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FERRATER.

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  Comerle la polla a un viejo debe de ser el peor sacrificio para una mujer, o para un hombre comepollas.  Las pollas de los viejos huelen mal, es un olor inconfundible. Yo aún tengo el pellejo del prepucio y cuando voy al baño, me sube un olor fatal, a pescado de días, a ocle de arribada, mezclado con desagüe de detritos por tubería clandestina hacia el mar. Luego está esa flacidez.  Yo ahora tengo los huevos descolgados, algunas veces cuando me siento tengo que tener cuidado de no sentarme encima de ellos. Luego está mi aliento, y el olor de mi sudor, es especial, huelo mal, incluso unas horas después de haberme duchado. Yo estoy con el poeta Gabriel Ferrater, el poeta suicida. Que con 50 años se suicidó con aquella idea casi obsesiva de que empezaba a oler mal. Según dicen las crónicas periodísticas: -‘Me mataré antes de cumplir los 50’, anunciaba con pasmosa serenidad a sus amigos. El poeta de Reus justificaba tamaña decisión con un singular argumento: a esa edad habría hecho ya to