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Mostrando entradas de septiembre, 2021

ATARDECER.

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Mientras me masturbaba en la galería aprecié que habían llegado las primeras golondrinas. Las veía allí arriba zigzagueando vertiginosas, sobre un azul claro poblado con alguna nube transparente, y una leve tonalidad a ópalo. La paja me costó bastante. No por falta de ganas, sino porque en la imaginación necesaria para el esfuerzo surgían pensamientos deslavazados. Al final me decidí por aquel tan persistente del pajar de Arnillas, cuando bajó la Natividad, la mujer de un protésico de Fornías -siempre salida-, que estaba gorda, pero aún dura, que ni te imaginas, y la entré por atrás a unos tirones terciados y justos, dándole una y otra vez a tope, -que de aquella podía-, hasta que me corrí como un cerdo gordísimo de yorkshire. Con mi Nervina siempre estamos merendando bocadillos de caballa, xarda azul del Cantábrico, conservada en aceite de girasol. Ya somos de besamos menos. Yo muchas veces me excito observándola cuando se sienta a cagar en el baño por la rendija que deja la puerta

OTOÑO.

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  De todo lo bueno que había en subir aquella empinada cuesta para llegar a casa, estaba que para bajar a comprar un cuartillo de café era más fácil. Nunca pensaba que debía subirla otra vez para no tener que hablar con la desesperanza. Si quedaban rastros de la lluvia estaban aquellos caracoles allí, tan lentos, ellos más listos para llegar a lo que fuese su casa solo atravesaban el sendero, dejando aquel rastro transparente. Tenía cuidado de no pisarlos para que no hubiese muertes baldías, por bajar a comprar un cuartillo de cualquier cosa. Una vez arriba yo miraba desde la ventana lo caminado, y me parecía una lejanía, o dos lejanías, dependiendo de mi estado de ánimo. Y también miraba como era de viejo ahora y de joven en aquellos años que dos zancadas me hacían estar en la cima. No podría decirte cuantas subidas y bajadas. Hubo días de contarlas y hubo hasta ocho. Pero nunca fui de acumular veces, al final del día lo medía por el cansancio. Mi entretenimiento esencial en estas hor

EL OLOR Y LA MEMORIA.

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  Voy a esto. A veces aquí llegan esas moscas verdosas y se ponen a restregar sus patas posadas sobre los pliegues de mi pantalón, dan vueltas, van y vienen como si ese mundo que les huele sobre mis piernas fuera suyo. Ya sabes. Yo soy muy dado a recordar cosas que las más de las veces no son agradables. Serán los años. Por ejemplo. Ahora como si fuera un mecanismo de defensa mensuro lo que vive poco. Esos organismos vivos, dijéramos, seres vivos que viven apenas unas horas, esos que casi nunca pasan de las doce de la noche, esos que van corriendo despavoridos, diminutos, por la mesa de la cocina entre alguna bolita de azúcar, y los aplastas, sin ningún rastro, dejando una mísera gotita de sangre que a penas ha vivido. Todo esto es reconfortante dentro de mis cálculos sobre la ilusión del tiempo. Llegas a una edad. Todos llegamos a una edad en que nuestro bagaje existencial son solo los recuerdos. -A lo que iba. -Esto viene hoy a cuento. Cuando era niño en nuestra casa no había váter.

EL MAJADERO.

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  Después de mirar semejanzas de todo, a ver su igualdad, y por sus diferencias sacar una conclusión que me compense. Como razonamiento propio, sabes. Viene un majadero al que no creía inteligente, y me dice aquello, de no te mates. De apurarte solo para coger el tren si te espera alguien que te quiere. Si no, ni te afanes. Que lo reposado tiene el cuerpo más espeso y dura más. Yo a él le creí porque es de esos, lentos, a los que tienes que esperar mucho para llevarles la contraria. Yo de este, sé que hacía poemas. A veces lo tengo visto recitar a las grullas. Su afán de ir por ahí. Hasta casa de Dios y su madre. Y también me dijo el palurdo. Si te vas a morir igual, no te mortifiques, no te asesines antes de la hora. Tú fíjate en el pan nuestro, el pan antiguo, el de después de la guerra que crecía para alimentarte, porque era de tu sudor. Muchas veces cocido a hostias. Sabes. Yo a veces me arrepiento por las semejanzas a hechos horribles que hice de hechos muchos más horribles que hi

ORACIÓN DEL SAPO.

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  Yo cuando era niño mataba sapos. Les hacía fumar. Y luego se hinchaban porque se quedaban con el humo. Nunca vi ojos tan tristes como los de los sapos. No hay un sapo más triste que otro. Eran todos tristes, pero al final siempre me tengo que acordar de los ojos de un sapo. Matar a cualquier cosa que esté viva debería ser un delito. Por eso yo soy un asesino. Que sepas eso. Un asesino. No me importa decírtelo. Pero yo ahora comparo. Recuerdo los ojos de aquel sapo. Voy al recuerdo de los ojos de aquel sapo. Y cuando soy infeliz en la vida se me vienen a la memoria. Cuando algo sucede en mis cálculos de vida, por ejemplo un drama. Cada dos meses el fracaso del mes que me acosa, o el fracaso anual que me corresponde. Pienso en los ojos del sapo, tan tristes. Y su porvenir. Hinchada su barriga, porque no sabía fumar. Porque los sapos no fuman. Y me digo, peor era la vida del sapo. Que no sabía fumar. Y. Oh, Señor, tú misericordioso, este es mi consuelo.

FERRATER.

