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Mostrando entradas de febrero, 2012

OLOR.

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Siempre queda un rastro indescriptible, con todas sus vueltas. Sigues el olor, aprecias su significado, y te obsesionas. Mi padre siempre follaba a mi madre sin calentarla primero, y ella vivía resignada. A pesar de todo salimos ocho hermanos, tres varones y cinco hembras. Mis dos últimas hermanas decían que no eran del mismo padre, pero nos quisimos igual. Mi padre cuando murió quedó muy natural. Le cruzaron las manos pero no le pusimos escapulario. Siempre nos decía que si lo quemábamos se nos aparecería. Lo quemamos y que yo sepa nunca se nos apareció del todo, que yo sepa aún del todo aparecido, a lo natural. Para aquella ya habíamos venido para Oviedo en el coche de línea, y a la gente que se moría ya se la podía quemar si estaban bien muertos. No sé si mi madre volvió a follar con otro, lo desconozco, no era de mucha mano. Estuvo de negro un año y medio, antes también había estado de negro, de negro o con ropa muy oscura, asombrada. Mi madre siempre me olía a alcanfor y a estié

EL RECUERDO.

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Si te queda el recuerdo, aún cuando te mueres, te estás  gestando. Y creces mientras respiras. De todos los abrazos hay uno que te impresiona, la previa contemplación nada que se parezca a lo brusco a los incomprensibles olvidos. La mano que sobre tu espalda se arrastra, como limpiando las cosas. Hubo una reflexión antes de abrazarme a ti, estuvo lo tenue, el silencio en su apogeo y un instinto sin preocuparme por el previo concepto de las partes. Sólo un instante,  el olor de tu cuello, una sombra verde sobre tus ojos el efluvio infinitesimal de una rosa, mi cabeza sobre tu hombro la primera vez de estar abrazados. Y al separarte  aquella sonrisa, en forma de posesivo contagio. De todos los abrazos siempre hay uno excesivo en sus efectos, absoluto, en su  previa contemplación, sin fecha para el olvido indemne para el recuerdo.

HOSPITAL.

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Si te abrazo muy fuerte, siento como si me quedase más pequeño. Si te miro a los ojos, es como si viajara contigo a los paisajes que sueñas, a las largas noches en que despiertas llena de sufrimiento. Si estoy contigo en silencio, salgo de ti, y me yergo. Y te veo ahí abajo, sentada en la cama, intentando desaparecer de entre los vivos. Si te siento rozándome, es como si tu piel me cubriera, como si despacio, reptáramos por el suelo en busca de la brisa. Y desapareciera el cansancio y la angustia de la vida. Si te abrazo muy fuerte pienso que me quedo contigo para siempre.

ESTE LADO TAN ANGUSTIOSO.

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El  cristal de un escaparate devuelve mis facciones amargas y desencajadas. Son de esta vida a la que pertenezco. Deponiendo, de esa forma en que se depone. No hay otra forma posible. Yo deponía orgulloso desde hacía media hora por lo ceremonioso del acto en si. Y desde fuera agitaban la puerta con un puño, con un pie también, a patadas de punta de pie y con el plano de la suela del zapato, luego se iban y llegaba otro. Tengo que decir que por la forma de llamar fueron varios. Acabé de deponer a las nueve y media de la noche. Puede que estuviese mucho más de media hora deponiendo. No lo sé a ciencia cierta. Muchas veces para deponer tengo que hacer esfuerzos sobrehumanos, y masajearme e introducirme el índice por los músculos retractores, y aún así, pienso que mi esfínter interno y la parte inmediata de mi intestino grueso es un chorizo de piedra de lo duro que parece. Al abrir la puerta fue una circunstancia extraña, olía a desinfectante y sólo estábamos yo y la señora de la limpi

ESI CAMÍN.

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Pel antroxu , tovía fai bastante friu. El llobu, la lloba tan nel cubil. Les formigas tan el sou furaco. Les madreñes tán baxo l’escañu, dinero baxu una llábana. A fronda triando n aterra. Y el cascayu, onde toos s’enllacen. Que se vayan os morcegos, que se vayan. Dentes d’alacrán, que se vayan. Está el mar eternu. Que fais que nun llames. Na casa das veyas paredes el llume xa nun prende. Sacando arrentes os últimos recordos. Pel antroxu, as mías  palabras, son como el caldeiro que reverque. Os silencios que acouguen, ou qu’afoguen, ¡qué friu fai! Mira esi camín.  as mias palabras, ou qu’afoguen.

ESCARCHA.

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No sé si me he visto a mí mismo aún del todo. En qué parte de mí se posaron otras manos y otros brazos. Ni cuántas veces he apretado para amar de forma absoluta. No sé como nací, ni en qué momento extraño me deslicé por la suavidad de la vagina, para salir con la cabeza hacia arriba o hacia abajo. Pero he nacido. Es irremediable. Y ahora sé que tengo que morirme. Pudo haber sido un miércoles de Marzo cuando olía a pan de mezcla de trigo y centeno, y en el corral las mansas vacas esperaban para despertar, y en el tejo de la puerta el búho daba su último plazo a la noche, y las pisadas de los lobos se alejaban del corral después de husmear el infranqueable portón de roble. Pero no sé que ásperas manos me acogieron, y que otras manos me desligaron del tubo que me alimentaba, para dejarme sólo con mi boca, y ser ya un bocado en busca de alimento. Tampoco sé que agua tibia me quitó los limos rojos en los que flotaba. Pero me dijeron que fuera había escarcha blanca sobre los bordes del ca

ESPEJO.

