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SORTILEGIO.

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   A mi lo incierto siempre me parece cosa que ha de venir. Sin previo aviso. Entonces, he de verme los ojos sin mucho miedo. Sin comparanza. Del miedo, de ese miedo en los ojos que surgían al atardecer de los que se sabían muertos al alba. Para tristeza de los ojos del asesino. No soy bueno para los razonamientos, en mi mismo, lo que ahora se desvanece vuelve a surgir para afligirme. Ese es un acontecimiento que se repite, y que me desprecia cada dos minutos de onomástica. Es como un hilo, finísimo, que me sujeta a no sé dónde. Desde que me levanto, a esta ciudad, llamada del Valle de las Lagrimas. Amén. Pero ahora mismo, por la única ventana que tengo, a un patio que da al cielo, y que es cielo de un azul muy claro. Lo infinito. Me llega una luz exigua, y olor a café. Y me pregunto si quizás me merezco esta fortuna. Sin explicármelo. Que si este debe ser el rastro que me identifica en el mundo, como un grano ínfimo de arena, -detrás de esta ventana-, que podría ser la vid

ALGUNAS.

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  De las cosas que me vienen a la cabeza, algunas, para que decirlas. Ayer, sin venir a cuento, vinieron unas cuantas cosas que me angustiaron, algunas, parecían tan reales que ni pude cambiarlas de sitio. Pretendo, yo, seguir levantándome con dignidad, sin promesas, que no pueda cumplir. Con relativa calma, intentar darme un tiempo de paz. Sin «ansirame» con la espera de algo. Aquí sentado. Por si por el camino llega la noticia. Y la presiento antes para, por mi cuenta, suponer. De todos los que conozco sé que va caminando un conflicto. Mira sus ojos cuando la luz es buena para verlos. No son profundos. No ves allí el agua del mar y sus tormentas. A veces húmedos los ojos. Como si no acertaran a llorar, por si dieran pena. De las cosas que me vienen a la cabeza, algunas, tienen una solución perra, por eso no dejan de venir. Con el mismo nombre. Como en el cuento. Es como si hubieras comido un veneno y el que toca a tu puerta sabes que podría ser la muerte.

LA CASA.

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  A veces pensaba que alguien me cambiaba las cosas. Desde que mi Enervina se fue, hace ahora sobre poco más de un año, comencé a pensar en presencias extrañas. En que las cosas estaban fuera de su sitio. A veces allí en el taquillón un tapete con festón aparecía desplazado, o sobre la mesa del comedor estaba aquel circulito que había dejado un jarrón lleno de claveles sintéticos de un rojo un tanto mortecino. Otra de las sensaciones que venían a mí eran los olores, como si ella aún estuviera trajinando en la cocina, poniendo calabacines en una pota, o pelando zanahorías para hacer un puré. He de decir que mi Enervina siempre fue de coño muy salado, a veces cuando nos acostábamos me venía aquel fuerte olor a salmuera. Luego de pasar a camas separadas y aún me lo olía cuando ella agitaba las sábanas. Quiero deciros que a día de hoy me retorna a ese olor después de un año largo de que ella se fue, habiendo quedado yo con esta desolación que no os describo, atado a esta casa, sin apenas s

INFORME AC-23.868.

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  De buena educación en la vigilia, cuando era consciente de su propio yo. Había cursado sus estudios en el Arcángel San Gabriel de la Calle Puértolas, con los salesianos. Obteniendo al terminar su profesión de "archivador" una buena posición profesional, ya que era de gran competencia y responsabilidad en épocas de abstinencia alcohólica. Tenía muchos amigos, pero casi nunca tendía a tener confidencias con ninguno. Nunca trataba de ser sociable. Se apreciaban en él evidentes muestras de conflictos internos, con mucha propensión a estados ansiosos que era incapaz de reprimir. Paradójicamente, a veces, se desvivía hasta la saciedad en su proselitismo persuasivo en aquellas ideas que consideraba importante transmitir a los demás. -Muy voluble. Le gustaba permanecer en casa los días festivos, no era proclive a sacar a la familia a actos sociales. Se ensoñaba largas horas tirado en el sofá del salón comedor antes de coger su botella de pacharán y succionarla como un niño a la te

ENCUENTRO.

