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Mostrando entradas de junio, 2010

PARAFRENIA.

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Llevo cuatro días fabulando sobre un duende encontradizo. No recuerdo muy bien de qué forma empezó a deslizarse por el balcón a eso de las tres de la tarde; en pleno día. Lo anormal del duende es que empieza a parecer con la cabeza boca abajo, y se asoma despacio por los primeros rayones de la persiana. En esta situación, después de cuatro días encontrándolo, no sé, a ciencia cierta, si es fabulación, o su larga nariz aguileña, que parece tan real, me husmea, oliéndome todas las tardes a eso de las tres. Lo he representado muchas veces de mediana estatura, con cara amarilla, labios rojos, vestido con un holgado quimono verde, con una gorra de mago caída hacía atrás, y unas babuchas abiertas de talón y punta levantada (metidas en unos grandes pies; puestos al final de unas piernas extrañamente delgadas y corvas ). Algunas veces, cuando la persiana está bajada, siento unos golpecitos, y luego una sombra deslizarse por la parte de la luz. Lo veo allí, desde mi postura supina, embobado, co

LUEGO: ...K. T. JASPERS

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Luego subí a casa para romperme la cabeza con un libro, y allí estuve dándole vueltas aquella filosofía que me explicaba de forma precisa por qué estaba tan aburrido. Luego por el patio de luces gritaron que se habían caído unos pantalones desde el quinto, y me quitaron la concentración. Luego me levanté y fui a la cocina, y comí cerezas, me asomé a la terraza y empecé a escupir las pepitas sobre el pantalón que estaba allí abajo espatarrado. Pero me dije que quizás debía lavarse un poco, y fui al baño, cogí un caldero de agua, y lo tiré tal como iba. Por arriba alguien dijo:!ioputa!, y luego yo me escondí detrás de las cortinas, mientras el libro estaba sobre la silla, espatarrado también, en dos, por la página sesenta y ocho. Por el patio no hay mucha luz, hacía arriba es como un túnel vertical, al final aprecias un azul mortecino, y las nubes que pasan muy rápido. Luego, salio otra vez la del pantalón, una mujer que se le descolgaban los mofletes y el pelo y que gritó de nuevo: ¡iop

NOCHE

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Me pone cuando en la noche todo está tan en silencio, y tú imaginación te dice que tengo miedo y entonces te aceras a mi y me coges por la espalda. Cuando estás así agarrada tú bien sabes que me quitas sensaciones angustiosas; sabes que tus brazos me sujetan en ese vuelo rasante que bordea el precipicio sobre las claridades del averno. Cuando siento tu blanda figura sobre mis vértebras y adivino tu respirar sobre mi nuca, las arrugas de tu frente, tu pelo espeso, tu olor de siempre, sabes que el caballo de la muerte se detiene, y ya no tengo miedo a que me toque su leve silueta. Me pone tú cabeza caída, tus manos elásticamente flojas sobre la extraña dimensión de mi espalda a eso de las cuatro de la mañana, mientras la calle se queda sola, hablando con aullidos, y lo que me iba a devorar ya no me devora, y se queda fuera, y lo veo con los ojos abiertos observándome tras la ventana con su capa oscura y su velo invisible, con infinitos mensajes de dolor sobre los huesos de sus manos. Me

SIRENA

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Otra vez sobre la proa del barco vinieron aquellos delfines que parecían tirar de el; quizás les gustaba la espuma que rompía sobre el agua; solían acompañarnos millas y millas cuando había calma. Esta vez eran nueve colocados por el lado que rompía hacia estribor. Yo me quedé embobado observándolos, iban tan alineados que me pareció oportuno sacarles una foto, no era habitual sacar escenas del mar; la rutina diaria de las duras jornadas de trabajo lo convertían todo en pasajero, usual, sin muchas ganas de guardar en el recuerdo; pero como había contado en el trasluz del agua hasta nueve delfines, me pareció curioso. Después de sacar la foto me quedé ensimismado unos instantes viéndolos allí, con aquella velocidad vertiginosa como si fueran arrastrando la proa. Entre la luz del sol que daba de costado, las siluetas apenas perceptibles de los delfines, y la espuma blanca de la rompiente, hizo que una extraña ensoñación óptica surgiese ante mis ojos: p udiera ser que allí delante, a uno