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  Comerle la polla a un viejo debe de ser el peor sacrificio para una mujer, o para un hombre comepollas.  Las pollas de los viejos huelen mal, es un olor inconfundible. Yo aún tengo el pellejo del prepucio y cuando voy al baño, me sube un olor fatal, a pescado de días, a ocle de arribada, mezclado con desagüe de detritos por tubería clandestina hacia el mar. Luego está esa flacidez.  Yo ahora tengo los huevos descolgados, algunas veces cuando me siento tengo que tener cuidado de no sentarme encima de ellos. Luego está mi aliento, y el olor de mi sudor, es especial, huelo mal, incluso unas horas después de haberme duchado. Yo estoy con el poeta Gabriel Ferrater, el poeta suicida. Que con 50 años se suicidó con aquella idea casi obsesiva de que empezaba a oler mal. Según dicen las crónicas periodísticas: -‘Me mataré antes de cumplir los 50’, anunciaba con pasmosa serenidad a sus amigos. El poeta de Reus justificaba tamaña decisión con un singular argumento: a esa edad habría hecho ya to

ILUSTRADO.

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  Pasaba un día por la librería Lope de Vega de la misma calle Lope de Vega, cuando vi aquel libro de Immanuel Kant de tapas azules que ponía, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, y entré y lo compré.  -30 Euros. Ya unos meses antes había pasado también por allí y me había comprado aquel de Arthur Schopenhauer que ponía, Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente. El de Schopenhauer me lo devoré en tres noches, la verdad que me ató mucho y no podía dejarlo. Ella me miraba como lo devoraba, incluso varias veces me puso la mano en la polla con la intención de empezar una paja, pero como que yo no me empalmaba, y al final se daba la vuelta para el otro lado como en las películas americanas. -Era ese día. Llegué a casa con el de Kant y estaba mi Purita dando aquellos bandazos a las cosas que tiene distribuidas por la casa, que las cambia de sitio cada poco, y le dije, te venía bien leer el de Schopenhauer para tranquilizarte y dejar ese plumero sintét

CHIHUAHUA.

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  Dejé de dudar de su equilibrio mental después de largas observaciones de su comportamiento.Nos habíamos conocido apenas hacía un año por un encuentro no buscado, relacionado con el tipo de nuestro trabajo. A ella todo le parecía efímero -siempre-. No era una casualidad, era su palabra preferida. Y también: que entre dos latidos de reloj no había pausa, existía la eternidad. Eran sus frases rimbombantes, simbólicas, muchas veces sacadas de contexto y sin venir a cuento, según se le ocurrían. Decía aquello de que esto que te he dicho sería un hermoso verso para un poema existencial. Algunos festivos estábamos en la cama una pierna sobre la otra, echados al atardecer antes de que, según ella, se acabase el mundo y regresasen los jinetes del apocalipsis para llevarse miles de almas. Aún existía aquel olor a hierba cortada que entraba por la ventana que daba a un prado que llamaban la Hondonada.  Su juego preferido era que le comiesen el coño. Disfrutaba muchísimos si le comían el coño. S

INMENSIDAD.

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  Te digo que si me paro aquí es porque me ha venido una idea. De repente. No hay ninguna razón para detenerme en este páramo con monte bajo a escasos metros de una carretera poco transitada. Mi casa está a lo sumo a unos trescientos metros valle abajo, y salí a caminar sin ninguna pretensión, pero ahora aquí toda esta inmensidad me da miedo, esa es la idea, debe darme miedo. Escucho las aves, desgañitarse, y el viento que levanta a rachas el polvo en círculos que se elevan. Como decirte que de repente me he quedado inmóvil ante tanta inmensidad, sin saber qué hacer, que rumbo tomar, si esperar por alguien que vea acercarse por el sendero tan largo a que pueda cogerme la mano, y si acaso acompañarme otra vez.

POLVO ERES.

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Y a después le dije que no me la agitase mucho. Se ponía rabiosa escurriendo primero, luego arriba abajo, yo cogido a su cintura, después de tardar un siglo en llegar a la taza. Ella era dispuesta en eso, nada de escrupulosa, por eso le dije que iba a ir al cielo, tú Cintia, del mismísimo Potosi, irás al cielo desde Irumpampa Chica, rodeada de hermosas flores amarillas de cactus, como la mismísima Mamita de Cotoca. Yo nunca había tenido aquella premonición, que en un viaje de esos tan largos desde la galería, a que me la escurriesen iba a sentir el vahído de aquella forma en que te nublas y supones que el gran viaje comienza primero con una sombra, luego lo poco que te sustenta ya no ejerce, y tienes ese ligero instinto de cogerte más a Cintia, hasta que nada, nada de nada, yo ya le había dicho que estaba próximo a que me quemaran, en La Esperanza, entrando por un arco lleno de ilusión primero, subido por unos gatos hidráulicos, apareciendo por magia en el féretro para el llanto de los

PROLEGÓMENOS.

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  Estoy casi seguro que la intenté matar porque no me la quiso chupar. Había confianza. Si había que decir las cosas, nos las decíamos. Teníamos una ardilla en una jaula que lo llenaba todo de muecas y amor. Dos abanicos en la pared. Y cuando le bajé la cabeza me dijo: huele que apesta. En esa postura es un ajusticiamiento. Me debieras amar a pesar de todo, so cerda. Así le dije, so cerda. Yo llevaba días sin tener nada que hacer. En la pared teníamos una litografía de Sorolla con señores muy ricos pasando un día en la playa. Sobre la mesa del salón otra jaula con un canario, y una pecera con un pez negro de un lejano lago africano. Le dije. Ya estoy harto de comerte el coño, sin recibir ninguna recompensa. Así fue como empezamos a discutir. Luego intenté follarla a la fuerza, pero ella no quería. So cerda le volví a decir. Luego aquello fue a mas. Mi intención era matarla, pero no pude esta vez.