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De niño me daba miedo ir asomándome. Era perpetua mi forma. Luego fue el tiempo, inexorable. La reflexión especular y difusa de mi imagen, hasta el olvido de mi cara. En el final, inerte, cuando ya me iba. El día de San Eulogio de hace seis años me levanté con la boca torcida, y aún sigo así, con la boca torcida hacía la derecha según me miras de frente. Son cosas que pasan, pero en cierto modo me ha cambiado la vida. Hablar con una boca torcida es como decir las cosas a medias, y cuando mastico, Dorinda tiene la impresión de que no sé donde tengo los labios, me lo dice también cuando le bajo a la vasijita, no es lo mismo que antes, que no le llego bien por donde a ella le gusta, que si a la derecha, que si a la izquierda, que si dale hacía arriba, que déjala ahí y dale con la puntita pero no te pares. Me dirige, antes no hacía falta. El día que me miré al espejo había dos como yo, el de antes y el de la boca hacía arriba, le digo, oyes, Dorita, ven y dime una cosa, qué me ves rar

Y UNA EXTRAÑA LUZ.

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Hay gente que se muere y deja su coche, y cuando lo abres huele al que se ha muerto, sigue allí. O dejan un vaso medio lleno de vino, y no lo vacías de inmediato. Y olor a tabaco. Hay gente que se muere cuando van desde la habitación al pasillo, y no dicen adiós. Los hay que dejan una mujer apasionada, sin apenas besos sentidos. Los que son míseros y se mueren, insignificantes, una manta, un cartón, una botella vacía, una caja de hojalata, un carrito de la compra, abandonados. Esta mañana te encontrabas en el umbral, y ya sabes que estabas muerto. Y dejas tu mano posada, invisible, donde intentaste cogerte. Hay gente que se muere y dejan un niño con los ojos abiertos, dos hermanos, una hermana, un colchón usado, y cartas que llegarán después, y ropa doblada, y un libro marcado, y una silla. Hay gente sorprendida de estar muerta, que dejan el último cielo estrellado, antes del último segundo. Los hay que se quedan en tu mano un instante y te dejan su calor. La gente se muere y se qued

LAS COSAS.

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Sek:- He de decirte, que como amante eres como una lija del catorce. Tus manos son como alicates, y me haces desfallecer. Tampoco haces bien las pajas. Lo único que me gusta es comer tu coño, lo húmedo que se pone, y lo salado que está. No me pellizques más las tetillas cuando me ponga duro, o te daré una hostia. No sé si lo entiendes. Del techo prende una lámpara diminuta, y sobre la mesita una especie de quinqué hace acrecentarse una sombra grotesca. La cabecera de la cama da a un fondo verde. Hay dos mesitas de color blanco y una cama de escasa altura tapada por un edredón decorado con redondelitos azules. A las tres de la mañana no es una hora usual de que él permanezca ahí, acostado, con el pretexto de quedarse leyendo la prensa en su portátil. Su postura habitual es recostarse sobre un mullido cojín contra la cabecera. Cuando ella se acercó soñolienta al despertar y sentir su falta al otro lado no quedaba mucho para llegar a las tres. Lo vio en aquella postura, las manos ingrá

PUPILAS.

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Los fusilados ven caer la tierra sobre sus pupilas. Hemos observado que aún vives. Que detrás de tus ojos hay rastros de amor. Cógeme la mano un instante antes de que me veas inmóvil. Acabo de acordarme para siempre de ti.   En mil ochocientos noventa, la duda de los doctores era comprobar personalmente lo que hubiera de cierto en la resistencia y sensibilidad de la conciencia de las cabezas de los guillotinados. El doctor Norman y su ayudante Parker tenían dudas razonables de cuánto duraba aquella capacidad de percepción en las cabezas truncadas. Fue en la ejecución colectiva de mil ochocientos noventa y dos, en la que consiguieron autorización para examinar las cabezas de los veinte guillotinados aquella mañana de julio, calurosa, con un extraño sopor circulado por cientos de moscas. Se colocaron debajo del cadalso y las cabezas les eran pasadas a medida que iban cayendo. Allí debajo de la trampilla, por entre las claridades que dejaban las tablas de madera, observaban aquel espe

VUELTAS.

