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CHARLOTTE.

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La sesión de las nueve por febrero era con esa sensación de prisa. Acababa sobre las once en aquel cine que llamaban de arte y ensayo, en las épocas del Ogro, un poco más arriba, al final de una cuesta que daba al mar. Casi lleno el cine para ver El portero de Noche por tercera vez, me acuerdo, un sábado del setenta y seis. Salía la baraúnda silenciosa entre aquella humedad que subía del puerto, allí abajo algunas luces con el va y ven, entre la hilera de pesqueros. Mi Shiva de los cuatro brazos era Charlotte Rampling con aquella mirada hermosa y penetrante. Aquel sábado de febrero siempre lo recuerdo por aquella humedad tan penetrante incluso para huesos llenos de vida. Subí por la avenida Donoso arriba y aún miraban dentro de mi los ojos de Charlotte que a mi me parecían tan expresivos como si me hablaran. Mi padre de aquella llevaba tres años con Alzheimer y mi madre y yo a veces estábamos llenos de desesperación. Vivíamos en una casa de planta baja mucho más arriba de acabarse Don

EL INOCENTE.

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  Madre mía, sé que estás ahí, en el Cielo, donde ya no sufres los sabañones, ni llevas cántaras, atados de hierba y leña, sobre tu cabeza pequeñita, que era todo ojos castaños, así de grandes, tú ya sabes lo que decían, ese, por mí, tonto del culo, se lo dijeron, tantas veces, a mi padre, borracho incluso porque se lo decían. Lloraba , en  el mostrador del bar de  Toñín , si lo vieras, lloraba, madre mía, si lo vieras, como un niño, lloraba. Y a  mí  no vas a decirme lo que es el recuerdo, y a veces recuerdo porque sé que me hablas aún desde el otro mundo, tú, madre mía, sé que me ves como  solo  la Virgen puede hacerlo, porque ella te enseña a mirar a través de las nubes, nimbos, antes de los truenos, y me reprendes, ahora que ya no puedo hacer otra cosa que recordar, de viejo y tonto, de viejo tonto, tan viejo, madre mía de mi alma, y recuerdo, a  ti ,  solo  a ti, que me arrimabas a ti y me olía tu barriga a escanda. Cantidad de veces  él  venía con la cara de ogro, mi padre así, c