MOMENTO

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Estoy ahí contigo de la misma forma que las ramas hasta el final en el árbol seco. Y doy vueltas contigo, incluso me arrastro por todos los lugares. Y algunas veces al ir contigo tan alto te reclamo un beso, que me das y que yo te devuelvo. Me atrapas entre tus piernas, y me derrites, me desintegras dentro de ti, con tu calor, con tus manos abiertas para que las lea. Y luego los dos juntos comemos el aire de todo el mar a puñados, como si llenáramos el vacío de sal y rastros de luz roja. Estoy contigo y no parece pasar nada: de todo estar tan quieto las aves vuelan sobre un punto, las ramas no se mueven, y parecen dibujadas sobre el cielo.

SENSORYS

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Hacía varias horas que me rondaba aquella idea por la cabeza, pero no sabía como darle forma. Algunas veces suele pasar eso en los bancos de pruebas, estas dándole vueltas y vueltas a algo sin encontrar una solución que te satisfaga. Analizas pormenorizadamente todos los detalles; incluso te llegas a abstraer de otros problemas pudiendo desembocar en una obsesión completamente desordenada llena de tormentas de ideas. Estaba claro que no iba poder ajustar aquellas dos piezas para que el mecanismo funcionase a la perfección .Repasé de forma adecuada la cola de milano de la guía posterior hasta dejarla en la parte larga y en los vértices de las esquinas con una tolerancia de tres millonésimas de milímetro. Adapté también todas las articulaciones en los tensores cableados por hilos de acero de apenas una décima, regulando la presión hidráulica a cero coma ciento veintitrés bares. En el banco de pruebas se movían todas las articulaciones a la perfección dirigidas por el plc, desarrollando t

EL DÍA MÁS LARGO

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Adivino que estás ahí porque hay una sombra que se le ha escapado al sol, y percibo tú silueta colgada de la campana aspiradora de la cocina; y veo tus manos manoseando no se que, pudiera ser una patata, o una manzana, porque cuelga un rizo de piel que baja balanceándose hasta el fregadero. No creo que sea otra cosa. Por encima de los muebles hay dos jarrones de Talavera, y desparramado sobre la alacena presiento que has tirado hojas de eucaliptos de nuestras “selvas”: flotamos sobre ese olor a vahos de viejo como si expectorásemos debajo de una sábana. Esto es todo lo que adivino. Te estoy observando por la rendija que deja la puerta entre las bisagras y no quiero entrar a tu mundo, porque el mundo es tan pequeño como tú quieras, y está quieto y plano si tú lo deseas, ya que el cosmos no existe para ti , tú estás en el; si acaso la señal inequívoca de la sombra que se desplaza por donde el sol va a escondidas, deformando la perspectiva de forma diferente, invadiéndolo todo, sin dejar

PIRÁMIDE

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Hoy veintidós de junio por fin he terminado de colocar el último cristal traslúcido que corona la pirámide. En su interior ha quedado la cama matrimonial con su cabecera en el vértice posterior, orientado en dirección norte sur; siguiendo estrictamente las teorías de Karrel Durbal. Mi mujer, incrédula hasta hace unos días, ha quedado fascinada por el espectáculo iridiscente que producen los policromados de los tres lados al recibir la luz de la ventana. También le gusta la entrada por uno de los planos formada por un arco de aluminio, pulido cuidadosamente con fieltro. Ella ha cambiado la ropa de la cama, ha sacado del armario una colcha dorada, y ha repartido cuatro cojines sobre la cabecera. No pudimos resistirnos, y durante unos instantes, hemos permanecido recostados, en un fugaz estreno, cogidos de la mano. Yo no se lo quise comentar; pero al estar allí, los dos juntos, sintiendo su mano, mirando hacía aquel punto “inter seccional” de los tres lados, en donde cuelgan ocho pequeño

