revive y hace descubrir en mi nuevas sensaciones, que me impulsan a devorar su efluvio , a acosar su espacio con instinto animal. Cada vez me recreo más, y considero que el volumen vital que ocupa es parte de mi vida. La parte más repugnante de su cuerpo podría ser un excitante alimento para mí. Ayer acabé de construir el Introescopio, he calculado su cánula y el foco luminoso, el cable trasmisor, y el módulo receptor. La longitud total a la que puede llegar es de seis metros, desde el conducto común del aire acondicionado, que bordea la estructura intermedia del edificio al nivel de nuestra planta. He hecho cuatro intentos con resultado desigual; en principio sólo he obtenido por el visor óptico leves sombras, entre claridades rojizas que me indican que en el trayecto no ha encontrado ninguna s

LAS ESTRELLAS QUE AÚN NO HABÍAN SALIDO.

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Descuelgo el teléfono de la mesita y era la de Vodafon: “Sr. Cosme Luiña, tenemos una oferta de tarifa plana, y no sé cuantos canales de televisión”, y esto todo que os cuento, a eso de las nueve de la noche, y la parienta al lado, y esto fueron siete días seguidos a eso de las nueve de la de la noche, o tarde, que en el verano, vete tú a saber, y era la de Vodafon u otra operadora , siempre con esa voz suave con cierto deje que no era español, sudamericano, colombiano, podrías ser, y la parienta al lado, que casi se oía: “Sr. Cosme con que operadora está usted”, y la parienta a eso de las nueve de la noche, todos los días mientras veíamos algo salvaje en la tele, con la luz de la mesita en penumbra, la ventana abierta de par en par por donde entraba todavía claridad de un día muy largo, por donde entraba el calor de esa forma tan vaporosa, y allí estábamos “esponzorrados” en la cama matrimonial, con mucha humedad sobre la piel, yo con unos calzoncillos floridos y ella con apenas una b

ENCERRADO

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Había salido como de costumbre por mi ruta habitual para el trabajo. Me refiero a todo lo cotidiano antes de abrir la puerta de salida de mi casa, enfilar el portal presuroso y ver delante de mí la avenida Sta. Isabel de Portugal. El día de Julio había empezado plomizo, alguna nube baja y mucha luz. Por esta avenida solía caminar unos trescientos metros hasta desviarme descendiendo por los callejones del casco viejo, en la zona del barrio de Loyola. Cuando iba descendiendo por la peatonal de Crisólogo sentí un trotar fuerte de lo que parecían reses y me volví para observar de donde venía aquel ruido. ¡Qué decir! Pude ver con nitidez: dos berranditos colorados, y uno negro al sesgo, empujándose al desplazarse, dos murachados mamporreros, todos con una cornamenta “ansí de grande”; más atrás venían los toros: uno navarrito, un jijona colorado, y cuatro miuras negros como el betún. Estaban armados para arriba que daban miedo. Apenas discutí conmigo mismo. Empecé a correr despavorido

RESPLANDORES

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Pues no sé si estoy cansado, o ando con síntomas de querulancia, o con presentimientos de una ola gigante, o desarreglado, desangelado, alelado, agilipollado; desaborido, digamos que todos los sabores que he probado hoy son insípidos, y que tampoco hay fragancias en el ambiente, y que más bien mi entorno es un revoltijo de piñata humana. Lo que noto es un vapor de agua o de algo que debe subir de la tierra hacía el cielo, como evanescente (porque pesa menos), que hace temblar el ambiente ondulando lo amarillo, lo azul y lo blanco, si lo miras al refilón. Se está evaporando todo, es la desintegración, la conversión y transición de mi piel al color y la textura de la mojama. Digamos que he venido aquí huyendo de no sé donde; a veces pasa eso, todo el año esperando para huir como un fugitivo, y ahora echo de menos los churros y el café con leche de la Tropical, y aquel olor mañanero a anís que sale de la trastienda, o a lejía que sale de los inodoros; y me parecen casi ceremoniales las bo

ASOMADO

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Por la barba que rodea mi cara me llaman El Asomado . Y es verdad. Parece que siempre estoy mirando fuera de mi mismo. Desde esta paraninfo escrutador, recito y digo mucho mejor mis poemas en los encuentros y tertulias literarias que frecuento. Ayer hice un poema sobre el fuego. En este poema relato (entre abstracto y coloquial), este fenómeno natural relacionándolo con el axioma de la vida: de cómo alegóricamente convertimos en cenizas cosas tan leves como el alma; de cómo el alma emerge vencedora del fuego, incombustible, sin una mala sombra negra; de cómo un niño instintualmente “mea” sobre un pequeño fuego hecho entre envolturas de papel y cegadoras volutas de humo. Todo tan ancestral como el instinto más profundo de nuestro inconsciente colectivo. Hoy le estoy dando los últimos retoques. Lo leeré esta noche en la penumbra de un anaquel lleno de libros guardando mis espaldas. Últimamente me gusta darle forma transcendente a los finales. El final de los poemas debe ser estricto y

RELLANO.

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Mi bloque es de los antiguos, y no tiene ascensor. Son seis plantas y subir al quinto me cuesta lo mío, me lo tomo con calma las cuatro veces que suelo subirlo y bajarlo cada día. A saber: a eso de las siete y media de la mañana, a las dos de la tarde, a las siete de la tarde, y con alguna costumbre, si voy a la sidrería, a las ocho de la tarde. Los domingos tengo una rutina de bajada y subida menor, porque duermo la siesta. Muchas veces había visto a Mariola y a Paquita en el rellano del tercero. Son vecinas de puerta, con aldaba una, y santón de los antiguos la otra, sobre las mirillas de corredera .Siempre estaban así (ahí) con sus catarsis: “Y me dijo ella” “Y yo le dije” “Y la muy fresca me contestó”. No parecían llevarse mal del todo, con sus bolsas de plástico del Alimerka arrimadas al zócalo de madera. Y sus :”Pues hija, eso me dijo”. “No me lo puedo creer”, o, “Vaya morro que tiene”; “Y ella me contestó, textualmente, déjala en casa de tu madre, la muy falsa”. Cosas así se

LA SEÑAL DEL SACRIFICIO.

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Llevo esperando la señal desde hace muchos ancestros, porque yo soy el sucesor, y en mi han puesto a la vez las mismas proporciones de amor, odio y violencia. Mirándome a mi mismo, también he encontrado varias arrobas de miseria, que me pesan y me hacen doblarme sin descaro hacia el suelo. Estoy hecho para blasfemar, me lo habían dicho: Dirás tú nombre en vano, y te abrazarás a todos los que te encaran para hacerles una cruz en la espalda, marcarás su cuello para que un día sean sacrificados si suben a la montaña en el día de su onomástica. Te estoy esperando a ti con tú piel recién mudada, tersa, llena de escamas recién nacidas, a ti que vas con branquias por la ciudad y te asomas a las ventanillas para respirar y decir adiós con los puños levantados. Tú eres el señalado y debes presentarme todos los pensamientos, los que te hacen angustioso el camino, los que te hacen imperfecto. Para ser digno, debes contarme cuantas veces has sido premeditadamente falso haciendo tus negocios, paran