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Mostrando entradas de junio, 2016

ROMÁNTICO.

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Tengo una prótesis de cadera, dos puntadas en el promontorio del isquion. Doce fistulas interesfinterianas, sin abuso de terceros. Por decir algo para este medio poema. No me vengas con vaginitis. Apriétame. Sácame la leche. Sale como los gusanos. Otros vivos se encaminan sin tropiezos. Marchar, no. Mejor quedarse. Ninguna aventura baldía, nada. ¿Cuántos instantes antes del silencio total? ¿Toda reflexión implica pararse para pensar? Paseate con el dedo por todos los acontecimientos recientes, no encontrarás uno saludable. Y por qué todo aquí entre mis manos, sin poder hacer nada, hablando y hablando. Hablándome. Antes de ayer estaba en la misma posición, y ayer. No sé en qué tiempo debo decir amor. Las pequeñas pausas me desconciertan. Cómo van a proseguir después. Con qué tema. Malditos hijos de puta.

EL PSICÓLOGO

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Cuando me dijo aquello un sudor frío ascendió desde mi dedo gordo del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Debía negarme, tenía que negarme pero no lo hice. Ya sentía la sensación de pánico. Él lo debía  ver como un hecho normal en mis ojos mucho más abiertos. Acompáñeme-  me dijo-, será muy fácil confía en mi, yo estaré contigo. Se levantó, tocado con su bata blanca, y vino hacía mí, pasándome la mano por el hombro en un gesto que parecía tranquilizarme. Atravesamos el pasillo saliendo al rellano. Notaba aquel sudor frío que recorría mi cuerpo, era como si bajo mis brazos empezaran a descender goterones de sudor. Tocó uno de los ascensores, y me empujó suavemente a su interior. Las puertas se cerraron lentamente. Y sin comerlo ni beberlo me vi allí, encerrado. Quizás él supuso mi miedo. Sentí su mano sobre mi hombro apretándome más fuerte, casi me hacía daño. Fue entonces cuando aquel pánico, ancestral, e indescriptible volvió a mí. Volvió a mi aquella sensación de falta

HILOS.

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Casi en silencio las llamas lo destruyen todo, lo frágil, lo robusto. Es el ejemplo para aprender. Sentado, apoyados los codos sobre la mesa, otra vez. Mi vida ha sido así, en varias posturas: sentado, de pie, acostado. De pie entre dos intervalos en movimiento , si te fijas. Siempre: o sentado, o de pie, o acostado, o empujado, no de otra forma. Excepto caminando en circulo, hasta el descanso; ya mucho más tarde, en pleno final de la inercia. Una vez tú, solo tú, sobre tu pecho esperando es mucho más fácil, a que tu boca baje sobre mis oídos y me digas: debes descansar, sólo o en dos posturas: sentado, acostado, ya no habrá más, nunca más. Esto es el verdadero final. Los hilos que te mueven desde no sé qué parte. Ahora los brazos, las piernas, los labios, los dedos. No sé. Tú doblado como un saltimbanqui que yace.

LAS MAÑANITAS.

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La parte de amor que debe llevar mi historia me parece inconsistente. La quiero tratar con sutileza, que no signifique nada sobre la trama principal completamente trágica. Sucede en una solitaria mañana de sábado y los dos deben abrir los brazos de s pués de un largo tiempo sin haberse visto. ¿Cómo he de describir esa situación? Acaso mi escasa experiencia en encuentros amorosos podrá enfrentarse a tal desafío? En realidad todo lo que se relata sobre el amor es una jodida mentira. Colocarle aves a la cosa realza la situación. Un atardecer. Una terraza miserable, tal vez. Cursiladas así. Deja el inconsciente vaivén de tú mano y, mientras, mira a la ventana llena de vencejos, y las sutiles sombras que deja el atardecer paseándose, lamiendo nuestras caras, así de pesadas y robustas, hercúleas sobre la cal de la pared, llenas de vida sombría, porque son sombras caprichosas y se mueren con la luz. Tócame y cerraré los ojos, sáname, dame sal, bocanadas de yodo, s

TÓCALA JOMBRE.

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Que veo a mi Santa por este agujerito del cielo entre nubes en forma de tripas como cuando vas en un avión, que la veo, sí, subir cargada con su bolsas de la compra, que la veo hablar y decirle a la Paulita que como la tocó su hombre no la tocaba nadie, que la tocaba muy bien, eso, muy bien , que no necesita que la toque nadie otra vez, lo sé, fijo que no la van a tocar por el mismo sitio siempre como la tocaba su hombre sin olvidarse ni una esquinita, y la veo, con esa lentitud que va hasta el segundo aún con las carnes prietas y puede que con algún deseo. Y yo la espero aquí entre el tiempo infinito, todo lleno de tiempo infinito y denso, la espero para acostarnos juntos y empezar de nuevo de aquella forma inolvidable rutinaria e irrepetible, tanto azul, tanta paz, entre tanto silencio que no te puedo describir.