ASIMETRIAS

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A ciencia cierta no sé si esta noche he dormido bien. Al levantarme he descubierto una descorrección en la geometría de los tabiques, lo que debiera estar perpendicular respecto a un plano, está ligeramente inclinado; y al levantarme he tenido esa sensación de irme hacía un lado, sin estar bebido, ni haber tomado otro tipo de estimulantes: Quiero decir que he tenido que subir hacía el baño, he tenido que bajar hacía el salón, y he tenido que subir otra vez hacia la cocina. Ahora mismo presiento que incluso se está estrechando el pasillo, que se están alargando las lámparas, por lo que algunas empiezan a rozar el suelo. No puedo determinar que causa externa ocasiona esta distorsión de la realidad, estoy absolutamente seguro que no parte de mí ninguna sensación que pueda hacerme ver mi entorno de esta manera. Así que me he puesto a considerar sentado en lo que parece ser el techo, ya que la mesa de la cocina está sobre el suelo por encima de mi cabeza; veo al revés los visillos de la ven

"TURKO"

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He dicho más de una vez que no es recomendable ojear fotos antiguas, por si los recuerdos no son recomendables, y remueven viejas situaciones de conciencia un tanto desagradables. Ayer, asumiendo riesgos, encontré la foto del Turko, y me quedé largo rato recordando su pequeña historia: Habíamos salido sobre las doce de la mañana de Melilla hacía Málaga con buena mar, pero a unas treinta millas se pusieron aquellos nubarrones hacia el noroeste, negros, como si dentro fuese el mismo demonio. El temporal empezó de repente, y lo que parecía en un principio un oleaje llevadero de mar de fondo se convirtió en mar arbolada. El barco de tan sólo quince metros de eslora lo llevaba mal, mantener la proa hacia aquellas inmensas olas era dificultoso, hubo que poner todas las bombas a achicar; viendo como las máquinas no podrían aguantar mucho tiempo aquellas exigencias de esfuerzo. El patrón decidió entrar en el pequeño muelle de Alborán. Era bien entrada la tarde cuando pudimos enfilar el peq

PEAJE

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Esta mañana me dirigía a mi trabajo por la calle Paulino Nola. Es una avenida muy transitada a eso de las siete de la mañana; va directamente al centro neurálgico de la ciudad, trazando una amplia curva de dos carriles y anchas aceras en ambos sentidos. Me extrañó al observar que todas las calles adyacentes de salida estuviesen cortadas, por vayas metálicas que impedían el tráfico desde esta imensa arteria. Cuando llevaba caminando unos doscientos metros empecé a ver la gran cola de coches por el centro de la calzada, y en las aceras pude observar una hilera de personas perfectamente alineadas. Se me pasaron por la cabeza innumerables pensamientos desde alguna desgracia en algún edificio o un grave accidente de tráfico. Cuando llegué a los primeros viandantes de la cola, lo primero que hice fue preguntar lo que pasaba. El hombre que estaba delante de mí se volvió ( pude ver aquellos ojitos pequeños que a su vez me miraban, y su cara mal afeitada), contestándome con desgana: “Es un peaj

CATARSIS.

