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HERMES.

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Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, cuando a veces la lluvia llegaba oliendo a pólvora. Nos divertíamos pensando en nuestros secretos, mintiéndonos con los ojos. Yo a veces soñaba que era el dios Hermes, cargado de mensajes que quitasen la monotonía de las brumas. De vez en cuando la luna ensangrentada después del equinoccio de primavera. Aquella luz rosada atravesando el tendal lleno de ropa. Ahora, tarde ya, me doy cuenta que era una gran fortuna tenerte allí, para sentir tu brazo que me ayudaba a levantarme.

FUNCIÓN, b= f(a).

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Le dije, Yo soy función de Ti -Yo (Ti)-. Dependo de Ti, de todos tus estados de ánimo. Cómo decírtelo de una forma sencilla. Al levantarnos tu cara de esa forma absoluta en que tu mirada va hasta ese mundo perdido de no sé que lugar, a veces tanta tristeza. Ese ciclo extraño casi cuantificable, tus ojos brillantes que exclaman la huida hacía el sol repletos de alegría, la curva simbólica sobre un eje imaginario que desciende en ciclos milimetrados y exactos. Cómo he de explicarte que mi sonrisa se apaga con la tuya, hasta ese límite en el que cierro las ventanas para que no te de por mirar con tus ojos y mis ojos al tremendo vacío.

COSAS MUCHAS Y CON TANTA PACIENCIA AL ATARDECER.

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Cuando era niño leía libros de aventuras. Tuve una infancia relativamente feliz. Aparte de algún penerasta tocándome debajo de la barbilla, y un barbero que me sobaba los genitales dándome caramelos de palo sabor a fresa mientras agitaba con el meñique mi minúsculo pene debajo de los pantalones cortos. No tuve mayores incidencias en mi desarrollo psíquico. Eso sí. Vi innumerables veces a mi madre de rodillas, sumisa, delante de mi padre. Los recuerdos no me torturaron por esos actos familiares. El daño fue nimio. Estuve varios años pensando que mi madre oraba hablándole a las caderas de mi padre, siempre se santiguaba cuando suavemente empezaba a chupársela. A veces hacía un calor insoportable, y había unos atardeceres gloriosos. Tanto como el universo podía enseñarme. Tan inmenso todo que daba miedo.

TURING.

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                                                            TURING.

COLOSUS

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