LA VIRGEN DE LA CUEVA LOS PAJARITOS CANTAN.
La virgen de la cueva estaba allí y afuera llovía. Yo me había detenido para cobijarme. A través de la oquedad que daba al sendero se veían los aluviones de agua caer como una cortina interminable. Cuando la vi ella nada me dijo, se mostró cauta, la humedad lo sobrepasaba todo, la ropa húmeda nos hacía tiritar, a ella marcándole sus formas bellas y exactas. Me vino a la memoria aquellos cántigos de la infancia, de cómo voceabamos hasta el paroxismo gritando y gritando. Y lueg o la inapreciable fe que de repente sentíamos en la iglesia al mirar su rostro sumiso y sus ojos como perdidos. Nunca jamás pensé encontrarme con la virgen de la cueva tocada con una camiseta blanca marcando una areolas de un ligero tono oscuro. Fue después del grito de un trueno, cuando ella me miró con cierta indiscreción, su rostro ahora certero me hizo acercarme a ella, pensé que con sus ojos me reclamaba, supuse que necesitaba un poco de calor. En aquellas circunstancias la erección fue inmed