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La pasé al salón y le mandé sentarse. Se quedó ligeramente inclinada hacía adelante. Cuando miré su cara vi sus ojos exaltados, y quizás algún rictus en sus labios que indicaba cierta tristeza. No le ofrecí nada; por las horas que eran sabía que no tomaría café, era lo único que le apetecía cuando llegaba a mi casa. Estaba en silencio, esperando, quizás ansiosa por comenzar, necesitaba que yo rompiese el hielo, aunque aquellas citas eran tan normales que no hacía falta. Para mí ya era tarde. Cuando le abrí la puerta me disponía a cenar, mi comida esperaba encima de la mesa de la cocina. El vivir sólo me ha dado cierta disciplina en hacer las cosas a la hora, sin nadie ajeno que me lo impida. Pero allí estaba ella, sentada, mirándome con aquella cara pálida, quizás llena de ansiedad. Reflexioné que sería mejor acabar con aquello lo antes posible; así es que salí a la escalera y subí al trastero; a los tres minutos estaba otra vez de vuelta con Catarsin debajo del brazo. Arrimé una si

ENVIRONMENT

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Mi entorno no es dichoso en el amplio sentido de la palabra, pero puedo considerarlo hasta cierto punto confortable. Tengo mi butacón para sentarme; y me da la claridad casi todo el día, por una ventana del patio de luces. Quizás noto en falta un poco más de espacio vital, aunque mis estiramientos son estáticos y apenas desarrollo ejercicios que requieran desplazamientos de mi cuerpo; a saber: trabajo los grandes pectorales, los grandes dorsales, hago derechos e izquierdos posicionados para la columna, ayudado de los brazos estirados; para las oblicuas utilizo el palo de la fregona; formo los deltoides; saco músculo a los hombros utilizando kilos de azúcar envueltos en cinta aislante (dos o tres paquetes de un kilo en cada mano); el transverso espinoso forzado me lo hago como si rezara a Mahoma; bíceps, tríceps y braquial anterior lo trabajo con tres kilos de garbanzos atados a cinta adhesiva, y con unas manillas de fieltro duro para facilitar todos los movimientos; mi abdomen lo tr

IRINEO

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Irineo se bajó los pantalones y los calzoncillos, abriendo ampliamente sus piernas, apoyándose con las manos sobre una mesa camilla. A sus años aquella postura tan particular le parecía de una indecencia sublime, que no casaba, en absoluto, con su histórica rudeza. Si estaba allí era por la insistencia machacona de Clotilde, su mujer. El doctor Bernabé le hablaba pausadamente; ya había sospechado su nerviosismo. Había contado con ciertas reticencias proporcionales a la edad, en personas de otras épocas, no dadas a este tipo de consultas. Bernabé le dijo: “Relájese, Irineo”. Irineo en aquella postura todo lo veía tendencioso; lo de relajarse sobre todo. Como suponer, analizar, vislumbrar que raras elucubraciones pasaban por su mente. Que se figuraba de aquello, tan cotidiano y normal dentro de la ciencia de la auscultación médica. “Relájese, Irineo, relájese”, le repitió el doctor Bernabé. Irineo, de vez en cuando volteaba la cabeza como una res extrañada, oteando las evoluciones de la

CACOFONÍA

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Le dejé el manuscrito un jueves de septiembre. Lo recuerdo bien por la ilusión que me hizo. En estos casos es normal que la imaginación se desborde por el hecho de que, por fin, puedes publicar algo que has escrito y que otros puedan leer -Es el ego que tienen poetas, ensayistas, escritores [etcétera]; en general, muy egocéntricos e infantiles-. El Sr. Silverio estaba allí sentado, tirado hacía atrás, en su sillón de cuero, mirándome. Supongo que habría detectado en mi forma de hablar el nerviosismo que me embargaba. Venga acá ese manuscrito –me dijo-. Quede claro que lo hago por la recomendación que trae usted, no suelo hacer esto con nadie –prosiguió-. Yo quizás asentí con la cabeza; qué decir en estos casos. Cuando salí de allí observé mi manuscrito, impoluto, exquisitamente encuadernado con tapas de cartón de color rojo oscuro, y el título en una etiqueta blanca que ponía aquello de: “La sima de las almas caídas”. El título era sugerente y profundo. Pues bien; allí quedó Silverio