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  De qué triste encuentro volví. De verme a mi mismo en el otro que me hablaba, con aquellos ojos que me miraban. Preguntándome. Amigo de siempre, de tardes que no tenían fin. Hablándonos de nuestras cosas, y de increibles entelequias. Pero me dijo que pensaba que ya había llegado, con ciertos días de tolerancia. Más o menos. A donde le habían dispuesto en el camino. Yo me volví con cierta tristeza porque no supe qué decirle. Ante la muerte todo lo que digas es un chance. Ninguna broma con eso. Se te vienen a la cabeza cosas que podrían ser bellas filosofías, pero te las callas. Al volverme pensaba. No en lo absoluto. No en lo trágico. Pensaba. Con cierta desazón. Si mirabas al cielo el gris estaba dimensionado en altura. En las colinas que había a poniente aquello se apagaba. No pude hacer otra cosa. Sabes. A veces me escucho en voz alta. Volver a mi casa y esperar todos esos días. Los que quedan. Por si en uno de ellos sale una noticia que sea con algo de esperanza.

NOCHE.

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  Si me abres en dos encontrarás poco. Hay cosas. A veces me sorprendo cuando me miro allí, por dentro. No deja de haber otro animal que me devora. Y también te digo. Otras veces por la noche viene un duende a interrogarme. No me duermo. Y no me duermo. Espero. Viene a darle vueltas a la vida, como repasando. El animal siempre está allí es un demonio diciéndote que a lo de atrás no le des vueltas. Para lo de adelante, que vendrá si hay suerte, vete razonando según llegue. Luego. A las seis en punto de la mañana llega ese camión sonando a viejo, a cansado. Todos los días. Quejándose. Y a un poco más de las seis también está la luz, como una anunciación, la persiana empieza escribir rayas de caligrafía sobre la pared. Y me digo, he llegado hasta aquí. No te imaginas el esfuerzo. Lo que es otro día. Despido al animal. Le manifiesto. Casi le ordeno. Vete a dormir. Ahí dentro, donde puedas acurrucarte. He de estirarme, como en un impulso. A veces pienso que nos movemos por inercia. Y vamos

TETA.

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Aquel domingo, como de costumbre, no hacía sol. Llovía pausadamente. Cuando entré en la cocina, le dije aquí huele como a neumático y a encerrado. También le dije, hoy tampoco me vas a dar la teta, esto último se lo dije con ciertos arrumacos, con la voz mucho más suave, hasta cierto punto cariñosa. Estaba trajinando sobre la meseta de mármol, moviendo aquellos dos rabitos del mandil que descansaban sobre su amplio culo, trajinaba y trajinaba. Luego sacó de la nevera doce zanahorias, tres puerros, cuatro huevos, tres cebollas, varios brotes de coliflor, y una fiambrera de cerámica de hígado encebollado con una leve capa blanquecina sobre su superficie, como de haber permanecido allí varias semanas, y comenzó a meterlo todo dentro de la cazuela con cierto orden. Cuando acabó de poner todo en el fuego, va y me dice, vente para la silla. La silla estaba de espaldas a la ventana que reverberaba una enorme clarividencia resplandeciente, me dijo, apoya tu cabeza aquí mientras se sacaba su en

ÁRBOL.