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Habían dicho una vez cuanto silencio tiene que haber para que sea demasiado, cuanta inmensidad para tener miedo, cuanto amor para ser querido, cuanta ira para ser odiado, cuanta tristeza para querer morirse. Apenas saliendo de la infancia una vez. Apenas la adolescencia encontrada. Apenas la mitad de la vida. Apenas el final de los años. Y siempre, siempre, cuanto silencio para ser demasiado. Estabas tú en el rincón de la sombra y la luz, dispuesta para  estar sóla. Toda la carga de vivir, la carga de estar viviendo. Siguiendo ahí, circunstancialmente indiferente ,siguiendo ahí, abiertas las hojas de la ventana. Entre tanta ausencia, tanto silencio - mi amor-, que parece demasiado.

NIDOS.

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En los nidos hay bocas esperando. De vez en cuando volando llega una lombriz y los días son una aventura. Escucho los ruidos cercanos. Si transitas imagínate que detrás de cada cuatro paredes puede haber: amor, odio, sufrimiento, que puede estar surgiendo la vida o la muerte. Es indistinta la fraternidad de las ánimas de los vivos. Son nidos, y siempre habrá bocas abiertas.   Panchito tenía un terrorífico guerrero de plástico embutido con una coraza de acero inoxidable de alta resistencia, las piernas eran dos orugas gigantescas y devastadoras en forma de triángulos equiláteros, los brazos estaban dotados de unas sierras cilíndricas de cuchillas de titanio bañadas en níquel y cromo, sobre su cabeza llevaba un casco a lo águila imperial, y tapando sus ojos unas protecciones reflectantes de color dorado. Panchito trajinaba con el guerrero universal por el suelo gris, entre granitos de azúcar, alguna hormiguita despreocupada, rumbaba , atronaban sus labios, ponien

A NO PODER RESPIRAR.

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Todos esos años no se si fueron perdidos, quién juzga los años y los días que perdemos. Si tienes suerte solo puedes recordarlos. En el 1.988 hice gestos con la cabeza, hasta ese punto en que decía que sí y que no a la vez. En el 88, estuvo aquella inglesa  -se llamada Anthea-, que dibujaba paisajes sobre paredes blancas, y arrojaba todos los colores, y gesticulaba con sus manos poseída de fuerzas misteriosas, y se acariciaba el coño con un dedo manchado de azul mientras me miraba con lujuria sin poder tocarla. En el 1.988 ya avanzaba sobre el tiempo de forma sinuosa y obsesiva. Si pudiera irme me iría al 90 de repente, sin sufrir. En el 88 bombardearon a niños ya muertos, y se crearon las enfermedades. Me abracé por primera  escrupulosamente a mi mismo, por primera vez con mucho miedo en el 88, y tuve terror a salir a la calle. Por primera vez comprendí que ya avanzaba hasta la muerte por el 89, y en lo sucesivo. Reconocí el vértigo. Y pisaba escarchas en el turno de noche. A finale

QUIÉN SABE.

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Veamos un ejemplo de aparente desorden. Lo que te obsesiona te hace más débil, te preocupa. Son tiempos difíciles en que el pan volverá a tener cenizas sobre su espalda. Los abismos atraen. Pero yo vivo en la orilla de tu alma. Inclinado hacía ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Volveré a comer pan manchado de cenizas. Podría llegar a decir que la muerte sea mi consuelo. Presiento: Que otros, felices, miran un momento tu alma y se van. No había mucho útil que decir, incluso habiéndole dicho varias veces que la amaba, ella no entendía la casualidad de esa palabra que desprende tanto amor así balbuceada en momentos de dicha suprema, cuando eyaculas en la vasijita y esas cosas; pero cuando te lo haces a ti mismo no vas a decirte que te quieres, quiero decir literalmente, sólo puedes dar gracias a Dios porque lo haya dispuesto, así , la mano tan equidistante. Sólo quería explicar el por qué de esta palabra, su sin sentido, así dicha para recalcar ciertos e

APENAS EQUILIBRIO.

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no es pedir mucho que al darte la vuelta tu mano quede por si misma como si fueras a decirme una última cosa que me des unos minutos que si hay aire pueda abrir la boca donde tú respiras y compartamos la bondad que ha quedado sobre todo lo que reposa que hagas el gesto de la despedida como si nunca hubiéramos existido tu mano vuelta sin apenas equilibrio

INDIFERENTE LA ESPECIE.

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Todo lo que me sucede ahora, bajo una luz exigua, es una consecuencia ancestral. He nacido en posición descubierta de una forma ruin, el hecho de nacer me estorbaba. Los latidos de mi corazón fueron exactos desde un primer segundo. Pude detectar como lo dulce originario se hacía sal, a este lado de la vida. Todo un beso por la suave oquedad hasta salir desde el calor a la dulce penumbra. Una mañana de septiembre en que empecé a olvidarlo todo en una fuga constante no elegida. Nadie lamiendo mi placenta, ningún animal, nadie sobre mi boca para decirme de qué especie había nacido. Me suenan los cacharros de la cocina, me huelen las verduras que sin duda borbotean, presiento que ella está allí de la forma habitual, quiero decir lo normal para un día laborable. Todo esto es una vitalidad de un día laborable, por la mañana, el cielo con una pátina de plomo, con ese color alto, sólo traspasado de vez en cuando por aves, vencejillos que van y vienen en una plena anar