SUPERSTICIONES

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Muchas veces tienes presentimientos que se cumplen, y otros quedan vagamente olvidados, pudiendo retornar en cualquier momento. No sé si intuir y presentir es lo mismo. Quizás intuir es esperar que algo ocurra porque existen rasgos físicos observables, que nos hacen sospechar que algo puede suceder. Presentir puede tener más apreciaciones de dimensiones diferentes, en donde la superstición tiene una carga muy importante. La superstición a su vez se encadena a ceremonias subjetivas; actos obsesivos que ocurren porque ha nacido algo supersticioso en nosotros; algo alegórico, como el pez que se muerde la cola: hago la ceremonia obsesiva para que un hecho supersticioso no pueda ocurrir; y al contrario, me ha ocurrido un suceso extraño, inusual, desagradable, porque la ceremonia obsesiva no ha sido realizada. Esto que explico, un tanto “farragosamente” , lo hago porque yo ando de estas guisas. Abran una llave grande a la palabra neurosis, y allí encontrarán numerosos síntomas que me van

LLUVIA

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De todas las cosas que podíamos añorar o detestar estaba la lluvia. Podíamos añorarla hasta sentir la necesidad de una boca sedienta; de hacer rogativas, de sacar a la Virgen del Carmen a dar vueltas por el atrio de la iglesia y alrededor del cementerio. Podíamos añorar el olor que dejaba la tierra cuando volvía la lluvia, aquel vapor que se veía subir abandonando la sed. Por otro lado, en el mes de Abril cuando las claridades empezaban a ser largas, si la lluvia se ponía días y días con aquella capota de niebla sobre los montes, también la odiábamos. La lluvia tenía esas alegrías y esas tristezas. Yo ahora quiero hablar del exceso de lluvia y de los recuerdos. Los recuerdos pueden ser gotas y gotas, ensoñados, detrás de un cristal que está como llorando. La sorpresa, la pesadumbre del sueño cortado repentinamente al labrador que baja precipitado para ve flotar a las vacas, a los caballos, sobre una mezcla de abono y agua turbia, en una cuadra hecha de losas; sobre esa angustia de tene

EL EFECTO RELÉ

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Ya empiezo a prescindir de ciertos recuerdos, aquellos que tienen una carga de acritud más elevada. Estar avezado a controlar los malos recuerdos no es fácil, aunque instintualmente tratamos de evitarlos. Algunas veces, no sé por qué mecanismo y efecto relé, vuelven a nosotros, desorientándonos, dejándonos fríos por esa realidad recobrada que parece aplastante. Yo ahora mismo me encuentro delante del aparador de la habitación, hace tiempo que no abro esta puerta, no sé cuanto. Y me ha dado por coger una vieja caja de zapatos azul escondida por prendas de ropa en la parte de atrás de un estante. Me dio por sentarme en la cama. Al abrirla vi toda una historia: fotos antiguas, y alguna reciente de tan sólo hace unos doce años. He ido recorriéndolas con mis ojos al mismo tiempo que las ordenaba. Las fotos tienen ese efecto relé, han abierto los circuitos de mi memoria; eran personajes olvidados unos, casi olvidados otros; pero por un destello inicial que me produce la imagen que miro, empi

TABACO

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El abuelo se sentaba debajo de la mimosa y no le repugnaba aquel olor dulzón que desprendía; ni el rastro de polen amarillento que le caía por la boina cuando se iba, después de estar allí sentado toda la mañana. Los domingos, muchas veces, me ponía a su lado y percibía su olor a estiércol, y a cuarterón de tabaco. Me gustaba verlo aparecer detrás de las bocanadas de humo, su cara llena de rallones y surcos, su nariz chata de boxeador, y sus grandes manos apoyadas en el bastón. Los domingos le recogía colillas; lo que agarraba después de otear en el atrio de la iglesia, o por la acera del ayuntamiento. Cuando acababan las fiestas de San Timoteo, algunas veces conseguía cigarros enteros, sin prender, o algunos prendidos por la punta, o algunos con labios de mujer marcados y la mitad sin consumir. A mi me gustaba darle aquellos cigarros; y el, algunas veces, me estiraba una perrona grande de su bolsillo del chaleco; pero si no había perrona, sentía su mano gorda, áspera, pasar sobre mi

