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VARIACIÓN DEL ABDUCIDO.

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De como llegué a la vaguada de Outariz no puedo decir nada. Aparecí en la ballicada de Estanislao oliendo mucho a "solysombra", ese regusto apelmazado que tiene el anís no lo olvidas, aunque vomites siempre te queda ese rastro dulzón. Lo raro es que el ballico estaba erguido, lleno de perlas de rocío, intacto, como si me hubieran posado allí en un prodigio de ingravidez. Cómo iba a ser eso, todo lo que camina deja parte de la vida cuando avanza, y yo estaba allí por algo que era tan leve como la nada, casi sin alma. Cuando no llevas el alma se nota mucho porque donde las tripas es como un abismo, y donde el corazón como si no existieras, y los ojos deben de estar negros donde está lo blanco, como si no miraran, y lo que son los recuerdos como si no pudiesen llegar a ti para saber quién eres. Ahora sé que era la vaguada de Outariz, porque me lo dijo el Bouzo, que las había pasado canutas para subirme a la mula de tan mal como me vio. El Bouzo venía desde más abajo de Requeixo