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  La mala suerte de aquel árbol que unos garrulos cortaban con una moto sierra, mientras chupaban cigarros en la boca, según se salía de la casa de ancianos La Mansión del Retiro. El último vendaval del martes pasado hizo lo suyo derribando solo dos ramas -se había pensado que aquel roble podía -ahí donde los ves-, ser un asesino de gente mayor. Una monja de Valdevimbre -una hospitalaria llamada Sor Benita-, venía a cada uno para que atrasásemos la hora, cogiéndonos el pulso. Mi reloj era de esos digitales, y, sabes, como para meter yo la uña en aquellos botoncitos, que no podía con ellos, quiero decir. Lo de cambiar la hora para estos años es un tanto simbólico, una hora adelante o una hora hacia atrás nos daba un poco demás, salvo que la Sor nos decía el interés de las papillas a las horas adecuadas, no fuesen a suceder cosas extrañas por lo digestivo. La monja, joven aún, me olía a no sé qué, un perfume de esos sin llamar mucho la atención, al nenuco de toda la vida, y cuando s

COSAS MÍSTICAS.

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  Para que un atardecer te compense tienes que tener un buen ánimo. En la época de Franco casi todos teníamos  frenillo en la polla. Yo a Marcial le enseñé a hacerse una paja cuando hacíamos la mili en la marina en el Ferrol, pero sin cogerle la polla, que yo maricón no soy, me la casqué delante de él. Se extrañó tanto cuando vio salir la leche, que quedó con los ojos como puños, de que de allí, aparte de mexo, nos saliese leche como a las cabras. Te digo que ni nos fijábamos en los atardeceres sobre la ría de la tristeza que había.  Había una plaza redonda, y Franco estaba allí, sobre un caballo enorme, por si pasaba algo. No recuerdo ahora donde estaba aquel bar donde íbamos a tomar mistela, cacahuetes, higos pasos y torreznos. Nos quitábamos lo de marinero y nos poníamos lo de paisano, en una pensión a las afueras de Ferrol, barata, una habitación para tres. Tomando mistela conocí a Catuxa, que por lo visto era de Serantes, y como era fea no ligaba nada y acabó fijándose en un pelón

MARACAS.

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  En aquella época hice un trío llamado los Veracruces. Lo formábamos un negro de Guinea, el Nchama, al que le dimos las maracas, uno llamado Jenaro de Azadinos, con el acordeón, y yo que cantaba como nadie los angelitos negros. Por el verano andábamos a fiestas desde Monterroso por Galicia, la zona del Bierzo por León, o subíamos hasta Navelgas por Asturias. Íbamos a donde nos llamaban con comida y pensión incluida, la mayor parte de las veces repartidos por las casas de los pueblos por donde había fiestas. El repertorio que teníamos era mucho de Antonio Machín o los Panchos, aquella de... quítame su amor porque soy un pecador... Yo a las de Machín les daba aire, la de angelitos no veas, y que decirte de espérame en el cielo..., iba desparrmándose con aquella cadencia por el aire. -Seré conciso a lo que quiero contar, que se me vino ahora. Cuando fuimos por el sesenta y ocho a Ferreiros, un pueblo de Lugo, nos repartieron a las cuatro de la tarde, sábado, de un dieciocho de julio, po

FERRETERÍA.

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Me multipliqué por tres, en un deseo de ser más, para intentar buscar un único tornillo en una ferretería. Allí estábamos unos ocho chapuceros intentando encontrar nuestras cosas, la mayoría ancianos con un quehacer, un tanto ilusionados con la misión. Yo recorrí los estantes llenos de artilugios, todos provechosos. De vez en cuando por los pasillos me encontraba a uno con sus manías, y algo en la mano que valdría, vete tu a saber, para pegar golpes o aserruchar la conciencia. En esta vida. No en otra. Cómo he de explicarte que pasa un tiempo y llegamos a los derribos, a los bailes de desguaces, como si fueras de una colección, a pasar el rato entre flotadores de cisterna y alguna espátula. Ya no te digo martillos, alicates, destornilladores, todo lo que orada, bruñe, y hace agujeros como en el alma. Yo a veces soñaba más para el futuro, como albricias, y hasta me decía has llegado aquí bendecido por la esperanza quizás contando añoranzas, siendo escuchado por una recua de niños, mi s