JUEGO DE NIÑOS

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Andábamos a eso de las seis de la tarde jugando por el Sendero de la Vega. Este sendero era muy antiguo, y bajaba paralelo a unos amplios cortafuegos que llegaban hasta Villa Vélez, cortando un tupido bosque de eucaliptos. En el medio estaban aquellas columnas de alta tensión, con las catenarias de cable en amplios arcos que brillaban con el sol. Eliseo y yo siempre jugábamos por aquel sendero bajando el terraplén, arrastrándonos en sacos de plástico en donde había hierba; o en una carreta de ruedas de madera con la parte de atrás frenando por donde el suelo estaba pelado. Aquel día Eliseo se quedó ensimismado mirando para las barras de acero galvanizadas que se levantaban como monstruos a unos metros de distancia. Luego comenzó a caminar hasta la base de la más cercana; yo quise seguirle pero algo, no sé el qué, me hizo quedar parado, mirándole. No le grité porque no suponía nada (cuando tienes ocho años no hay nada peligroso), eran simples barras de hierro entrelazadas que se debían

VERTIGO

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Esta mañana me levanté y todo me daba vueltas. Mover la cabeza lo más mínimo sobre la almohada era como si todo se me cayese encima; una sensación de nausea completa, y muchas ganas de vomitar. En esos instantes no sabía, no podía determinar las causas de aquel repentino ataque; me imaginé un sin fin de enfermedades, desde las más simples a las más complejas. Creo que estuve en esa postura unas cuatro horas, desde las siete hasta las once, estático, sin moverme lo más mínimo; mirando al techo. Si me movía era todo repetido, parecía que se caían otra vez el techo y los tabiques; ahora que lo estoy escribiendo siento que me vuelve esa sensación. Cuando me levanté, a eso de las once, tuve la impresión de que todos aquellos síntomas me habían desaparecido, aparte de un mal recuerdo, me quedaban escasas secuelas. Bajé al garaje y me metí en el coche para ir al trabajo. Logré salir de la ciudad sin ningún problema, pero cuando atravesaba el puente de San Juan, me vino otra vez aquello, creo

VETERINARIA

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Como en el pueblo no hay Médico me vino a ver la Veterinaria. Era graciosilla. Yo le dije que me tomase como tal; para que no se le hiciese novedad. Me auscultó por todos los sitios posibles de mi cuerpo en donde el corazón tiene posibilidades de sonar debajo de la piel. Vi como ponía cara de preocupada. Luego me cogió por la barbilla y por mi nariz, y me miró dentro de la boca. Cuando se iba me dijo aquello de que llevaba una vida de verdadero perro (valga la redundancia).

AP6

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Esta pequeña nota la escribo apresurado sobre el volante de mi coche, mientras espero aparcado en el área de servicio de la AP6, en Villalba. No tengo mucho tiempo para andar con descripciones. Es junio y por ahí arriba está todo azul, no hay ni una nube. Siento el paso de los grandes camiones moviendo el aire; y no percibo muchas más sensaciones de mi entorno; aparte de un intenso olor a neumático y asfalto (brisa inexistente; a veces, alguna sensación de sofoco). Ahora mismo me encuentro plenamente ansioso. Tengo la impresión de que me vienen siguiendo desde Adanero -y esto (creo) no es ninguna manía persecutoria- He mirado una y otra vez por el retrovisor y los he visto; han ido intercalando los coches para no ser detectados: primero un Alfa Romeo, luego un Passat, un Citroen C5, un Mercedes SL 350, un BMW, impecable, de última generación, y de gran cilindrada [etc.]. Ahora mismo reflexiono qué hacer. He parado porque necesito pensar y escribir esto (mi mujer lleva un cuarto de hora

SOMBRA.

