EL INOCENTE.

 



Madre mía, sé que estás ahí, en el Cielo, donde ya no sufres los sabañones, ni llevas cántaras, atados de hierba y leña, sobre tu cabeza pequeñita, que era todo ojos castaños, así de grandes, tú ya sabes lo que decían, ese, por mí, tonto del culo, se lo dijeron, tantas veces, a mi padre, borracho incluso porque se lo decían. Lloraba, en el mostrador del bar de Toñín, si lo vieras, lloraba, madre mía, si lo vieras, como un niño, lloraba. Y a  no vas a decirme lo que es el recuerdo, y a veces recuerdo porque sé que me hablas aún desde el otro mundo, tú, madre mía, sé que me ves como solo la Virgen puede hacerlo, porque ella te enseña a mirar a través de las nubes, nimbos, antes de los truenos, y me reprendes, ahora que ya no puedo hacer otra cosa que recordar, de viejo y tonto, de viejo tonto, tan viejo, madre mía de mi alma, y recuerdo, a tisolo a ti, que me arrimabas a ti y me olía tu barriga a escanda. Cantidad de veces él venía con la cara de ogro, mi padre así, con la cara de lobo, incluso, una hiena era mejor, y el zorro, era a lo zorro, sí, sigiloso, de un paso al otro paso solo había silencio. Bajaba al lavadero,  no sabes lo que es eso, yo estaba allí detrás de los zarzales, brezo había, retamales de amarillo, con mi cara de bobo, viéndolas escondido, en mañanas de marzo o abril, domingos había muchos que también lavaban, hasta tripas de cerdo en el caño, miraba a las mujeres, como doblaban, golpeaban, sobaban la ropa a un lado y a otro, con sus voces, a un lado y a otro, sus risas. Yo viendo a la joven moviéndose de espaldas, su culo redondo, en quites iguales al golpear, secos, golpes secos, como si te dieran así secos a todo el pollón metido, yo bajando la mano como si la metiera, igual cadencia, agachado con los pantalones bajados, y moviendo mi polla, abajo arriba abajo abajo, hasta que me iba por la mano, un chorreón para preñar  el cielo, y cerraba los ojos viendo el arco iris, desde Penouta a Reboqueira, y ya, apenas un murmullo de hojas, cuando llegaba la hiena, el lobo, con el cinturón en la mano, dándome en la espalda por la hebilla hasta quedar tendido, a los treinta y dos era eso, yo muy grande, tantos años era aquello, por marzo era, ahora lo recuerdo, quizás un niño grande de treinta y dos años, y tonto, yo era tontísimo, de baba incluso. Y luego una larga pausa, pero yo no tenía vergüenza, no me daba eso, era un erizo allí tendido, yo siempre dejé las cosas como estaban, solo tenía ansiedad cuando bajaba a ver el culo de Flora, la más joven, a mover mi cacho de polla, decían la del tonto, el pollón del bobo, como el de un burro, que llena coños de vaca, y que culpa tengo, pude haberme muerto a pajas de haberlo sabido antes que por allí daba gusto, , por allí, ya lo sabes solo azores, y si te morías era de silencio lleno, todo por ser el tonto, a mi padre se lo decían, del culo, el tonto de eso, del culo. Pero sé, que tú, madre mía sigues ahí, y me hueles tú, tus manos a pan y a heno. Tú, para salvarme de ahora, de los recuerdos, tú para decirle, por Dios, por Dios, déjale, no le des más, es un inocente, que ya se muere de tonto y viejo.
Que no venga más, madre mía. Yo quiero estar contigo.

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