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EL ROBLE.

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  La mala suerte de aquel roble que unos garrulos cortaban con una moto sierra, mientras chupaban cigarros sin sacarlos de  la boca, allí estaba, según se salía de la casa de ancianos La Mansión del Retiro. El último vendaval del martes pasado hizo lo suyo derribando solo dos ramas, agotadas,  con alguna filosera -se había pensado que aquel roble altivo podía -ahí donde los ves-, ser un asesino en serie de gentes mayores. Una monja de Valdevimbre -una hospitalaria llamada Sor Benita-, venía a cada uno para que atrasásemos la hora, cogiéndonos el pulso. Mi reloj era de esos digitales, y, sabes, como para meter yo la uña en aquellos botoncitos, que no podía con ellos, quiero decir. Lo de cambiar la hora para estos años es un tanto simbólico,podría decirse que filosófico,  una hora adelante o una hora hacia atrás nos daba un poco demás, salvo que la Sor nos decía el interés de las papillas a las horas adecuadas, no fuesen a suceder cosas extrañas por lo digestivo a destiempo. La monja, jo

PROTOCOLO.

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  No te creas que me atraía mucho su boca. En los tiempos muertos siempre estábamos con aquellos juegos. Ella se acercaba a mi y me daba su boca, pero a mi no me apetecía mucho besarla, incluso cuando tenía mucho deseo. De todas esas sensaciones no sé si podría seleccionar una para el recuerdo. Habíamos dejado de amarnos desde hacía tiempo y cuando hacíamos aquellas guarradas era porque quizás estábamos con cierta ansiedad. Oyes, le decía, espero que tengas el coño limpio, los juegos empezaban así, con simples preguntas como si fueramos a realizar un trato, un intercambio en donde pudiésemos ser engañados. En las tardes de los domingos todo parecía lleno de paz. Por el hueco del patio de luces sólo podías observar los tendales que pendían de un lado al otro y el sonido de alguna televisión, llantos de niño, alguien que colocaba platos y algún gemido. Yo le decía muchas veces, el creador nos ha hecho para andar a gatas, andamos erguidos por un error de cálculo, en realidad ella también

COMO NO VENGA ME LA CORTO.

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Te cuento. Me estaba zampando esta tarde una tarta de chocolate que me sabe a castañas valdunas, cuando al acabar de saborear un delicioso pedacito con café con leche, me da por meter la lengua en el paladar superior entre la encia y el labio, oyes, y que me doy cuenta que nunca había estado allí. Pues bien, llevo media hora pasándome la lengua por esa zona, como si fuera novedad, y me da un no se qué el no haberlo conocido antes. Si es que somos de grandes como los Apeninos, y la mitad no lo conocemos. Que eso, ni a nosotros mismos. Ando como nervioso esperando que no me hayan dado el timo de los mailes. Llevaba tres meses que me llenaban el correo de spam, ya sabes, esa panda de gilipollas que te dicen que son de la base de datos de Caja Madrid, o de la Caixa, y que te ponen que te han renovado el código de la tarjeta, o aquellos otros de que te puedes ganar tres mil euros abriendo una cuenta en no sé donde, o los otros, coño, en inglés (yo muy desconfiado siempre). Pues entre tod