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Mi sombra iba delante de mí, porque el sol estaba allí arriba, detrás, y caía pesado como un plomo; y también estaba todo parado, nunca se movían las hojas de los árboles, porque el viento no daba por ningún lado. Cuando todo está así iluminado abres los ojos muy poco, molesta la claridad y no prestas mucha atención. Estos senderos para subirlos tienen algo de inhumano, pero si los bajas apresurado puedes despeñarte por las losas de punta que reciben tus pies. Salir a estas horas con el perro es un riesgo, se te puede cocer el cerebro. Del pueblo no se oía nada, alguna voz, quién sabe de que sitio; lo otro eran las chicharras en un coro machacón. El perro se paró allí, en aquel rastro de sumidero seco, otras veces con agua, y se puso aullar, a mover la tierra con las patas, yo me acerqué con cierto cansancio, y vi la mano saliendo, medio deshecha, por entre aquellos plantones de jara. No sé porque rara posición, en ese instante, mi sombra era yo mismo, la pisaba, sobresalía de mí

PALABRAS

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Amaro era de Veigadana, al lado de Porriño. Onofre era de Portezuelo, al lado de Plasencia. Y esto que os cuento fue hace bastantes años, cuando todos andábamos por la cuarentena y trabajábamos en Fertiberia, en una planta de Avilés. Allí los turnos de noche tenían aquel aire turbio de la ría; una zona industrial lo llena todo de humo pegajoso, cuando no corre el aire, lo respiras, te suenas la nariz y allí queda aquel rastro negro de detritus. Amaro y Onofre se llevaban tan mal que cuando se miraban sus ojos se lanzaban rayos y centellas. Amaro era el maquinista de los vagones cargados de sacos de abono, los arrastraba hacía la báscula con su ruidosa máquina Diesel. Los dos se comunicaban por una emisora de radio portátil. La cosa consistía en dejarlos perfectamente situados y alienados sobre una marca de la vía móvil de la báscula. Pues bien, Onofre tenía el puesto de la cabina de pesada, y cuando el vagón estaba perfectamente situado sobre la marca para pesarlo, le decía a Amaro:

PROCESIONARIA

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Si ves germinar algo, piensas que es un milagro; y todo lo que corre o repta por el suelo puede serlo también. El jueves pasado baje a los pinares de la Hondonada, había dos años que no pasaba por allí, desde lejos se ve tupido, y según vas bajando la cuesta hacía Zenón, empiezas a oler la resina fresca. Allí hay mucho pino piñonero, negrales y blanquillos, bastantes donceles, y algún que otro pino real. Cuando vas caminando por el suelo pisas la aguja marrón que suena bajo tus pies como si estuvieras cortando pan recién salido del horno. Cuando llegué a la parte frondosa del pinar me quedé extrañado al mirar sus copas, se veían los bolsones con su envoltura blanquecina como de tela de araña completamente compacta, con forma de huevo, colgada de la rama principal o de los salientes más extremos. Cuando me seguí adentrando empecé a comprobar por los recovecos del suelo aquel desfile singular de procesionarias. No podría evaluar la cantidad de metros ni la cantidad de hileras que zigzagu

SACRIFICIO

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He tenido suerte, en la trampa de la terraza ha caído una paloma con los ojos amarillos; es hermosa: tiene plumas marrones en el cuello, y las timoneras son de azulado oscuro, con el dorso blanco, y en los tarsos plumas doradas que le tapan los dedos. Hoy estamos a veinticinco y es viernes, la luna llena entra el veintiséis y parece que estará despejado. También he sacado el tarugo de roble, la palancana, y el cuchillo de chef, y la túnica blanca. La ceremonia la empezaré a las doce de la noche y si no hay novedad, para la una me fumaré los cornezuelos de centeno. Viendo la paloma tan inquieta dentro de la trampa, zureando, como si presintiese su muerte, me da algo de pena tener que cortarle el cuello.